Una lectura de El círculo de los navegantes de Janina Camacho Camargo
Por: Vilma Tapia Anaya
(Texto leído en la presentación del libro El círculo de los navegantes, de la poeta Janina Camacho Camargo, que tuvo lugar el viernes, 9 de agosto, en las instalaciones del CESU)
Cuando conocí a Janina Camacho Camargo y comenzamos a conversar y a tratar de curarnos juntas de la tristeza que sentíamos por la muerte de una amiga enorme para ambas, Blanca Wiethüchter, Janina me hizo un regalo de una generosidad tan amorosa que no olvidaré: me dio una muñeca hecha por ella misma. Una muñeca poco común. Una muñeca armada por capas y capas de tela y envuelta por una diversidad de texturas. Una muñeca que desde su inmovilidad parecía haber cruzado los espacios vastos y misteriosos que encuentro en el libro que se presenta esta noche. Inmensidades de luz y de niebla. Era linda esa muñeca, pero aun así, linda, una muñeca es siempre algo que se puede abandonar, una muñeca es quizá el objeto perfecto para el abandono, un objeto que pertenece a un lugar cuya esencia es pasado.
Mucho he recordado a esa muñeca al visitar los espacios instalados por Janina Camacho Camargo en estos versos que ya empiezo a citar: “Y ahora el poema/ de la forma a lo deforme/ en amalgamas de trasnoche/ y lucidez meridiana”, dice la poeta invitándonos a vislumbrar con ella el flujo de imágenes producido durante una navegación, principiando a mostrarnos una trayectoria de búsqueda en la que se amalgaman “circunstancias sometidas”, dice -dando peso y medida dobles a la palabra circunstancia-, con un yo poético que incorpora, en el real sentido de la palabra, la escritura: “soy las hojas cubiertas por cinco líneas escritas… [ese] cuerpo que me deja ver más allá”.
En estos textos, la poeta es cuerpo, silueta, nombre, grito que zarpa hacia la resignificación del tiempo, un tiempo todavía circunstancia, finitud y destino. Y es nave urdida, tejida, soltada desde las entrañas, como esa cuerda empapada en llanto y sangre, hacia un mar ofrecido por la Diosa. Mar infinito en sus posibilidades, mar que bien puede ser naufragio, ley oscura, y también calma invocada por las profundas salitreras. Salitreras no de salitre sino de sal, de la sal de mar y tierra. De la sal que reanima. De los perfumes de la sal.
Lo animado en estas páginas es un universo profundo, dominado por lo femenino, entonces, es un universo íntimo. Su lenguaje evoca y homenajea voces fundacionales, nudos enlazan estas palabras a las palabras signo de Alejandra Pizarnik; se escuchan ecos del habla elegida y fijada por Blanca Wiethüchter… Florece un altar de la que soy siendo/ la que espera, dice Janina Camacho Camargo. Y arma un altar con resonancias de las palabras con las que las abuelas, las antecesoras, las “ancestras”, dijeron noches tibias y las noches tibias fueron y se expandieron terciopelo para cobijar.
Me parece que el viaje aquí descrito es de abandono, es un viaje para partir antes que para llegar: porque lo que se deja atrás es un mundo deshabitado de lo esencial, un cuerpo helado, decadente, cargado de excremento y de mitologías desmemoriadas e infieles. Bañada en la inmensidad de la locura, y por las aguas salinas que purifican la razón de “los cuerdos que no pueden otra cosa que repetir la tristeza del mundo”, la poeta clama, y en el clamor se cumple un gesto de una potencia que trasciende: clamando, la poeta pide a la Diosa inmigrar. ¿A dónde? ¿Desde donde? ¿Va a ser ese el trayecto circular de los navegantes?
Hay colores siniestros, sin embargo, en esta Odisea equívoca. Enceguecido, el amor ha abierto abismales grietas, se ha confundido. Pero hay también una voluntad, una fuerza actuante, cito: “no me detendré ante el silencio/ giraré cristalina y celeste”. Movimiento potenciado por la escritura, entonces: pronunciado. Pues aquí “la palabra es más poderosa que la muerte”.
Intensos son los movimientos de esta navegación. Se han visto las iniquidades que se suscitan en el mundo, hay hediondez, podredumbre, furia. Pero hay una condición que no desfallece, una tabla que sobrevivirá cualquier naufragio: la memoria exquisita, el olor a hembra rebelde, el cuerpo que danza hasta la agonía y que llora entrando de un “adentro hacia un más adentro”.
Llanto que invoca la infancia de los colores musicales, la alegría. Canto llorado a la alegría. Portal que lleva del poema al poema. Escritura/ nave que nos devuelve al comienzo: un día/fiesta, el nacimiento de un río, el canto que repetirá las voces de las mujeres que se levantaron del miedo y de los dolores antiguos, para al fin separarse del tiempo circunstancia y del tiempo destino anclado en el sueño. En ese salto, también se libera el cuerpo, se hace alado cuerpo el vientre, las capas se desprenden y pueden ver más allá, de delimitación dudosa es la noche, hembra sideral a la que le es posible olfatear los gestos amados. Investida de la palabra, la poeta sobrevuela el hueco y la inútil, terca casa en él levantada; y hace del desprendimiento, de la partida, una posibilidad, una potencialidad: “No me estoy yendo/ más bien estoy regresando. Visitaré a las ancestras/ en la delgada luz/ me suspenderé”. Volaré en vuelo planificado, terminando lo que se inició con el advenimiento de la locura: “Mis pies se desprenderán del camino… me colgaré del desahogo”.
¿Y la mujer? una idea, un pacto, unas circunstancias, un destino. Un carácter que denomina y designa, y de modo singular viste y envuelve y cubre y opaca. Una condición que puede caer “como la lluvia golpea ferozmente el piso”. Y también, la mujer, una potencia que habla: en el poema me iré de lo delimitado, a lo ilimitado; de la forma a lo informe. Me despojaré de nombre: “deseo a la que no me dice su nombre/ a la que no me nombra/ solo se entrega”, concluye la poeta, y sabe que en la inmensidad salada, salubre, dada por la Diosa, abundan los círculos que naves, navegantas y navegantes, fluyendo sin alteraciones o deviniendo en alguna otra cosa más, d/escriben.
Fuente: La Ramona