Vargas Llosa en Bolivia
Por: Alfonso Gumucio Dagron
En este pueblo todos se enteraron: vino a Bolivia Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, autor de extraordinarias novelas como Conversación en la Catedral (1969), La fiesta del chivo (2000), El sueño del celta (2010) y otras quince; de una veintena de ensayos formidables como La orgía perpetua (1975), de nueve obras de teatro e infinidad de artículos de prensa, ensayos breves. Desde cualquier punto de vista fue un acontecimiento mayor que la llegada de Alberto Moravia o de Miguel Ángel Asturias muchos años antes.
Vargas Llosa fue directamente a Santa Cruz con el plan de visitar las misiones jesuíticas que el año 1990 fueron declaradas por la Unesco Patrimonio Mundial de la Humanidad. En Santa Cruz lo recibieron bien, se reunió con intelectuales y periodistas, y fue tratado como huésped ilustre por las autoridades departamentales, a pesar de que las nacionales refunfuñaban y el propio presidente Morales, quien probablemente nunca ha leído al autor peruano, se desgañitaba descalificándolo con frases poco dignas de su investidura, que no le hicieron tanta mella al escritor como al propio mandatario.
No tengo memoria de otro premio Nobel de Literatura que haya visitado nuestro país después de obtener el galardón. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que obtuvo el premio en 1967, estuvo antes, a principios de la década de 1950 cuando se interesó en el proceso revolucionario del MNR. Varias veces se ha rumoreado que García Márquez estuvo “clandestinamente” en Bolivia, pero no hay ningún dato que merezca la pena tomar eso por cierto. No sé si Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Octavio Paz o algún otro premiado de otras regiones habrá pasado por nuestro país, lo dudo. Estamos a trasmano, por decir lo menos.
Lo dijo bien claro Vargas Llosa: vino a Bolivia sin ánimo de atizar el ambiente político, desde ya bastante caldeado por la intolerancia y la arrogancia de quienes disfrutan las mieles del poder, como diría el poeta Nicolás Ortiz Pacheco. “En política he fracasado, no sirvo para eso”, expresó, palabras más palabras menos. Lo que piensa sobre el régimen boliviano lo había dicho ya en otras oportunidades, para qué insistir e incomodar ahora a sus anfitriones cruceños.
Para Vargas Llosa, Bolivia ha sido siempre un país entrañable, puesto que vivió una parte de su infancia en Cochabamba. Cada vez que habla de Bolivia lo hace con cariño. Cuando conversé con él en Lima hace unos años, durante los ensayos de su obra Al pie del Támesis (que dirigió nuestro común amigo Luis Peirano, con la actuación de Berta Pancorvo, otra querida amiga), me comentó con nostalgia su niñez en la ciudad del valle y habló de amigos suyos del colegio La Salle donde estudió. Entre ellos mencionó a Alberto Gumucio y me preguntó si era pariente nuestro. Le di la respuesta estándar: los Gumucio somos de una misma familia, pero no conozco a todos.
Pocos días después de su visita a Santa Cruz Vargas Llosa publicó en El País, en España, el artículo “Chiquitos y la música”, donde da cuenta de su visita a los templos de las misiones jesuíticas en Concepción, San Javier, San Ignacio, Santa Ana, Santiago y San José, “con sus preciosos retablos barrocos, sus gallardos campanarios, sus tallas, frescos y enormes columnas de madera, sus órganos y sus recargados púlpitos”. Se refiere en ese artículo al gran trabajo de restauración que dirigió desde 1972 el arquitecto suizo Hans Roth, a la música rescatada por el polaco Piotr Nawrot, y destaca entre la bibliografía sobre las misiones el libro de Mariano Baptista Gumucio, a quien le dedica dos buenos párrafos de su texto:
“Hay una abundante bibliografía sobre las misiones jesuíticas en Bolivia, donde, parece evidente, el esfuerzo misionero fue mucho más hondo y duradero que en el Paraguay o Brasil. Para comprobarlo nada mejor que el libro de Mariano Baptista Gumucio, Las misiones jesuíticas de Moxos y Chiquitos. Una utopía cristiana en el Oriente boliviano. Es un resumen bien documentado y mejor escrito de esta extraordinaria aventura: cómo, en un rincón de Sudamérica, el encuentro entre los europeos y habitantes prehispánicos, en vez de caracterizarse por la violencia y la crueldad, sirvió para atenuar las duras servidumbres de que estaba hecha allí la vida, para humanizarla y dotar a la cultura más débil de ideas, formas, técnicas, creencias, que la robustecieron a la vez que modernizaron.
“Baptista Gumucio no es ingenuo y señala con claridad los aspectos discutibles e intolerables del régimen que los jesuitas impusieron en las reducciones donde la vida cotidiana transcurría dentro de un sistema rígido, en el que el indígena era tratado como menor de edad. Pero señala, con mucha razón, que ese sistema, comparado con el que reinaba en los Andes, donde los indios morían como moscas en las minas, o en Brasil, donde los indígenas raptados por los bandeirantes eran vendidos como esclavos, era infinitamente menos injusto y al menos permitía la supervivencia de los individuos y de sus culturas. Una de las disposiciones más fecundas, en las misiones, fue la obligación impuesta a los misioneros de aprender las lenguas nativas para evangelizar en ellas a los aborígenes. De esta manera nació el chiquitano, pues, antes, las tribus de la zona hablaban dialectos diferentes y apenas podían comunicarse entre ellas.”
Los lectores de diarios bolivianos no se enteraron de la mención a Mariano Baptista Gumucio, porque aunque algunos medios se hicieron eco del artículo de Vargas Llosa en El País y reprodujeron partes del texto, curiosamente omitieron los dos párrafos que acabo de transcribir. Digo curiosamente porque suele ser una costumbre muy boliviana destacar cualquier repercusión de la actividad de un boliviano fuera de nuestras fronteras. El titular “boliviano triunfa en el exterior” es frecuente en nuestra prensa local. Basta que algún escritor o artista participe en un evento internacional de esos que hay todo el año, para que los diarios le den cobertura (con frecuencia a partir de fotos y textos proporcionados por el interesado).
Por eso me llamó la atención que en este caso, cuando un premio Nobel de Literatura elogia la obra de un escritor boliviano en el diario más importante de España, en un artículo que se reproduce como servicio especial en un centenar de diarios del mundo hispano, los colegas bolivianos omitan deliberadamente comentar la noticia. Como para remediar el olvido, uno de los diarios locales sacó una breve nota concediendo que Vargas Llosa “hace referencia” al libro de Mariano, sin mencionar que le dedica dos elogiosos párrafos. Redoble de mezquindad, lo que en México llaman “ninguneo”. Así vamos.
Fuente: gumucio.blogspot.com/