El atardecer sombrío
Por: Jaime Saenz
Flota una melodía muy antigua en las glándulas. Los trazos llanos y sombríos del recuerdo hallan una húmeda, asombrosa, conmovedora estratificación en el ser, que anda, anda anda, sin consuelo, a través de la rotonda que es el panorama, el clima, la vivencia a la que ama.
Esa niebla morada, ese hálito sombrío que circunda las cosas, ha trasminado mi ser y mi sentir; y ahora soy una pobre vaguedad que recuerda, siente y sueña vaguedades.
Súbitamente, se tuerce la mirada hacia la izquierda, y un impulso de irse le viene a uno en medio de éste, que cree uno es un plenilunio. Pero la vaguedad de la tarde, el desconsuelo de la calle inclinada, y el andar suave hacia la tristeza inventada por el sentido-de-circunstancia de las cosas, hacen que uno haga el andar más pausado, y que no vea con más profundidad el paisaje y las gentes que adornan tan graciosamente el paisaje: uno va, otro viene, con un sentido tan alegórico. Luego, cuando se ha llegado a la máxima concepción de la blanca, rasa soledad, hay siempre una luz lejana, un grito, un presentimiento que le hace concebir algo nuevo, quizá una felicidad fuera de uno; un bienestar no orgánico, nada biológico; un bienestar, por así decirlo, fuera de uno mismo, un bienestar que le da uno a otro ser. Uno concibe, candorosamente, esta mecánica sin fin por tan sólo ver, fugitivamente, a un caminante de la calle que le clava la mirada triste. No se puede memorizar su paso, ni su objetivo, ni nada en él, pese a que constituye un objetivo vital de la existencia.
Un solo dato tengo para reconstruir el ser de este fugitivo caminante que se ha esfumado entre la nieve algodonosa de este atardecer: sus pasos. Unos pasos lentos, cansados, de pies que han andado mucho. Es corpulento, o así me lo parece. Su traje ha de ser raído y, tal vez, abigarrado, como hecho de otros muchos trajes. Su cabeza oscila a cada paso, y unas veces parece minúscula —hasta perderse casi— y otras enorme, con una cabellera gastada, casi con el sentido del sentido de la colina. No sé a dónde va, ni de dónde viene; pero tengo el profundo y remoto secreto de sus pasos. No es rara la vez en que, cuando me acoge el sueño aferrador (dulce también), se me presenta en el negro panorama la figura extraordinaria de sus pasos. Cuando esto ocurre, mi pobre hálito se cubre de un clima húmedo, de una mancha, de una melodía remota, como delineada por el violín que habría podido tener durante mi niñez.
* Texto inédito de Jaime Saenz que publicará la revista La Mariposa Mundial. Fue hallado junto a otros papeles escritos durante la década del 40
Fuente: www.laprensa.com.bo