02/19/2015 por Marcelo Paz Soldan
Un pedazo de historia en soliloquio

Un pedazo de historia en soliloquio

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Un pedazo de historia en soliloquio
Por: Martín Zelaya Sánchez

Hernán Cortés es todo y nada. Omnisciente, ubicuo, pero reducido a la nada, a la intemporalidad desde la que rememora y describe su vida en un extenso monólogo siempre dirigido a una incorpórea Malinche.
A través de su amante indígena proyecta el conquistador las hazañas y desventuras de la Colonia española en México y Perú, y de paso sus vivencias, sentimientos, anhelos, fugaces triunfos y grandes fracasos.
Así, Soliloquio del conquistador (Edaf – UDLAP, México 2014), el debut literario de Carlos Mesa, se asemeja más a un relato histórico, a un informe de situación, a un confesional soliloquio -como dice el título- que a una novela propiamente dicha:
“Marina, fuiste usada para arremeter sobre el imperio que odiabas, como arremetía yo sobre tu piel de lava. Fui usado yo bajo las manos enjoyadas de mi rey”. (…) “¿Por qué fuimos lo que fuimos en el amor y en las voces y en la negociación y en la guerra? ¿Por qué de la mano (con los dedos bien apretados para no separarlos) estuvimos sobre un caballo, sobre una trenza, como tu nombre, sobre un altar de cenizas? ¿Por qué miramos juntos la gran pirámide sin saber que sería nuestra y que luego la perderíamos? ¿Por qué te vengaste tú y atravesé yo con la pica y con la espada el alma de un pueblo que nunca más sería el mismo?”.
La trama del libro puede resumirse en muy pocas palabras: Cortés divaga y le habla a Marina, y de paso al lector. Cuenta cómo conquistó México, cómo los Pizarro conquistaron Perú, y en el ínterin revela sus pasiones y frustraciones. Recién en las últimas 10 páginas se produce una extraña variación: aparece, en su propio soliloquio, el fallecido músico boliviano Abraham Bohórquez (Ukamau y Ke) para, mediante un ajuste de cuentas de recién fallecido, complementar el mensaje cortesiano de mestizaje.
El precio de la historia
Alguien podrá decir que más que una novela esta es una recreación histórica matizada por episodios, diálogos (muy pocos) y circunstancias que pudieron haber pasado en la intimidad y en la mente del conquistador.
El mismo Mesa contó en una entrevista que en los últimos años leyó unos cien libros y documentos sobre Cortés y eso, al parecer, quiere dejar muy bien sentado en su generoso despliegue de datos e información (e incluso en los epígrafes que abren cada capítulo).
“Almagro, tras su desastroso viaje de 1535 hacia el Collao y Chile, sentirá que ha sido engañado. El Cuzco será un botín que enfrentará irreconciliablemente a las dos familias. Frustrado y lleno de inquinas llegará a la capital inca en son de guerra, sabiendo que quien manda en la ciudad es Hernando. El pleito por el Cuzco se erizará de violencia, no ya solo contra el valeroso Inca Manco II, que habrá tratado en vano de recuperar la capital de sus ancestros, sino porque Almagro, jefe de “los de Chile”, como despectivamente llamarán los pizarristas a sus desafortunados hombres, aducirá que el título de Teniente Gobernador de la ciudad le corresponde, cargo que en ausencia del Marqués detentará Hernando. Los hermanos Pizarro se negarán rotundamente a aceptar la pretensión. Pelearán y serán derrotados por Almagro, quien tomará la ciudad y aprisionará y aherrojará a Hernando”.
Hernán cuenta cómo conoció y amó a Ce Malinali-Malintzin-Marina-Malinche; cómo venció -y perdió- batalla tras batalla con indecibles sufrimientos y fugaces glorias, cómo logró poder y riqueza inimaginables, y cómo los fue perdiendo. En una sucesión de paisajes atractivos y reveladores, intercalados con otros innecesarios y cansinos, a medida que pasan las páginas, uno entiende que no habrá el giro esperable que le dé frescura a un texto que, aunque impecablemente redactado e irrefutablemente veraz, no termina de cuajar del todo.
De todas maneras, sin llegar a ser un golpe de timón, hacia la mitad de la novela se dan tres innovaciones en lo formal y en lo temático: Cortés le empieza a contar a su amada lo ocurrido en la conquista de Perú; aparecen más diálogos que quiebran la monotonía, y por primera vez se hace referencia a Bolivia, al describirse el auge de Potosí:
“En 1545, siete años después de caer la cabeza del Adelantado en las duras piedras cuzqueñas, más al sur, en el centro mismo de lo que hoy se llama Nuevo Toledo y se llamará después Audiencia de Charcas, se descubrirán grandes vetas de plata en el Sumaj Orko, el cerro de Potosí, lejos de la capital inca, en territorio de los indios charcas. El Cerro Rico será la montaña más fabulosa de la historia del mundo, de ella manará la plata como si la montaña entera no fuera otra cosa; riqueza que alimentará nuestro imperio por siglos, riqueza que será muchísimo mayor que todos los tesoros que los ávidos conquistadores reunirán del rescate de Atahualpa y de los templos y palacios que saquearán y de las joyas de oro y plata que encontrarán y exaccionarán. Nada, mujer, se parecerá en este increíble Perú a los ríos de plata que saldrán por centurias del cerro que Almagro no conocerá nunca y que está en el corazón de lo que, sin saberlo, Don Carlos había reservado para él”.
Trasfondos
¿Y más allá de la novela como tal, y sus circunstanciales realidades y ficciones? No es lo más aconsejable, a la hora de reflexionar sobre una novela, desmenuzar los trasfondos ideológicos, las posibles intencionalidades políticas, aunque es más que evidente que hay en Soliloquio del conquistador un alegato a favor de la teoría del mestizaje que el autor desplegó a profundidad en su anterior libro La sirena y el charango.
¿Pero, y una matización de los excesos de la Colonia, como afirmaron algunos?:
“En lo que (Bartolomé de) Las Casas erró no es en el centro de su defensa de los hombres, erró en decir algo que tampoco es verdad, que nosotros los españoles trajimos daño y malas artes y vicios y malas costumbres”. (…)
“Creo por todo esto tan extraordinario que hemos vivido, que la palabra ‘condena’ debiera desterrarse de la historia americana. ¿Cómo condenar a tantos y tantos que hicimos cosas maravillosas y que también cometimos atrocidades?, tantas como aquellos a quienes combatimos. ¿Cómo juzgar y con qué autoridad moral?, ¿cómo entender el papel que cada cual jugó?”.
Más allá de lo políticamente correcto e incorrecto de todo esto, más allá de lo ideológico y lo coyuntural (o lo recientemente pasado: el debate sobre el significado de “mestizo”, a propósito del censo de población de 2012) como todos sabemos, toda novela es una ficción, una creación del imaginario del autor, matizada por hechos reales o verosímiles.
Solo como apunte, la postura que defiende Mesa en su novela concatena cabalmente con el pensamiento de Fernando Molina que en 2012 ganó el Premio de Periodismo Rey de España con su ensayo “Pensar Hispanoamérica: el inicio”, en el que afirma: “sólo por ignorancia o frivolidad es posible convertir el hecho hispanoamericano en un mero saqueo de recursos o en un simple genocidio. Fue esto, pero no sólo esto. Lo que no necesariamente implica que fuera más positivo. Pero sí más -muchísimo más- complejo”.
Para cerrar, un pasaje más:
“El mexica y el inca (Cuauhtémoc y Manco) pelean contra el destino, lo desafían, lo confrontan. Son conscientes de que en su mano y su pericia está el juego del presente y el futuro de sus pueblos. No hay profecía que importe, ni miedo que arrugue las almas, ni enemigo por extraño y poderoso que sea. Solo hay decisión y temeridad. Cuauhtémoc y Manco son personajes épicos, cuyas vidas, como la de todos estos naturales, solo valen en tanto valen las de sus pueblos”.

Fuente: Letra Siete