Un relato de la nueva economía extractiva
Por: Juan Sebastian Cárdenas
Las paradoxografías son un género menor de la literatura clásica dedicado a narrar hechos fantásticos, exagerados o truculentos. Estas historias empezaron a escribirse durante el periodo helenístico, cuando Alejandro Magno expandió su imperio por todo el Mediterráneo, Asia Menor y el norte de la India. Como ocurriría mil quinientos años más tarde con los cronistas de Indias, los viajeros y soldados de las campañas militares de Alejandro proporcionarían abundante material narrativo. Curiosamente, estas historias no se presentaban entonces como fantásticas sino como verídicas relaciones de lo que habían visto y oído aquellos hombres durante sus periplos por los nuevos territorios conquistados. Como se sabe, semejante dominio corrió paralelo a la desarticulación de las estructuras de la polis, la unidad de organización social alrededor de la cual giraba toda la vida griega, así que la época helenística se recuerda en los libros como un periodo de confusión intelectual, política y religiosa. La era del horóscopo y los cultos herméticos orientales, la era de los gimnosofistas, aquellos sabios que se paseaban en calzoncillos por la rivera del Ganges y cuya influencia se dejaría sentir en la nutrida oferta filosófica de las populosas y cosmopolitas ciudades de todo el Mediterráneo. Fue el momento en que la filosofía, una vez eliminado el arco protector de la polis, se convirtió en algo así como un pack integral de autoayuda, con la felicidad individual como principal horizonte de sentido.
Desde hace unos años me ha dado por pensar que la corriente distópica de la ciencia ficción tiene su origen en la literatura de esa época rara y convulsa, en la que por primera vez y de manera copiosa se registraron encuentros con eso que hoy se llama “el otro”. Y tengo la impresión de que Iris, la más reciente novela de Edmundo Paz Soldán, viene a refrendarlo. Iris es una historia que a primera vista parecería alinearse cómodamente en el género, pero poco a poco se nos va mostrando como una novela política sobre las paradojas de la dominación y, más precisamente, sobre la aparición de la conciencia de subalternidad. Así de entrada, los referentes más obvios de Iris parecerían ser novelas como Martian Time Slip de Philip K. Dick y otros clásicos del ciberpunk, pero, como insinuaba antes, el relato se nutre también de ciertas formas propias de las tradiciones orales antiguas que en definitiva le confieren al libro un aire de Tercer Mundo, de cosmopolitismo experimental.
Es interesante ver cómo Paz Soldán echa mano de toda la utilería del género, incluso de ese tono neutro y veloz que exige la novela popular (ese adjetivo, popular, jamás se pronuncia de modo peyorativo aquí) para introducir hábilmente las tramas, los personajes y las situaciones. Unos recursos que, como en toda gran novela del género, sirven para introducir al lector a un mundo inquietantemente parecido al nuestro. Las novelas sobre el futuro, ya se sabe, son en realidad contribuciones a configurar esa ontología del presente que para Foucault era una de las tareas cruciales del pensamiento de nuestro tiempo.
La trama se desarrolla en una ciudad del futuro, una especie de anti-polis helenística como muchas de las ciudades en las que vivimos hoy en día, con un férreo sistema de vigilancia tecnológico, dominada por una entidad corporativa y organizada en castas que viven en anillos distintos, el más externo de los cuales, el Perímetro, está habitado por los irisinos, la casta inferior, expuesta tiempo atrás a la radiación durante unas pruebas nucleares. El desencadenante de ese urbanismo estratificado es que, en aquella zona, se ha descubierto un valioso yacimiento mineral que la corporación dominante, SaintRei, está explotando gracias a una concesión vitalicia. Sin embargo, ese dominio se ve amenazado a la vez por una rebelión que se está gestando en el Perímetro y por una corporación rival que desea hacerse con el control del yacimiento.
Uno de los aciertos del libro es la descripción minuciosa de las complejas relaciones entre las castas, los distintos prejuicios e imaginarios que condicionan los lazos sentimentales, morales y políticos. Paz Soldán es especialmente agudo en su capacidad de mostrar las distintas subjetividades a las que da lugar esa complejidad social. Sobre todo porque los cuerpos, a través de las tecnologías médicas, la militarización y la vigilancia, se encuentran sumidos en un estado de percepción artificial permanente. Uno de los protagonistas, Xavier, está enganchado a unas píldoras que la corporación reparte a mansalva entre sus soldados, encargados de mantener el orden en el Perímetro: “un swit para la ansiedad le producía ciertas reacciones que solo podían tratarse con otro swit, que a la vez tenía efectos que debían calmarse con otro swit. Se le cruzaba por la cabeza dejar todo de golpe, buscar soluciones naturales para sus dolores y ataques de pánico, pero había internalizado desde niño que era imposible enfrentarse a la vida sin alguna forma de ayuda química –para solucionar sus males, para escapar del agobio de lo real— y la sola idea de no tener a mano swits le producía ansiedad (que debía tratarse con otro swit).” Es llamativa la oposición entre esa medicalización entendida como dispositivo de vigilancia y el uso ritual-emancipador de otra sustancia clave en la novela, el jün, una planta sagrada perseguida por Yaz, una enfermera que vive en el Perímetro.
En este punto tengo que confesar que me costó abrirme paso por toda esa cantidad de topónimos y nombres exóticos (Megara, Orlewen, Xlött…). Inevitablemente, uno asocia esos nombres con películas de naves espaciales de bajo presupuesto o con algún capítulo de Futurama y eso hace que la lectura se llene de imágenes y de ruido que uno no desearía tener allí mientras avanza por la historia. Pero sí he disfrutado mucho el contrabando linguïstico que efectúa Paz Soldán al construir la jerga de aquel lugar, un dialecto a medio camino entre el spanglish y alguna vieja lengua vulgar (¿Provenzal? ¿Asturiano? ¿Portugués?). También es fascinante ver cómo se conjugan distintos territorios simbólicos actuales en un solo espacio fantástico: la Faluyah ocupada por las tropas gringas al servicio de las petroleras y las ciudades de aluvión creadas alrededor de alguna explotación minera en Brasil, Bolivia, Indonesia o China.
Pocos libros abordarán con tanta lucidez las dinámicas urbanas y rurales que se generan alrededor de las economías extractivas como esta historia ambientada en el futuro.
Fuente: blogs.eltiempo.com/