Tirinea : en la memoria de la literatura
Por: Ángela Quinteros Escritora
Han pasado casi siete años de ese encuentro. Estaba a unas semanas de entregar mi proyecto de investigación de tesis. Por esos días había nombrado al que sería mi tutor. Después de que él leyese el proyecto lo primero que me dijo fue que el trabajo de casi un año no servía para nada.
Le mencioné lo que en realidad quería proponer, pero no me atrevía y me dijo que el tema de la autoconsciencia literaria sí podía funcionar; pero mientras tanto debía enfocarme en aprobar esa materia, eso era lo importante en ese momento. Este proyecto carente de sentido que había trabajado toda esa gestión académica fue el pretexto para buscar al autor de Tirinea.
Cuatro meses después de esa charla, el autor chaqueño dejaba este mundo, muy posiblemente fui una de las últimas personas en realizarle una entrevista. Nunca la transcribí menos la publiqué, de esa charla sólo tengo algunos apuntes y sobre todo recuerdos. Urzagasti me pidió que no grabe, me dijo que desgrabar es un trabajo muy arduo y que eran mejor los apuntes. En esos momentos me hablaba el que fue el jefe de redacción del extinto periódico Presencia.
La charla por teléfono fue breve. Luego de presentarme y de que él accediese a la entrevista quedamos la fecha del encuentro: martes 4 de diciembre a las cuatro de la tarde del año 2012. Cuando colgué no cabía de felicidad.
Llegué 30 minutos antes, tuve que hacer hora rondando su casa hasta que sean las 16.00. Me recibió Sulma, su esposa, quien después me presentó a Jesús. La entrevista fue en una habitación mediana, con un estante de libros a la derecha y en el centro había una mesa con unas sillas donde nos sentamos para hablar. Él mateaba y yo tomaba un café destilado.
Cuán acostumbrado estaba a ser entrevistado. Para mí era mi primera entrevista. Espero que mis nervios no hayan sido muy evidentes. Él expresaba mucha confianza y experiencia al hablar. No había antipatía ni tampoco percibí aires de grandeza, Urzagasti se mostró sencillo, bromeó en los momentos indicados, pero me miraba con cautela estudiando mis movimientos, mis palabras.
Hablamos de Tirinea y de sus personajes, de la muerte y los latinoamericanos, de la literatura y su utilidad, también ironizó sobre la antropología.
Este 2019 Tirinea cumple 50 años de su primera publicación. Es una novela boliviana distinta a las escritas en ese momento. No fue muy bien recibida al principio, la crítica de ese entonces pensaba que las novelas literarias debían hablar de la situación social y no ponerse a reflexionar sobre el acto escritural y la literatura. Tirinea es una llanura olvidada en la memoria de los ángeles, así es descrito este espacio onírico dentro de la novela que lleva su mismo nombre. Luis H. Antezana la recuperó de los escombros del olvido y desde entonces ha quedado en la memoria de la literatura.
Sobre su primera novela Urzagasti me comentó que, en un momento dado, mientras redactaba esta narrativa se vio a sí mismo escribiendo y narrando, no pudo dejar de verse ridículo, pero fue tan importante este suceso que lo agregó a su escritura. Se hizo consciente del acto escritural. “La escritura colinda con la locura y si no te das cuenta de anticipo puedes dejarte llevar por ella”, dijo para concluir el haberse visto narrando y escribiendo.
Tirinea tiene dos personajes principales: Fielkho y el viejo (este último no tiene nombre y es una creación literaria de doble partida, de la novela Tirinea y de la novela que Fielkho escribe). Cuando Urzagasti mencionó al viejo, lo denominó como una especie de guía espiritual, también como una memoria.
Al viejo se lo podría considerar como uno de los más relevantes personajes de la literatura boliviana. No es un anciano tradicional, es irreverente, colinda con lo fantástico porque nunca se enfermó, él es la Muerte y es el único habitante de la llanura Tirinea, además que es consciente de su existencia ficcional, aunque se cree mejor que su creador, Fielkho.
Cuando en la entrevista le pregunté a Urzagasti sobre su opinión de la muerte y su presencia constante en Tirinea me citó de memoria un fragmento de esta novela: “soy lo que dura el coito entre la vida y la muerte. No tengo arte ni parte en lo que hacen estos obstinados amantes y como estoy privado de eternidad, soy el único que aspira a ese hermoso silencio”. Para Urzagasti la concepción de los latinoamericanos con respecto a la muerte es diferente a la de los europeos, por ejemplo, “nos aproximamos a ella, convivimos con la muerte”.
También me habló de la literatura y la comparó con un jarrón chino: “es hermosa pero inútil, porque nadie podrá hacer limonada en ella”. Estaba embobada con el autor, no le discutí que para mí el arte es lo que permanece, es lo eterno, aunque no resuelva las crisis sociales, ni económicas ni tampoco expulse a dictadores de turno.
Se burló de la lectura antropológica que en un momento se realizó a su novela. “He puesto a propósito eso de que Fielkho entrará en las estadísticas antropológicas después de su desaparición. Estaba siendo irónico, me estaba burlando de esa posibilidad”. Entre bromas me dijo que no le gustaba que los críticos de literatura lo busquen y quieran imponerle sus interpretaciones. “Soy un caballo que no se deja poner un lazo, así tan fácilmente”. Me pregunto, qué habría pensado de la lectura que hice de su novela, ¿le habría gustado?
Jesús ese día que fui a su casa me regaló Los tejedores de la noche dedicada y autografiada y yo, a manera de agradecimiento, le dije, o al menos pienso que lo hice, que leeré su última novela Un hazmerreír en aprietos y escribiré algo sobre ella. Hasta ahora no lo hice. Me queda pendiente. Como también me queda pendiente sentarme frente al escritor chaqueño y matear. Lo primero lo haré mientras esté con vida, lo segundo que es un poco más difícil, pero no imposible, lo realizaré cuando haya saltado de la ventana, la ventana de esta casa que es la vida, al parque, ese parque donde se encuentran los muertos queridos y donde ahora él se encuentra.
Fuente: Letra Siete