08/03/2018 por Marcelo Paz Soldan
Urrelo nos regala un caramelo de limón con Todo el mundo cumple sus sueños menos yo

Urrelo nos regala un caramelo de limón con Todo el mundo cumple sus sueños menos yo


Urrelo nos regala un caramelo de limón con Todo el mundo cumple sus sueños menos yo
Por: Sergio León Lozano

La primera vez que escuché de Wilmer Urrelo fue debido a Fantasmas asesinos, galardonada con el IX Premio Nacional de Novela 2006, que narra el asesinato de un niño del Colegio Irlandés. Esperé ansioso su siguiente publicación Hablar con los perros (Alfaguara, 2011), y luego encontré que escribió la novela Mundo negro (Nuevo Milenio, 2000).
Urrelo incursiona nuevamente en el cuento con el libro: Todo el mundo cumple sus sueños menos yo (El Cuervo, 2017), una selección de cuentos inéditos y algunos recuperados de Trabajos forzados (La Ranita Ediciones, 2000), la primera antología en la que pude encontrar un cuento suyo.
Todo el mundo cumple sus sueños menos yo navega por esa atmósfera que lo distingue, esa fijación de crear personajes solitarios, perdedores, impúdicos, abrumados seres que trajinan y perecen ante ese intento de sobrellevar una pseudo vida normal y/o familiar; y así como en sus novelas, los cuentos también se enmarcan en ese surco que Wilmer ha ido trabajando desde sus primeras publicaciones: violencia.
Acostumbrado a sus voluminosas historias, en esta antología encuentro a un Urrelo breve y conciso, como en “La exquisita vida familiar”, un perfecto microcuento que narra las vicisitudes de la relación padre – hijo dentro un cuadrilatero de ring. Con algunos párrafos demás, en “Gavilán: el superportero y su ángel de la guarda” condensa un sombrío desenlace de un arquero que recibe once goles en un partido y su ángel guardián no puede hacer nada. Y como olvidar los cuentos recuperados de Trabajos forzados: “La noche del Arlequín”, “Sólo se trató de un pequeño escándalo”, “La disposición de las cosas”, “Algunas cosas que ocurren”, todos ellos con finales impactantes.
El cuento que titula al libro, y uno de los más extensos, repone un escenario símil al que encontré en Fantasmas asesinos y tiene más coincidencias con Hablar con los perros, una La Paz urbana con sus códigos e imaginarios, personajes que hoy por hoy componen esa urbe y tienen a la cumbia chicha como fondo. Marcelo, fanático de la cumbia y conocido como Jambao (grupo de cumbia argentina), es vocero del minibús de su madrina, y pasa a ser parte de una banda de cogoteros que lo adiestran en el negocio y termina como uno más de las víctimas de esos antisociales.
Con esta colección de cuentos, Urrelo me regala un “caramelo de limón” —así como Maroyu recita en una de sus clásicas cumbias— una lectura que deja un gusto agridulce, que fascina y atrapa, y me mantuvo al borde del precipicio entre el horror y el humor negro.
Fuente: Ecdótica