03/03/2023 por Sergio León

Una carta inédita de Jaime Saenz

Por Jorge Saravia Chuquimia

Uno de los muchos placeres que me brinda la literatura boliviana es el de encontrar constantemente textos dispersos, de sus grandes exponentes. Este artículo propone evidenciar este abasto exponiendo la epístola escrita por Jaime Saenz, “Carta a un amigo que no sabe si estará muerto o vivo, ni tampoco si era bueno o malo”. El remitente experimenta un sentido simbólico de encantamiento por rememorar y escribir a un destinatario conocido, a un “otro”, pero, en este accionar él se convierte en un predicador de la palabra (con toma de conciencia) que reflexiona sobre los términos el ser y el estar.

La carta hallada marca una diferencia por su aparición respecto a otras, ya que está publicada en el apartado “Literatura”, el 11 de diciembre de 1965, de la Revista boliviana de actualidades Esto es. Año 1, Nº 10. Magazine que dirige Alberto López Muñoz; y donde el director artístico es Jaime Saenz; el jefe de redacción es Sergio Suárez Figueroa; el colaborador especial en arte y literatura es el escritor Luis Raúl Durán y algunos de los corresponsales son: Santa Cruz: Tristán Marof; Tarija: Edgar Ávila Echazú y Nueva York: Ted Córdova.

Con todo esto, debo manifestar que el género epistolar está hondamente arraigado en la narrativa de Jaime Saenz. Por eso, me llama poderosamente la atención su estilo que contiene un simbolismo sugerente. Para ilustrar, el autor utiliza seudónimos, tal es el caso de “Tristán, el ermitaño”, distintivo con el que firma sus cartas. De igual manera, en Memoria solicitada (2004), la epístola dirigida a Ricardo Bonel Valdés la refrenda “El padre Zósimo, peregrino de Oriente (Más conocido como Tristán, el ermitaño)”. Interpreto que mudarse a nueva(s) piel(es) representa una forma de construir un sujeto imaginario para alejarse de su propio ser natural. Es un modo creativo de adquirir otra corporalidad simbólica y explorar otras interioridades. La alegoría del sobrenombre estaría vinculada por el lado de Tristan L’Hermite, personaje de la novela Notre-Dame de Paris de Víctor Hugo

El contenido de la correspondencia revela un primer aspecto crítico, el título extenso: “Carta a un amigo que no sabe si estará muerto o vivo, ni tampoco si era bueno o malo”. En éste distingo el envío de dos mensajes a un “amigo” y con serias ¿dudas?, ya que no se sabe “si estará muerto o vivo” o “si era bueno o malo”. Emplea los verbos ser y estar. En castellano ambos tienen diferente significado, empero podría existir la contigüidad de representarlos dentro de un juego de duelo. Tal que, el remitente “no sabe” en qué condición existe o vive el receptor. Además, vinculo que estaría en un juego de pugna existencial interna y “que ha llegado a tornarse extraño a sí mismo” (Theodor W. Adorno).

A continuación, evidencio en la carta tres partes claras. En el encabezado florece el tiempo de la escritura y el nombre de Ñato (destinatario). El cuerpo del texto ocupa nueve párrafos donde se desnuda el encanto de escribir(le) con un tono de advertencia (lenguaje). Finalmente, en la despedida observo que Tristán está resignado ante la duda, ante su propia situación existencial (remitente).

En este dominio, el Ermitaño anuncia: “Estimado Ñato: Yo no sé, pero la cosa es que hoy, viernes, se me presentó con una gran persistencia tu recuerdo, y no puedo resistir la tentación de escribirte. He de procurar que esta mi carta sea bonita, y poner en ella palabras y frases bonitas; pero yo no respondo por el fracaso –muy posible fracaso– de tal propósito”. Tristán le escribe a un sujeto en especial. Le escribe porque lo recuerda. ¿Acaso escribirle a alguien no es un acto generoso? Él redacta sin oponer resistencia, en un día viernes. En este acto él abandona la soledad gracias a su memoria y esgrime con la grafía un acorte de distancias.

Seguidamente, el contenido de la carta muestra el éxtasis de escribir. Escribir sería vivir (ser). Escribir supondría estar frente al mundo (estar). En esa relación dual, traza que “debajo del cielo están los crecimientos de la vida, al calor de un todo sorprendente y humorístico, mi querido Ñato. Sus pulsos se refinan, sus modos y sus gestos buscan lo otro y desconocido para integrar su esencia”. Estas líneas demuestran que siempre se escribe a alguien. En este caso, el que escribe quiere representar experiencias del individuo desde el ser y el estar, porque debajo del cielo está la vida. Vida donde cada hombre (siempre) deja huella. Theodor W. Adorno cuando se refiere a las cartas de Walter Benjamín asevera que en éstas “se estampa la huella (…) del hombre”. Dicho de otro modo, en las cartas uno escribe las huellas de su propia vida. En las cartas uno se está.

Más adelante, las palabras de Tristán están marcadas por un perfecto simbolismo hiperbólico que estimula imaginar realidades (mundos vivos) más allá de las originadas: “En el camino pensarás en ti, con mucha tristeza, y solamente en ti. En el camino, cuando hayas entrado en ti, y te hayas quedado y te hayas ido, encontrarás una fragancia: la escondida fragancia del mundo, que era la tuya”. Este enunciado permite ver una amplia gama de interpretaciones. Una primera es saber que necesitamos que alguien nos recuerde, de lo contrario, uno mismo puede recordarse de sí mismo. La segunda es que la vida puede leerse metafóricamente como camino, fragancia.

En forma similar: “Ahora quiero decirte lo siguiente. Por la contemplación de tus uñas, o por cualquier otra cosa, podrás darte cuenta de que la vida ara un milagro, y que muy bien podías haberte quedado sin nacer; …”. De esto, recaudo que Tristán, el ermitaño tiene una fuerte intencionalidad discursiva sobre la vida, ya que le expone a Ñato que debe estar vivo, pues eso representa estar en la vida. Para eso, Ñato debe saber cuánto se conoce a sí mismo.

En el final de la misiva, Tristán como un predicador le advierte que vivir es un riesgo latente. En ese camino, se ve el estado de intimidad del remitente. Y para aplacar el riesgo la escritura siembra un grado de concientización positiva sobre el ser y el estar vivo en la vida. No noto compunción sobre el impulso de escribir, sino una necesidad de hacerlo, “Pero, después de todo, yo no tengo por qué hacerme mala sangre. Me quedo, aquí en la vida, sanseacabó. Yo no sé, Ñato, pero ya que te escribí, así que sea. Tu amigo. Tristán, el ermitaño”.

Fuente: Letra Siete