Por Marcelo Paz Soldán
Cerca de la casa donde vivo existe una plazuela donde suelo ir por las mañanas. Me siento en uno de sus bancos antiguos de madera escuchando el ruido del río Rocha, que está muy cerca. Una mañana, en uno de mis estados de fatiga, me dio la sensación de que ya había vivido ese momento. Sin que me diera cuenta, una persona muy parecida a mí se había sentado en el otro extremo del banco. Quise levantarme e irme, pero escuché que tarareaba la melodía de la “Oda a la alegría” y me quedé un momento más, para que él no sintiera que me iba por su causa. Era un señor mayor, de unos setenta años –yo tenía dieciocho en ese entonces—; después de verlo detenidamente por unos minutos, me di cuenta de que era una versión mía de anciano.
Llegué a casa y fui a mi biblioteca y vi que se había acumulado una gran cantidad de polvo entre mis libros de física, literatura, matemática, biología. Me pregunté si lo que contenían todos ellos tenía un propósito o si ese propósito era tan insensato como encontrar la forma de un animalito en un algodón de azúcar.
Los protocolos de la Secta de Marco Peredo, se puede leer como un libro de no-ficción ya que en sus páginas discurren teorías aceptadas científicamente, muy complejas de entender, pero su autor lleva el texto a la ficción al cuestionarlas, especialmente en lo que se refiere a los conceptos de tiempo y espacio. Es un texto lleno de conocimiento, con tantos vericuetos y sutilezas como una composición de música clásica: hace que como lectores nos cuestionemos sobre la relatividad del tiempo y sobre nuestra propia existencia.
El personaje principal dialoga con el lector, si se quiere, con sus preocupaciones en torno a la temporalidad y su importancia. Las discrepancias de enfoque entre la relatividad y la nueva física que comienza a perfilarse se deben al hecho de concebir al tiempo como un continuo cuando debemos pensarlo como algo discontinuo; no como algo que fluye de manera uniforme sino como algo que, en cierto modo, como dice el físico italiano, Carlo Rovelli, va a saltos de canguro de un lugar a otro.
Tal vez, también sea posible encontrarse con uno mismo en el tiempo; como lo menciona Einstein: “La distinción entre pasado, presente y futuro es una ilusión persistente”. El libro de Marco nos hará reflexionar sobre ello y yo me seguiré buscando –y quizás encontrando– en el banco de una plazuela.
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Fuente: Editorial Nuevo Milenio