Por Víctor Montoya
La antología de la narrativa minera de dos países hermanos, que comparten una misma historia y un mismo destino, marca un hito sin precedentes en el contexto de la literatura hispanoamericana. Los compiladores, Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948) y Víctor Montoya (La Paz, 1958), reconocidos escritores de cuentos y novelas de ambiente minero, conjugaron esfuerzos para elaborar un libro compartido, con el único propósito de registrar en sus páginas la mejor producción narrativa de todos los tiempos.
En el libro se reúne a más de treinta autores de ambas nacionalidades, con textos que sorprenden y maravillan por su calidad ética y estética. Se trata de una antología que, a tiempo de rescatar una temática de profundos valores humanos y dramáticas realidades, promete una lectura amena, llena de historias que reflejan la despiadada explotación de los trabajadores del subsuelo y el contubernio entre los gobiernos de turno y los consorcios transnacionales, que aplicaron desde un principio una política económica extractivista de los recursos naturales, con el afán de acumular fortunas a cambio de pobreza.
La literatura minera, al margen de reflejar la dantesca realidad de los indígenas convertidos en mitayos para trabajar en los yacimientos de plata en condiciones infrahumanas, es una denuncia de la dramática realidad de los proletarios modernos, insertos en el engranaje del sistema de producción capitalista, donde su vida comienza con los accidentes laborales por falta de seguridad industrial y termina con enfermedades crónicas como la tuberculosis y silicosis.
En varios de los textos, meticulosamente seleccionados e incluidos en las páginas de La narrativa minera peruano-boliviana (2021), se describe la maquinaria demoledora del sistema capitalista, que irrumpió en la cordillera andina a mediados del siglo XIX, ya en su fase de descomposición imperialista, sin sospechar que pronto se estructuraría un proletariado revolucionario, organizándose en mutuales y sindicatos, capaces de reclamar los legítimos derechos de sus afiliados, dispuestos a enfrentarse a las clases dominantes por medio de marchas, huelgas y acciones directas de masas.
La narrativa minera peruano-boliviana es un rico mosaico del mundo minero, donde no está ausente el pensamiento mágico y mítico de la cosmovisión andina, un elemento inherente a la narrativa minera, que recrea, con todo su esplendor, las creencias, mitos, leyendas y supersticiones de las culturas nativas.
El lector encontrará en los textos, escritos con vigorosa prosa y poderosa fuerza argumental, un entrecruce entre lo real y lo fantástico, donde se percibe una línea discursiva moviéndose sobre dos andamiajes que corresponden, por un lado, al realismo social de los mineros y, por el otro, al universo mágico-mitológico de las culturas ancestrales.
En varios de los cuentos, relatos y fragmentos de novelas, los escritores bolivianos y peruanos rescatan la mitología minera a partir del sincretismo religioso entre lo profano y lo sagrado, entre el paganismo precolombino y la religión católica, que da origen a personajes omnipresentes que cobran vida en la oscuridad de las galerías, como el Chinchilico, o Muki en Perú, y el Tío de la mina en Bolivia. Estas deidades, que procuran el bien o el mal, dependiendo del trato que se les dispense al entrar y al salir de la mina, conviven en la imaginación de los mineros como si de veras existieran en la realidad.
El Tío, por citar un caso, es un personaje ambiguo, mitad dios y mitad diablo. Los mineros moldean su imagen de barro y roca mineralizada, con características mitad humanas y mitad demoniacas, pero cuyo atributo que mejor lo caracteriza es su miembro viril de dimensiones asombrosas que, según la concepción minera, es para fecundar a la Pachamama y copular con la Vieja o Chinasupay (diablesa), pero también para perforar las rocas como si fuese un taladro de grueso calibre; un culto fálico que está fuertemente arraigado en el imaginario de los mineros, quienes le rinden pleitesía ofrendándole coca, alcohol y cigarrillos, considerándolo el único dueño de las riquezas minerales del subsuelo y el amo absoluto de los trabajadores que se internan en su reino, sin estar seguros si volverán a salir con vida a la luz del día.
La narrativa minera peruano-boliviana, elaborada por Roberto Rosario Vidal y Víctor Montoya, tuvo anteriormente a otros compiladores en Bolivia, como es el caso de René Poppe, a quien se debe la antología intitulada Narrativa minera boliviana (1983), en la que incluyó a cuentistas, novelistas y ensayistas tanto nacionales como extranjeros. Otro de los casos es el narrador e investigador Ricardo Pastor Poppe, profesor de lengua y literatura españolas en Saginaw Valley State University, Michigan, EEUU, quien publicó su libro Escritores andinos: la mina, lo telúrico y lo social en 1987 y la antología Cuentos mineros del siglo XX en 1995.
Los escritores seleccionados en La narrativa minera peruano-boliviana, asumiendo un compromiso político y social, trasuntan una temática en la cual aparece retratada la belleza telúrica del altiplano, con sus helados vientos y sus agrestes cumbres, pero también la miserable vida de las familias mineras, cuyas luchas sindicales están salpicadas de memorables huelgas y sangrientas masacres protagonizadas por los enemigos de la clase obrera.
No pocos de los autores, sin perder su condición de creadores de obras literarias de alto valor testimonial, histórico y escritural, hacen un llamado vehemente a la toma de conciencia sobre la dramática realidad de la industria minera, donde las condiciones de vida y trabajo son lamentables, debido a la inseguridad laboral y el miserable salario que no alcanza para llenar la canasta familiar.
La antología La narrativa minera peruano-boliviana, además de constituirse en un significativo aporte a las letras hispanoamericanas, es un regio ejemplo de una colaboración bilateral en torno a una de las literaturas más explosivas del continente americano, cuyo texto y contexto destilan tragedias y esperanzas a través de los pulmones de los mineros peruanos y bolivianos.
Fuente: Letra Siete