Por: Jenny Cárdenas Villanueva
(Este texto debe tener una condición: escuchar primero un Bolero de Caballería. “Despedida de Tarija“, es nuestra sugerencia. Sólo entonces podrá usted sentir, en cuerpo y alma, la importancia fundacional de esta música necesaria para comprender no sólo la historia de un país sino de qué está hecho ese país, Bolivia)
El mundo que nos toca vivir ha sido abruptamente transformado en un mundo bizarro en el que la razón y la coherencia parecen no tener el mismo mecanismo que daba marco a nuestras acciones. Desde las más simples como dar un abrazo a nuestros hermanos y amigos, hasta las más sofisticadas de toda cultura cuando se trata de rituales y celebraciones que se brindan a los muertos.
En este mundo extraño que estamos viviendo, ya no se tocan Boleros de Caballería para expresar que alguien ha muerto, ni se come algo especial entre familias y con los amigos del difunto, ni se abraza a los deudos. Hoy la muerte nos alcanza sin música, sin flores y sin discursos.
El Bolero de Caballería fue la música del ceremonial de la muerte y ya no se lo escucha en ningún lugar, ni en el campo ni en la ciudad. Hoy en Bolivia el Bolero de Caballería está de duelo; ahora se escucha un silencio –más no la triste melodía del clarín que es casi oración más que melodía- para todo duelo.
El Bolero de Caballería que acompañó a los combatientes de la Guerra del Chaco en su último adiós, y que por extensión acompañó a sus hijos y sus mujeres, es la música que pervivió en la memoria de varias generaciones y de todos los sectores sociales de Bolivia.
Es la música de nuestros padres y de nuestros abuelos, aquellos que combatieron en una lejana guerra. Podemos hablar de esa guerra como un hecho que sucedió hace muchísimo tiempo; podemos contarla como una ficción que ocurrió hace muchos años cuando los hombres morían cada día como una ofrenda ritual: su propio sacrificio o inmolación por una causa mayor como la defensa de su país. Pero esa narración está lejos, no por el tiempo que ha transcurrido sino por el contexto de un ‘otro’ mundo en el que la muerte tenía la connotación de un evento que podía sacralizarse y ritualizarse a través de un Bolero de Caballería, entre varios otros elementos o artefactos de ese preciso suceso.
El Bolero había sido amado por las élites y por el pueblo durante el cambio del siglo XIX al XX. Era tocado en las hermosas retretas que se realizaban en los quioscos de las plazas de todos los pueblos, pequeños y grandes, y en todas las ciudades, como sucedía en toda Iberoamérica.
Este hermoso y misterioso Bolero de Caballería fue la pieza de música que más realce alcanzó entre las generaciones que lucharon en la Guerra del Chaco y la Revolución de 1952, por la música misma –tremenda maravilla, monumento audible de epopeya-, y por sus asociaciones con varios momentos fundamentales de la historia política del país durante el siglo XX.
Este 14 de junio, fecha del armisticio con el que se puso fin a la Guerra del Chaco, queremos recordar este memorable y bello discurso de música que hasta hace unos meses atrás todavía nos alcanzaba desde alguna ladera de La Paz, para convertir mágicamente la tarde en un poema de Guillermo Bedregal (1954-1974):
Y una música se arriesga a creerse origen…
El músico no ha podido dejar de rebelarte.
Se ha llenado de olvido algún silencio
mirando asombrado las distancias que forman el sonido…
(poema dedicado a Alberto Villalpando, p 25. Guillermo Bedregal. La Palidez. 1975. La Paz, Bolivia)
Es remarcable su trascendencia, también, cuando descubrimos que muy a inicios del siglo XX, fue de los géneros musicales más grabados en discos de 78 rpm. De estos, hasta el momento hay catorce notables boleros. Menciono algunos que testimonian su importancia señalando que fue justamente el famoso y más conocido, El Terremoto de Sipe Sipe, del gran compositor Daniel Albornoz (Cochabamba, 1872 – Tupiza, 1943) uno de los primeros en grabarse -sino el primero- en 1916 (sello Columbia, patente brasileña).
También en 78 rpm fue grabado el otro famoso Bolero, Despedida de Tarija, de Saturnino Ríos. Otros títulos como Tiahuanaco e Illimani, del gran Francisco Suárez, El Glorioso Clarín de Ingavi, de Adrián Patiño, Bodas de Julio, de José V. Zabala, Amistad y Recuerdo, El pequeño Clarín, y los infaltables Boleros dedicados a mujeres –con certeza en homenaje a sus madres y novias o esposas- Alicia, Angélica, Graciela y Sara, hacen parte de estos memorables Boleros dando cuenta del encanto que tuvo para las sociedades de esos primeros años del siglo XX.
A propósito de esas primeras grabaciones, algunos detalles resultan interesantes como que en el correr del siglo XX su interpretación fue cada vez más lenta, más cansina. Me explico: la primera grabación de El Terremoto de Sipe Sipe dura apenas 3’27 minutos; Despedida de Tarija por su parte dura 3’04. Pero en la grabación de 1967, ‘histórica’ por ser la que hasta el presente se difunde en CD, la música dura 6’37 y 5’08 minutos respectivamente. Casi el doble. Es decir, la densidad histórica se materializa, se comprime en una percepción auditiva que cada vez hace de su emisión una música más lenta, más pesada, como si arrastrase el peso de las batallas que en tantas guerras peleamos en el país cotidianamente; en consecuencia, el Bolero se escucha cada vez más triste. Como para pensar.
Es decir, la densidad histórica se materializa, se comprime en una percepción auditiva que cada vez hace de su emisión una música más lenta, más pesada, como si arrastrase el peso de las batallas que en tantas guerras peleamos en el país cotidianamente; en consecuencia, el Bolero se escucha cada vez más triste. Como para pensar.
El Bolero de Caballería fue abandonado lentamente por razones varias, entre otras, porque los músicos –de nuevas generaciones y nuevas proveniencias sociales y culturales- creían que “siempre que lo tocaban alguien se moría de entre la banda o sus parientes…” (entrevista), sin duda, una razón muy comprensible. ¿Acaso nuestro Bolero es mágico?
El Bolero de Caballería, de proveniencia española, tiene en un hermoso grabado de Gustav Doré (1832-1883) de mediados del siglo XIX, que es una referencia del contexto en que fue bailado alrededor de la “muerte de la niña” o de la Joya (en su traducción literal del catalán: el Mortitxol o Bolero del Velatorio).
Este baile realizado en velorios de niños fue una celebración muy difundida en América Latina. He ahí otra herencia colonial que se practicaba hasta hace algunos años y es posible que aún se realice en algunas regiones de nuestro continente. Sobre información más antigua de estos bailes, recuerdo un dato curioso que señalaba que éstos se fueron perdiendo en España a propósito, y muy ciertamente con razón, de haberse contagiado mucha gente en tiempos de una epidemia. Toda una casualidad con estos tiempos que vivimos. Estos bailes y velorios se prohibieron bajo sanciones drásticas, lo mismo que la continuación de los rituales, perdiéndose así la tradición de bailar en los velorios de angelitos.
Otra vez, la muerte no tiene ninguna gracia y mejor es perder una tradición que la vida. Personalmente, creo que llegaremos a conquistar nuestra libertad y recobraremos nuestras tradiciones como parte de la vida. Con lo que acabo este mi homenaje a todos quienes en estos días del mundo bizarro que nos toca, no debieron morir, y de ser un sino, al menos podrían haber sido acompañados por un triste y bello Bolero de Caballería.
Fuente: Rascacielos