05/02/2025 por Sergio León

Tres libros bolivianos de segunda mano

 

Por Jorge Saravia Chuquimia

Resulta en cierto modo una osadía no imaginar la satisfacción profunda que siente un lector, a lo largo de su vida, cuando adquiere un  libro de segunda mano. Por eso estimo que es un acontecimiento fantástico en el que influyen diversos motivos que incitan a tomar esta decisión. En mi caso, el alto precio de un ejemplar nuevo, el interés por adquirir una obra agotada, el completar una colección específica, el adquirir una primera edición o el simple hecho de poseer por fetiche. Pero, a contramano, puede suceder que tenga un precio descomunal por ser un título de un autor boliviano importante y que su edición haya sido limitada, de que perteneciera a la biblioteca de un ilustre personaje o que el ejemplar esté autografiado por su propio autor. Ahora bien, este artículo expone mi experiencia de tres posesiones que conservo, de otras tantas, como un hecho poético.

Son tres libros que pertenecen a mi biblioteca y los conseguí dos en los puestos de libros usados del Mercado Lanza y uno en el pasaje Núñez del Prado, de la zona central, de la cuidad de La Paz. Los tres pertenecieron a estantes de famosos autores bolivianos. Empecemos señalando que Carlos Medinaceli (1898-1949) poseía Lejanía Interior (1937), de Eduardo Ocampo Moscoso (1907-1989) y que Jaime Saenz (1921-1986) contaba con Los mitos de Cthulhu (1970), de HP Lovecraft (1890-1937). Estas dos piezas de colección las obtuve del Lanza. Finalmente, Ismael Sotomayor (1904-1961) conservaba Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia (1920), de M. Rigoberto Paredes (1870-1951) y lo hallé en el pasaje Núñez.

Toparme con ellos fue un hecho poético, porque hubo una interconexión del tiempo con el lirismo. Es decir, los encontré por casualidad en un momento dado y esto me proporcionó un estado de sorpresa y sutileza como cuando uno lee poesía. Casualidad, en el entendido de que los libreros no tenían conocimiento de quienes eran los anteriores propietarios de sus pertenencias literarias. Estas reliquias se fueron revelando a medida que los abría para ojearlos. Las tres obras tenían marcas de lectura y de escritura y grande fue mi sorpresa, cuando los visualicé y los examiné. Estas huellas eran la representación del tiempo y sus profundas implicaciones con lo fugaz. Marcas, que, al mismo tiempo, suponían ser imágenes y esto me evocaba a la esencia de la poesía.

Explorar las tres piezas pasadas supone descifrar incógnitas del tiempo pasado, a la vez que admite cierta atracción sensual en el presente. Estos deseos se cumplen al mirar las marcas y las anotaciones que contienen en sus páginas. Es una seducción que posibilita intuir que pasó en sus vidas anteriores o cómo los trataron sus anteriores dueños. En el libro de Medinaceli estan sus marcas de corrección gramatical hechas a mano, con bolígrafo rojo, En la página 6 subrayó “tus besos serán una mentira, buscando en esos labios…” y coloca “gerundio”. En la contratapa afloran dos inéditos escritos con lápiz negro: el poema Tierra y Estaño y el borrador de un discurso que debía brindar en la Embajada de México, por la muerte de Trotski.

En el libro usado de Saenz encuentro información gráfica de cómo visitaba a sus libros. Existe un sello en tinta china negra que reza “Biblioteca Jaime Saenz” y están patentes en las páginas de este libro. Luego en el “Prólogo. A la primera edición” hay una firma suya acompañado de “’73”, que supone 1973. A continuación, hay subrayados en lápiz negro de frases (marcas de lectura) que le parecían impactantes, “En el Romanticismo, ya no se cree en los muertos, pero éstos aún dan miedo”. En la última hoja, surgen anotaciones de un nombre y un número telefónico con marcador de color negro “24521, Martínez” y en un recuadro, comentarios en forma de estrofa, con micropunta de color negro, “Título en forma de/ subtítulo para disimular/ el título y nombrar al/ subtitulo y ofrecer al lector:/ La andanza del oro” (marcas de escritura). Estos trazos me producen un impacto visual perdurable, en su conjunto, como dibujo

En el tomo de Sotomayor, de igual forma, aparece su firma y un sello de forma elíptica con tinta de color azul, “Ismael Sotomayor. La Paz – Bolivia”, que están estampadas en el medio de las hojas, encima de los párrafos. Este  libro huérfano tiene el inconveniente de no poseer las tapas, pero las hojas amarillentas están completas y muy bien conservadas. Con esto, sí tratamos el concepto de tiempo como una esencia poética, puedo decir que este  libro de segunda mano es una forma de “memoria”. Uno que guarda dos historias, una, la del título del libro y otra, sus notas y subrayados con plumafuente de color azul, “Laikas, es el nombre genérico de los brujos; pero, cuando tratan de diferenciar cierta categoría…”. Sospecho, que el añejo escritor leía fragmentariamente (sobre los mitos aymaras), pues no todas las hojas están rayadas.

Concluyo este artículo a manera de reflexión, indicando que tener estos objetos literarios usados no significa que, por si solos, tengan un peso poético, sino, que yo asumo esta tenencia como un hecho poético. Creo que estos volúmenes sin hogar me buscaron o, mejor dicho, yo los encontré una morada en mi biblioteca. Son parte de mi compañía. Y es mi memoria la que me induce a ver el tiempo como efímero dentro de una percepción poética y mi inspiración (para este desliz) son estos tres  libros de segunda mano.

Fuente: La Ramona