Un verdadero impulsor de la literatura boliviana
Por: Javier Claure C.
Esta entrevista tuvo lugar en la ciudad de Cochabamba (Bolivia) en marzo del 2008, nueve meses antes de la muerte de uno de los más grandes libreros y editores de Bolivia, el alemán Werner Guttentag Tichauer. Quería traerme a Estocolmo un recuerdo de ese hombre que desinteresadamente se dedicó a publicar obras literarias bolivianas. En este diálogo don Werner relata algunos pasajes de su adolescencia, y de sus experiencias desde el primer instante que pisó suelo boliviano con tan solo 19 años. Al escuchar su cansada voz, en mi grabadora portátil, vuela mi fantasía a ese día que me acogió largas horas en su casa.
Bolivia, al igual que muchos países de América Latina, recibió inmigrantes alemanes después de la Primera Guerra Mundial. Luego vino ese trauma colectivo del siglo XX: el holocausto nazi y tras la Segunda Guerra Mundial, que aún es un tema vigente en los periódicos de todo el mundo, se intensificó la llegada de familias judío alemanas. El ex presidente, Gérman Busch Becerra (1937-1939) descendiente de alemanes, también facilitó la entrada de familias alemanas al territorio boliviano. Precisamente en esa época Bolivia tuvo la suerte de recibir a la familia Guttentag.
Don Werner Guttentag, amaba los libros como a las niñas de sus propios ojos. Prestó particular interés a la creación intelectual, e instaló la librería y la editorial más importante del país “Los Amigos del Libro”. De esta manera pasó a ser un símbolo e impulsor de la literatura boliviana, tanto a nivel nacional como internacional. Llevó libros de autores bolivianos a las Ferias del Libro de Frankfurt, Argentina y México. En 1966 creó, en honor a su padre, el Premio “Erich Guttentag” a la mejor novela. Dicho en otras palabras, ese muchacho que llegó a Bolivia en 1939, hizo mucho más por Bolivia que cualquier boliviano de nacimiento. El Estado boliviano, universidades e instituciones del país; le otorgaron una serie de premios por haber realizado numerosas publicaciones en el campo de las letras. Nunca se olvidó de su pasado y quedó agradecido a la vida. Cuando entregó el primer libro de la Bibliografía Boliviana en 1962, al entonces presidente Dr. Víctor Paz Estenssoro, pronunció las siguientes palabras: ”Como pequeño tributo al pueblo boliviano por habernos acogido en la época del holocausto, de parte de la emigración judía de los años 40”.
En realidad, conocí a don Werner el 2004 cuando me encontraba de vacaciones en Bolivia. En aquel entonces tenía su librería en la calle Ayacucho. Lo visité allí para invitarle a la presentación de mi poemario Preámbulos y ausencias que se llevó a cabo, en “La Casa del Artista”, el 30 de abril de ese año. Me recibió amablemente y me hizo pasar a su despacho en el segundo piso. Tomando una taza de café nos pusimos a conversar de todo un poco. Descubrí que este hombre, de mediana estatura, era un gran conversador y narrador de muchas anécdotas. En el 2008 volví a Bolivia. Caminando por las calles de Cochabamba, me dirigí a su librería para comprar un libro del poeta Jaime Saenz. Esta vez la tienda se había mudado a la calle España. Apenas entré lo vi sentado cerca de un mostrador. Me acerqué, lo saludé y conversamos un poco. Después de unos minutos me dijo: “lo invito a mi casa mañana a las diez de la mañana”. Sin pensar dos veces acepté la invitación.
Al día siguiente, a la hora indicada, toqué el timbre de su casa ubicada en la calle Crisóstomo Carrillo. Don Werner me abrió la puerta. Cuando di el primer paso hacia adentro, vi una camioneta blanca en su garaje, y en un costado había la siguiente inscripción: “No leer lo que Bolivia produce, es ignorar lo que Bolivia es: Los Amigos del Libro”. Luego caminando con su bastón me condujo hasta su living. Nos sentamos frente a frente y en su mesa central instalé mi dictáfono. Una empleada trajo dos tazas de café con masitas y al mismo tiempo observé, en esa mesa, una revista en alemán, otra en inglés y el periódico “Los Tiempos”. Enseguida le pregunté:
– ¿Usted habla varios idiomas, verdad?
– No muchos, me falta aprender uno, me contestó.
– Entonces continué ¿Qué idioma le falta aprender?
– El quechua, me respondió con un acento alemán y una sonrisa en los labios.
Así empezó esta charla un día soleado y tranquilo. Don Werner con sus 88 años conversaba entusiasmado y con gran sentido del humor. Cuando le dije que vivía en Estocolmo desde hace muchos años, hizo un gesto y continuó: ”Cuando era adolescente y estaba en los Scouts conocí a una chica de nombre Eva Cohn. Ella también escapó de los nazis. Primero se fue a Checoslovaquia y luego se fue a vivir a Estocolmo a una zona que se llama Solna”. Yo vivo a 10 minutos de ese sector, le comenté mientras saboreaba el exquisito café de los Yungas.
– ¿Don Werner, podría contarme algo de su niñez en Alemania?
Yo nací en una ciudad que se llamaba Breslau, pertenecía a Alemania; pero después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser parte de Polonia. Hoy día esa ciudad se llama Wroclaw. Estudié allí hasta mis doce años. Lamentablemente los alemanes empezaron a molestar a los hijos de los judíos. No nos dejaban estudiar. Por eso no salí bachiller, pero me dediqué a leer bastante. Ahora soy
Dr. Honoris Causa por la universidad San Simón de esta ciudad.
Mis padres provenían de clase media y fueron terriblemente afectados por la inflación económica de aquella época. Perdieron su dinero y posteriormente tuvieron que escapar de los nazis.
– ¿Cómo y cuándo llegó a Bolivia?
Es una historia larga. Llegué a Bolivia en le año 1939. Era un muchacho en pleno desarrollo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en Alemania, mi padre, Erich Guttentag, fue llevado a un campo de concentración. Entonces yo y un amigo que también se llamaba Werner nos fuimos en tren hasta Checoslovaquia con el propósito de conseguir asilo político. Pero falló nuestro plan porque éramos muy jóvenes y nos devolvieron a Alemania. Estando allí me enteré que Holanda daba refugio a jóvenes judíos, y me fui a ese país. Ahí estaba aprendiendo mecánica. Mientras tanto, y con mucha suerte, mi padre logró salir del campo de concentración. Los nazis eran matones y perseguían a todos los judíos. Mi tío, Walter Tichauer, fue asesinado por los nazis en Portugal. Afortunadamente, mis padres obtuvieron una visa para venirse a Bolivia en 1938. Mi madre vino a Holanda a despedirse. Sacó un mapa de su cartera y me dijo: “Te espero en el centro de Bolivia, señalando con su dedo la ciudad de Cochabamba”. De ese modo, un año más tarde, llegué a Bolivia desde el puerto de Arica con mi máquina de escribir, un libro de Dostojevskij y mi bicicleta.
– ¿Cuales fueron sus primeras impresiones de Bolivia?
Como te dije anteriormente; yo era un adolescente y me impresionó la gente de Cochabamba. Todo el mundo andaba de luto, parecían uniformados. Se notaba una tristeza, en el pueblo cochabambino, por la derrota de la Guerra del Chaco. Pero ya en ese entonces una vez caminando con mi padre, por la Plaza 14 de Septiembre, le manifesté mi deseo de tener una librería cerca de esa plaza.
– ¿A qué se dedicaba a un principio?
Bueno, un amigo de mi padre, el austríaco Philip Weiss, tenía una joyería llamada “Vienesa”. Y él me dio trabajo como ayudante. Después de un tiempo me fui a Oruro a trabajar en las oficinas de la Empresa Minera Hochschild. Me convertí en un “empleado idiota de oficina” sin muchas perspectivas. Pero en mis adentros tenía un gran deseo de abrir mi propia librería.
– Por lo visto su sueño más anhelado se hizo realidad ¿Cómo creó la librería y editorial “Los Amigos del Libro”?
Justamente en Oruro, en 1944, conocí a Edith Lublin, la mujer de un médico que trabajaba en las minas. Hice un convenio con ella. Tenía que invertir un dinero para salir adelante con la librería, pero lamentablemente no ocurrió nada. Se fue a La Paz junto a su esposo porque lo destinaron a esa ciudad. Sin embargo, pese a muchas dificultades, logré abrir mi primera librería en Cochabamba, en la calle San Martín y se llamaba “Canata”.
– ¿Vendía libros de autores bolivianos?
No, a un principio me dediqué a vender libros en alemán a la colonia alemana que vivía en Bolivia. Pero en 1945 abrí la empresa editorial “Los Amigos del Libro”. La primera obra literaria que se publicó fue la novela Surumi de Jesús Lara. Nos quedamos sorprendidos porque fue un éxito rotundo. Se vendió la novela hasta agotarse. Así que mi sueño empezó con mucha suerte. También hemos publicado 40 tomos de la Bibliografía boliviana, en donde se reúne a muchos intelectuales. Hasta ahora “Los Amigos del Libro” ha publicado 1200 obras literarias.
– ¿Tuvo alguna experiencia negativa en Bolivia?
Aquí en Cochabamba vivían algunos alemanes con ideas nazis, y ellos acosaban a las pocas familias judío alemanas residentes en esta ciudad. Siempre he luchado contra las ideologías antidemocráticas. Tenía una postura antifascista. Una vez estaba pegando, en una pared, un afiche con frases antifascistas y la Policía me pilló. Fue una experiencia desagradable.
En otra oportunidad, paramilitares asaltaron mi casa, saquearon libros de mi biblioteca privada y quemaron algunos trabajos que había publicado.
– ¿Cómo se siente, don Werner Guttentag, después de haber recibido tantos premios?
Se levanta del sillón sin contestar a la pregunta y me conduce hacia una vitrina. Gesticula con las manos y dice con mucho orgullo: “Aquí están todos los premios que me han otorgado”.
A partir de este momento la entrevista se hace más informal. Después de intercambiar unas palabras, salimos al patio (le saco un par de fotos), y por medio de un pasillo nos dirigimos a la casa colindante que fue la casa de sus padres. Abre una puerta pequeña, en cuya parte superior hay un letrero que dice: Biblioteca Margarete Guttentag T. (el nombre de su madre).
Subimos unas gradas en forma de caracol y a su alrededor observaba las paredes tachonadas de libros. Traté, entonces, de leer algunos títulos rápidamente, hasta que llegamos a dos cuartos repletos de libros, documentos y revistas. En una mesa, entre muchos papeles, encontré la primera revista de literatura boliviana Arte y trabajo, editada en 1921.
En un estante observo la foto de su esposa Eva Mohr de Guttentag y aprovecho para preguntarle:
– ¿Cómo la conoció a su esposa?
Buena pregunta (risas). Ella vino como mi secretaria para trabajar en “Los Amigos del Libro”. Se enamoró de mi y yo también de ella. Ahí empezó todo.
De pronto sentimos unos pasos y escuchamos una voz: era la empleada que venía a darle sus medicinas a don Werner. Mientras tanto hojeaba un libro titulado “Biografía de Emigrantes Alemanes y Central Europeos, 1933-1945” (International Biographical Dicctionary of Central European Emigrés), editado por Alemania y en donde Werner Guttentag forma parte de este libro. Después de un momento retomamos la conversación y, entre palabras, me conduce a un tercer cuarto. Me cuenta que también se dedica a la filatelia, mostrándome impresionantes catálogos de estampillas de todo el mundo. Entretanto me explica una serie de detalles relacionados con sellos postales. Luego extrae de un cajón, el pasaporte de su padre y un libro de rezos, en hebreo, que llevaba cuando era soldado del Ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial.
A decir verdad, me impresionó mucho la personalidad de Werner Guttentag. Me atrevo a certificar que su biblioteca privada es la más completa de Bolivia. Hoy ya no está entre nosotros, pero descansa bajo el cielo de Cochabamba. Y su tumba brilla eternamente para alumbrar, a todos los amigos del libro.
Fuente: Ecdótica