11/13/2024 por Sergio León

Un maniaco de la palabra

Por Carlos Gutiérrez Andrade

Conocí al paceño en el pasaje Núñez del Prado y los libros fueron el pretexto perfecto para forjar una amistad de años. Entre los retos que tuve que afrontar para forjar la amistad estuvo la de aprender a escribir su apellido de origen…  ¿judío? Vaya uno a saber. La cuestión es que el primer fonema es /S/ y el último /Z/ y con doble TT y con una H intermedia muda. Y en eso había que ser muy cuidadoso, no tanto en su pronunciación, pues, magnánimamente, Jaime jamás me la corrigió. El segundo reto fue el de sostenerle una sesión báquica en algún tugurio paceño o en su reducto de su casa en Villa Pabón. Muchas veces coincidimos en su puesto de libros con otros escritores jóvenes: el inquieto Christian J. Kanahuaty, el irreverente Daniel Averanga y otros, y nos enfrascábamos en diálogos intelectuales nombrando a diversos autores, queriendo demostrar quién sabía más. Y también me sumergía en las turbulentas aguas de la noche acompañado de los saurios veteranos Humberto Quino, Adolfo Cárdenas y otros. Este nigromante me dio un día su libro de cuentos: Desquiciados, maniacos, diferentes. He aquí una observación del mismo.

Esta obra de Jaime Nisttahuz, que fue publicada por la editorial Correveidile el año 2011, es uno de los libros fundamentales en la bibliografía literaria de este autor. Parafraseando a Charles Baudelaire, debo hacer una admonición al intrépido lector que desee recorrer estas páginas. Si su sensibilidad no le permite tolerar palabras obscenas, soeces o anécdotas picantes, es mejor que se abstenga de leerlo, que lo tire o, mejor, lo queme, porque el libro es una granada. Pero si tiene un estómago curtido y está habituado a caminar por el borde de los abismos, leerá este libro con placer pues este artefacto narrativo posee diálogos, monólogos e historias singulares. Al margen de lo dicho, son cuentos de un humor negro, telúrico y visceral.

El primero, “Redondeando la cosa”, es un sopapo sonoro. Nisttahuz hace lo que propala Stephen King: “Escribe con la puerta cerrada”, como quien redacta sus memorias o su diario y por eso se da esa libertad. Es como asistir a un diálogo íntimo entre amigos cercanos del mismo sexo, donde se despliega un lenguaje compartido lleno de argot, modismos, metáforas, giros y refranes referidos a la mujer, al trago, a la violencia, etc. Cito: “Pero no seas bruto, esa tocadora del clarinete, tiene un parqueo entre las piernas…”, “Te parece indigno a tu edad hacerse la manfinfla, tienes que buscar donde remojar la brocha”. Con este libro asistimos al goce íntimo del inconsciente deliberadamente desatado en la palabra, ya que los personajes vomitan sus pensamientos; aquellos que el hombre piensa de la mujer, pero que solo dice a los amigos de mayor confianza. Hablar de la retaguardia y otras partes de la anatomía se convierte en su liturgia, su altar y su religión. Estas palabras fluyen mejor al calor de los tragos, ya sea con eufemismos o sin pelos en la lengua.

Al margen de los dichos, el texto posee una calidad lingüística suntuosa. Como dice Cortázar: “En literatura, no hay temas buenos o malos. Hay solamente un buen o mal tratamiento del tema”. Pues el paceño es un maniaco de la palabra. Solo dice lo necesario. No pergeña descripciones alambicadas, no ornamenta. Los fantasmas de Bukowski, Carver, Capote se pasean por sus textos. De ese estilo es el primer cuento, que es una apología del trasero femenino: “Plomería” (a lo Sade). Le siguen otros como “La vuelta por San Silvestre”, “La magia del deseo”, “La señora de la farmacia”, etc. Hay cuentos de otros cortes: “Día de campo” (fantasía), “Nazario” (dramático), “Redondeado la cosa”, “Lectura obligada”, “Termitas” (cómicos), “Protesta” (de dictadura). La clasificación de los cuentos se hace infinita, pues, además, es profuso en su pluma (son 33 cuentos).

Por otro lado, “No pregunten a Rosángela”, “La noche que violaron a Rosita” y “Soplones” (policíacos) merecen un comentario aparte. En el primer cuento, el autor se divierte caracterizando a unos policías básicos y tontos, típico en la realidad boliviana, lo que intensifica el humor y más aun con sus monólogos sarcásticos. En el segundo, los personajes son atípicos y solo podemos extraer el interrogatorio de rigor. El tercero es cruel y macabro, cuenta con un desparpajo que raya en el sadismo o la displicencia. El detective a punto de jubilarse se parece al detective Harry Callahan que interpreta Clint Eastwood, duro y sin piedad, ladino, que no duda en usar tácticas sucias para llegar a la verdad. No se parece en nada a la personalidad digna de Auguste Dupin y su implacable lógica o la sutileza sabuesa de Sherlock Holmes. A ratos tiene esa frescura de periódicos amarillistas de crónica roja, con los alias de los delincuentes y la corrompida actitud de algunos guardianes de la ley. Muchas veces el lector puede fatigarse porque el narrador peca de repetitivo, pero no por eso palidece la acción, precisamente por eso los cuentos parecen sacados de un guion de Frank Miller. Además, los diálogos luminosos o monólogos perversos, oportunos, cortos y ácidos son un perfume dionisiaco que rezuman sus hojas, sal y pimienta de estos personajes poseídos por Baco.

Si bien muchos de los cuentos de Nisttahuz están inspirados en su vida, no desdeña la imaginación como herramienta de creación. Como su cuento “Día de campo”, en el que unas flores se convierten en arañas gigantes. Por otro lado, también le agradecemos que nos devele sus cruentas e intestinas batallas verbales con su hijo y todo su aquelarre de amigos y personas que lo rodean. Siento una catarsis en ellos y lo celebro. Además, aborda temas como la relación con su mujer y sus suegros (fábula nomás), y con sus examigos (aquellos que dejaron de serlo por hurtarle libros). No hay duda de este autor puede hacer cuentos de lo que sea, como en su anterior libro, Cuentos desnudos, en el que incluso la historia de su apellido sirve de material.

Estilo
Aparentemente, podemos decir que su escritura es facilona y antojadiza, pero nosotros no hemos estado en el duro parto de las palabras ni en la hechura del esqueleto argumental. No hemos estado en la depuración maniaca y masoquista de lo que Horacio Quiroga dice: “Los ripios” y esta tarea masoquista es implacable en su pluma. Es fácil dejar todo el barro, pero cribarlo hasta que solo quede un gramo es, como dice Stephen King, “tarea divina”.

Sus cuentos duran la extensión necesaria, muchos de ellos no han desarrollado su ciclo y ya expiran en una hoja y media. Es lo que Andrés Neuman dice en su dodecágolo: “Un cuento sabe cuándo finaliza y se encarga de manifestarlo. Suele terminar antes, mucho antes que la vanidad del autor”. Sus personajes y situaciones se fragmentan como un collage, son partes de un todo. Una comedia humana. De esta forma podemos pronosticar, sin riesgo a equivocarnos, que los personajes volverán a aparecer en otras situaciones y con otros nombres.

Empero hay cuentos como “Termitas” que no deberían expirar tan abruptamente. Son textos que tienen la vitalidad y el aliento para hacer de ellos una novela corta. Basta contar con personajes tan singulares y chistosos como dos niños ¿índigo?, que se ocupan de sacar de quicio a dos señores. Cuentos como este se escriben solos. El escritor los pone en el papel y ellos caminan. Así parece que pasó con esos dos niños de “Termitas”, que se muestran con un hambre opípara y pantagruélica: “No éramos dignos de sacar un pedazo de queso”. Las termitas estaban al acecho. “Eran pequeños pero comían más que nosotros”.

Otro de sus recursos es el uso del verbo en presente, una constante en su obra. El escritor dice: “Llega el sobrino de nuestra ama de casa…”, pero no lo aplica en todos los cuentos. Asimismo, sus títulos parecen haber sido puestos al azar, lo primero que se le ocurrió: “Un desdeñoso bostezo”. Aunque el cuento “Plomería” tiene uno de los mejores títulos que haya conocido.

Su prosa es parca, lapidaria, rauda y en su afán por describir personas y situaciones, refleja la idiosincrasia del pueblo boliviano y del hombre en general. Diálogos triviales, bagatelas o temas trascendentes contados con una filosofía popular y lógica rusticana. La vida baladí de las oficinas, los affaires entre el jefe y la secretaria. Lo que se considera, a decir de Bakunin, las necesidades imprescindibles del hombre: la comida, la bebida, el sexo, el amor, etc. Y si él no lo hiciera, ¿quién lo haría? Hay escritores que buscan temas pomposos en aras de la inmortalidad.

A partir de la página 91 de Desquiciados, maniacos, diferentes, Nisttahuz comparte con sus lectores sus avatares literarios. Consejos para escribir, concursos literarios, presentaciones de libros, relaciones de editores con escritores, etc. Que no sorprenda hallar en estos textos ensayos y libelos amalgamados. “De ahí surge mi teoría de que la mayor parte de suicidas son optimistas, que cuando ven sus ilusiones hechas tiras, no pueden soportarlo. Los pesimistas sabemos a qué atenernos”. También está salpicado de máximas célebres como la de Montaigne. No es un alarde de pedantería, completan el contexto. También él aporta con sesudas cavilaciones: “Tal vez tenemos la ventaja de asumirnos desde niños solos ante la muerte” y otras más personales: “Quien se deleita con un paisaje, también debe deleitarse con un cuerpo”. Son aforismos de su propia cosecha.

Además, tiene finales sorpresivos y otros en los que no se nota el trabajo de relojería. A esto es a lo que yo llamo intervenir en un cuento casi sin tocarlo. Ya no se elabora ni el final. Si no fuera por el papel y el escritor como medios físicos, se diría que uno solo contempla la vida. Julio Ramón Ribeiro decía que uno tiene que estar en constante reinvención del cuento, elaborando nuevos decálogos. Y ya para terminar este comentario diré que el último cuento, “Calibre 32”, es el tiro de gracia que nos da el paceño. Es un bello souvenir como dice su personaje: “Me di la vuelta para recibir un balazo en el estómago, mierda, me has baleado, carajo”. Y parece que más nos han dolido a nosotros los lectores, pues son las esquirlas que saltan a nuestro rostro y nos dejan estupefactos por esa sodomización de la palabra. Bello souvenir el que nos deja en la memoria y la retina este maniaco, pero maniaco de la palabra.

Fuente: Revista 88 Grados