Invitación a La región prohibida
Por: Guillermo Ruiz Plaza
La región prohibida (Editorial Nuevo Milenio, 2012) de Fabiola Morales Franco (Cochabamba, 1978) es un libro redondo. Es difícil lograr esa unidad en un libro de cuentos que no dialogan entre sí en el plano diegético, a la manera de, por ejemplo, Vacaciones permanentes (El cuervo, 2010) de Liliana Colanzi o Nocturno paceño (Correveidile, 2006) de Manuel Vargas –por lo cual son eficaces híbridos entre novela y cuento–. Así, en La región prohibida, los lazos que se van tejiendo entre los relatos son tenues, pero también profundos dada su naturaleza simbólica. De modo que, aun si el personaje de Mariela aparece en tres de las ocho historias, quiero pensar que la verdadera unidad de este libro reside en el particular tono narrativo, en la textura de los párrafos, en los diálogos elípticos, en la entrañable similitud o afinidad de las criaturas que pueblan sus páginas. Cambian los países (Alemania, España, México, Bolivia), los escenarios, los nombres, las circunstancias; permanece esa sustancia áspera, desapacible, no pocas veces melancólica, de la cual están hechos los personajes. En “Pájaros que migran hacia el Este” –hermoso título que designa el flujo migratorio de latinos al viejo continente– se narra el desarraigo de modo tan sereno como despiadado. En “Orejas de liebre”, dos amigos de infancia comparten su ansiedad enfermiza y su soledad incomunicable a través de los años. En “Avenida Oeste 348” la narradora personaje, una vagabunda, juega con la credulidad de los transeúntes que se inclinan curiosos a escucharla, pero también con la del lector. En “¿Sabes quién soy?” resulta estremecedor el vacío sin memoria que se logra traducir en muy pocas páginas. Se nos propone, en cambio, un puzzle polifónico en “Me harás una calaca”, sin duda el cuento más elaborado y difícil, en que la vida y la muerte, Eros y Thanatos, combaten de forma subrepticia a través de las cambiantes relaciones entre los actores. En “A dos pasos del infierno”, la metáfora del vacío en el cajón del ascensor, que provoca la muerte accidental de un personaje secundario, ilustra la vida de la protagonista, empujada al abismo por una irrefrenable fuerza interior. Por fin, en el cuento que da título al libro, comprendemos que la región prohibida es el espacio de los otros, el de la alteridad, que reluce como el filo de un arma. Los otros no son el infierno, sino el cielo y el infierno. Una amenaza y una ilusión. Un riesgo. Sin embargo, como en la infancia –muy presente en este libro–, lo prohibido es lo que más atrae. La vida aparece, entonces, como una herida interior o como la cicatriz de una herida interior que vuelve a abrirse una y otra vez, inevitable, mientras a nuestro alrededor todo se desmorona y rehace sin tregua.
En suma, La región prohibida es una obra sólida y recomendable, y viene a enriquecer una línea –ciertos críticos la califican como intimista– que autores como Rodrigo Hasbún, Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi, entre otros, vienen cultivando en los últimos años. Una de las particularidades de este libro reside sin duda en el contraste entre el tono sereno, sin énfasis, con que se narra las historias y el desasosiego que se desprende de ellas. Quizá este contraste, esta paradoja, traduzca mejor que nada la ambigüedad de ese espacio, la región prohibida, a la vez íntimo cielo e íntimo infierno.
Fuente: Ecdótica