Un análisis jurídico-literario sobre derecho y tecnología
Por: Ariel Mustafá Rivero
Mucho se discute hoy día, en los ámbitos de la literatura, acerca del ensayo como uno de sus géneros. Del ensayo podemos decir “que pretende ser un escrito en el cual el autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito que las sostiene”. Al respecto, Andre Gide se refería a los trabajos del padre del ensayo, Montaigne, indicando que éste no llegó a sublevarse contra la erudición, tan común en su tiempo, sino que supo asimilarla, hacerla suya, hasta tal punto que en nada estorbe a su pensamiento.
Sé que alguien que dictaba cátedra, en la época que Erika Bruzonic estudiaba derecho, le dijo: “tratas el derecho como un segmento del imaginario colectivo, sacándolo del asiento de realidad que tiene, y por lo tanto, para ti, el derecho tiene tanta razón de ser como la novela, como el cuento o como la astrología”, parafraseo, no cito.
Con la lectura de la obra de Bruzonic podemos adivinar una respuesta: ella sostendría que no se puede encajonar el derecho en corrientes vetustas, que no aportan al ser humano en la solución de sus conflictos, sin poder apostar a buscar soluciones en las nuevas tecnologías, porque si todo cambia cuál sería el propósito de un derecho inmutable.
Ése, me atrevo a decir, el origen, la génesis de Dos ensayos jurídicos. Decía que no es casual el título de la obra, la escritora de ficción Bruzonic no le permite salida a la Dra. Bruzonic. Y ella nos tiende un anzuelo, una trampa.
Erika se acerca a las nuevas tecnologías, al mundo súper conectado por sistemas de comunicación impensables hace 50 años, un mundo con un desarro-llo en informática que deja caducos cada día los más vanguardistas pensamientos.
Deberíamos suponer que sus ensayos estén llenos de links, chips, www y resmas de datos de alta tecnología. Pero no, y he aquí, creo, una de las trampas, ella retorna a los orígenes.
Tomas de Aquino y San Agustín son parte central de su pensamiento, Platón está presente con sus ideas. La obra intenta juntar a la tecnología y mezclarla con la filosofía, la teología y, por supuesto, las ciencias jurídicas.
Si antiguamente las ciencias jurídicas debían acercarse a la filosofía mediadas por la teología, hoy ésta, la teología, es suplantada por la tecnología, pero no cualquier tecnología, sino la de la información y la de la comunicación. Osada propuesta.
Si el derecho divino nos hablaba de un Dios atemporal, a-es- pacial, no otra cosa es el ciberespacio: atemporal, a-espacial.
El mundo de la informática nos tiene presos. No es ni medianamente parecido a un dios que nos vigila, pero por cierto sabe muchas de las cosas que nosotros hacemos, formamos parte de aquello que existe sin ser inexistente. Por la informática, el derecho a la privacidad es un recuerdo absurdo, la tecnología puede conocer más de uno que uno mismo, o por lo menos recordar más de uno que uno mismo, sabe en qué gastas tus ingresos, si compras libros o haces ricos a los dueños de los bares. Basta pasar nuestras tarjetas plásticas por cualquier terminal para que alguien haya archivado ese movimiento, pero ese alguien puede estar aquí, a la vuelta, o en la central del banco en Nueva York; o el fabricante del producto que compraste puede saber que alguien, o sea tú, utilizas sus preservativos, pero claro, él está en Tailandia.
¿Cómo se regula eso?, se pregunta Bruzonic. ¿Quién lo regula? ¿Me rijo por las leyes del país en el que estoy comprando?, o por las del país que emitió mi tarjeta de crédito, ¿por qué no las del país donde se fabricó el producto?
Derecho y tecnología, la última le da posibilidades a la primera para determinar el “bien común“, el nuevo bien común, pero ya no determinado, valga la redundancia, por el receptor, sino por el otorgador.
Ya no se piensa en el otro, ¿ius gentium? No, el receptor debe adherirse porque el bien común no está pensado para él. Firme en la línea punteada y sus sueños se harán realidad, nosotros ya pensamos por usted, no piense, y así piense igual deberá firmar, este documento no tiene cambios. Eso es parte de la globalización.
Pero me atreveré a hacer otra conjetura acerca de la globalización y el texto en cuestión. Creo que la doctora Bruzonic utiliza el derecho romano como metáfora de lo que hoy se llama globalización. Legisladores que dictan normas para los bárbaros sin importarles que piensen los bárbaros, pues seguro ni piensan. Hoy, sabemos tanto del mundo y no conocemos nada de él. Todos nos uniformamos, todos pensamos igual, el bien común viene etiquetado y con código de barras.
Erika Bruzonic arriesga con dos ensayos y no con monografías sobre el tema.
¿Cerca de lo literario lejos de lo académico? ¿Alguien se animaría a apostar? Dos ensayos Jurídicos. Erika Bruzonic. Editorial Gente Común. La Paz, 2008.
Fuente: http://www.la-razon.com/versiones/20080330_006227/nota_269_569466.htm
04/02/2008 por Marcelo Paz Soldan