Una reconstrucción de sentimientos
Por Ariel Martínez
Imagínate lo que sería vivir así, decía ella. Vacaciones Permanentes. Pag.56
Todavía tengo el libro entre mis manos. Ha sido subrayado. Como todos los que leo, extraña manía, para no olvidar algunos pasajes. Para que cuando lo vuelva a tomar, de la pila de libros, no olvide algunas cosas que me parecieron significativas.
En la vida muchas cosas no tienen que esperar, como que un libro siga su tránsito, llegue a las calles, esperando ser leído o simplemente olvidado en un estante. En estos cuentos se opera de diferente forma.
La vida, hasta donde tiene significado, cuanto más la literatura, trata de asomarnos a ella. En qué medida estamos dispuestos a asumirla. Y cuándo la literatura es el retrato de la vida. En cuanto uno empieza a sumergirse en Vacaciones Permanentes, el libro nos da un muestrario de que la vida también es literatura. Una sin arrepentimientos, y que al verla escrita, en una hoja de papel, puede parecernos significativa. Ahí están, para demostrarlo, un 1997, un rezo por voz, retrato de familia, vacaciones permanentes, el fin de semana estaré bien, Bunbury road y Tallin.
Para entender Vacaciones Permanentes (El Cuervo, 2010) de Liliana Colanzi, tendríamos que referirnos a la Antología de no-ficción Boliviana (Aguilar 2009), Conductas Erráticas, al cuento Todas las fiestas del mañana, donde se va asistiendo al nacimiento de una posible Analia. Teniendo como referencialidad un Guan Shou o Epicentro, como sus espacios en la narración.
¿Cómo se hace que funcione un libro? En Colanzi toma pedazos propios y prestados por así decirlo. En algunos pasajes hay momentos, bajo la simplicidad que sólo la literatura ofrece, que describen: sentimientos, situaciones, lugares, personajes, etc.
Con honestidad al narrar, no inventa una ciudad. Solo describe lo invisible de las apariencias, sentimientos desencontrados, vidas extraviadas. Simplemente lo que tenía que ser y no fue y no volverá a ser. Escarba en el lugar de los penitentes o en el de los otros que buscan su redención, en la penitencia de los otros.
Después del paraíso perdido, sus personajes buscan en la caducidad de su existencia un sentido a la vida. Solitarios unidos por un apellido, amistad, amor, odio, enfermedad y muerte. Volver al pasado, para empezar el futuro. Volver a ser los mismos, lo que había pasado, cómo había cambiado todo.
Es como si Colanzi, con cámara fotográfica en mano, retratara flash tras flash, que lo mejor que conocimos no fue necesariamente bueno sino las situaciones que nos marcaron. Qué situaciones lo hicieron. Son cuentos no para probarnos de qué estamos hechos; tampoco para enorgullecernos de seguir viviendo. Son para contemplar la vida como situación, circunstancia, momento, lugar, tiempo y fragmento.
Ahonda en las viejas vivencias, convertidas en cicatrices. No se compadece ni de ella; incluso es despiadada consigo misma. En relación a lo que tuvo que dejar, por ser Analia, o en relación a las personas que dejó en ese tránsito. De una vida convertida en geografía de sentimientos.
A pesar de no estar en Tallin, Santa Cruz, el Reino Unido. En un departamento de James Street. Pertenecer al country club, porque papá siempre quiso. Perdernos en Epicentro un viernes. Beber pero mucha cerveza en el Guan shou, colocar una moneda en la rockola, rezo por vos, escuchando al maldito Charly García, sintiendo que todavía estamos vivos. Todavía.
Fuente: Ecdótica