Giovanna retornó a Las Camaleonas recargada
Por: Marcelo Suárez
Cuando uno se interesa por conocer la obra de un escritor, generalmente conviene comenzar por aquella que mejor define a su autor, sin que eso necesariamente signifique que se lo está encasillando o se desdeña el resto de su creación.
En el caso de Giovanna Rivero, no hay duda de que la obra de la escritora montereña se puede empezar a leer a partir de Las Camaleonas. Ella misma lo reconoce así, como también lo puede afirmar todo aquel que en su momento ingresó en ese universo narrativo, cuyas protagonistas principales son heroínas frágiles, crueles, histéricas y complejas, elementos que han estado presentes en la mayor parte de sus escritos, pero que tuvieron en esta novela, publicada por primera vez en 2001, la oportunidad de ser parte de una propuesta novedosa y arriesgada, la misma que algunos círculos conservadores no vieron con buenos ojos.
Ocho años después de aquella primera edición y a tres de la segunda, la escritora montereña regresó a Las Camaleonas, corrigió algunos aspectos que vio pertinentes y le añadió otros. El resultado es una versión ‘reloaded’ del libro, que llega en un momento crucial de la carrera y la vida de Rivero. Luego de haber sido incluida en la antología latinoamericana El futuro no es nuestro y publicado su libro Niñas y detectives en España (Bartleby), la escritora se apresta a dejar su cargo en La Hoguera para, a partir de enero, viajar a Estados Unidos y apostar a ese mercado. Antes, conversó con Brújula de la novela que marcó su obra.
– ¿Cómo fue volver a Las Camaleonas?
– Hubo una demanda inusual de lectores colegiales. No en todos los colegios la piden, pero no falta un profesor arriesgado que trata de mostrar otro territorio de la literatura. Así surgió la iniciativa en La Hoguera de que hagamos la tercera edición del libro, pero esta vez decidí corregirlo.
– ¿Qué te motivó a hacer una corrección ocho años después de la primera edición?
– Quizás antes no me había atrevido por pudor, pero esta vez dije: “Al diablo con el pudor, me tengo que enfrentar a lo que escribí hace tiempo”. Hubo errores de todo tipo, desde sintácticos hasta de usos técnicos. Pensé que iba a hacer una corrección de orden gramatical y de estilo, pero de pronto volví a conectarme con la onda de Las Camaleonas y decidí profundizar en algunos personajes que son muy ‘kitsch’, como el detective, que es un ordinario, un tipo que saca provecho de cualquier situación, como también en las psiquis de esas mujeres enfermas, que son todas histéricas. Si bien yo había estado huyendo en mis últimos cuentos de la histeria, en el tema literario vi que en Las Camaleonas ése es el meollo.
– Cuando publicaste Las Camaleonas ya te habías dado a conocer con otros libros, ¿cuál fue tu búsqueda cuando decidiste escribir esta novela?
– Mi búsqueda fue personal, no sabía en realidad cuál era mi voz fuerte, entonces exploré en una novela en la que la mayoría de los personajes son femeninos, son los que llevan la batuta. Estaba muy interesada en narrar la compleja psiquis femenina. La mujer como misterio es un tema que me apasiona mucho, en ese momento quería aproximarme a una voz femenina alterada, exaltada quizás y también por eso me alejé, porque no quería seguir bajo ese paraguas. Ahora que regresé al texto traté de no traicionar eso.
– ¿Te interesó siempre situar la novela en algún espacio geográfico o realidad social específica?
– Cuando la escribí, mi inspiración geográfica o el aire que respiraba era bien telúrica, o sea Santa Cruz. Ahora trabajé más en los personajes que en el espacio, porque coincidentemente en estos diez años con el vertiginoso crecimiento de la ciudad sentí que ya no era necesario marcar símbolos geográficos. El cosmopolitismo ya es natural aquí.
– Digo esto porque utilizas ciertos términos muy locales, como por ejemplo ‘pitillero’…
– En el registro sí sentí la necesidad de hablar desde una voz femenina que se ha desarrollado en Santa Cruz. Lo hago con soltura, me parece, y con el deseo de que esos registros regionales tengan el estatus de lo universal, sin una necesaria traducción metaliteraria.
– El libro provocó reacciones contrarias, tal vez porque tocó un tema al que no estábamos acostumbrados en la literatura local. Al momento de escribirlo, ¿pensaste en que podía dañar algunas sensibilidades?
– No pensé en eso ni en quienes lo leerían, la verdad es que lo hice como se debe hacer, con libertad y sin un pensamiento editorialista.
Tampoco sentí una reacción visceral de la gente a la que no le gustó el libro, pero sí percibí esa necesidad de ubicar la novela de inmediato en un nicho que era el género erótico, como una forma de mantener el establishment cultural. Cuando etiquetas las cosas es como que todo vuelve a la normalidad, entonces la gente está advertida y sabe que si toma ese libro está leyendo ese tipo de literatura. Esa primera reacción no fue del todo beneficiosa para mí como escritora, ni para el libro porque le cerró posibilidades de lectura.
– No obstante, luego de Las Camaleonas te enfocaste en trabajos más livianos, como el cuento infantil La dueña de nuestros sueños y un libro de relatos (Sentir lo oscuro)….
– Eso fue quizás una forma de decir: “Ahora que me metí al pantano, cómo me quito el moho”. Sin embargo, Sentir lo oscuro no es un libro que yo mencione mucho y no porque reniegue de él, sino porque pertenece a un momento de transición al que no he regresado, pues no soy una escritora de revisar mucho mis etapas. A ese libro no he vuelto. Por su parte, La dueña de nuestros sueños, que lo vamos a reeditar con La Hoguera, estoy mirándolo otra vez y creo que es una obra para nada light, es uno de mis libros más queridos porque hay un retorno y hasta un preámbulo a Sangre dulce, que es una obra más fuerte, para adultos. Ambos están en la misma aura, en el mismo espíritu. Claro que cuidé un poco más los registros, porque lo hice pensando en un lector más chico.
– Luego ganaste el Premio Municipal de Cuento Franz Tamayo, después vino Contraluna, Sangre dulce, Tukson, El futuro no es nuestro y Niñas y detectives, que fue publicado en España. ¿Cómo has percibido este proceso?
– Si bien hay un proceso natural que responde incluso a lo que vas leyendo y las cosas que vas descubriendo moldeando tu ética como escritor, creo que también responde mucho a una necesidad mía de extremar las búsquedas, es decir, ya estuve cómoda en este registro, ya trabajé con estos personajes, ahora quiero negarlos, trabajar sus antitesis. Creo mucho en eso de desapegarte de lo que te dio seguridad porque si no, no hay avance.
– ¿Desde un principio fue tu idea llamar la atención acerca de la subyugación del cuerpo de la mujer?
– Sí, pero no lo quise hacer como una moraleja de fábula, sino como un tema que me interesa mucho, el tema del cuerpo. Ese tema me apasiona, quizás porque he crecido en una ciudad en la que el culto al cuerpo es obsesivo, donde tu mediación con el mundo va por el cuerpo: si sos feo, si sos bello… es increíble el poder político-estético-cultural que tiene el cuerpo en esta sociedad. Eso me interesa porque tiene que haber una consecuencia a nivel humano con eso, algo que no termino de descifrar y además una modelación de los comportamientos femeninos a partir de esa dependencia del cuerpo. En Las Camaleonas está planteado el tema, todavía no lo he llevado hasta sus últimas consecuencias, justo estoy trabajando en un cuento para una antología en la que lo estoy retomando.
– ¿Ha cambiado en algo tu perspectiva respecto a las condiciones y diferencias de género desde que escribiste Las Camaleonas?
– Si existe feminismo en mi obra, no está enfocado en la equidad, es decir, la equidad es importante, pero no es un tema de mi obra, sino más bien la construcción de una individualidad femenina que tambalea, que es dolorosa; la pregunta que me hago es ¿Cómo ser mujer?
– Al leer la obra deduje que les das mucha importancia a las terapias y el psicoanálisis…
– Uno está vinculado a imaginarios y tendencias estéticas. Lo que yo siento que pasó fue que acompañé y fui parte de una escritura de mujeres que estaba sucediendo en otras partes del continente, en las que la terapia formaba parte del relato. Tal vez fue por un prejuicio, un sentimiento no del todo sano, de que ser mujer pasa por la enfermedad y por lo tanto tiene que haber una terapia. Había una lógica así de la que yo no estaba muy consciente y narré esa relación de una mujer con muchas carencias que necesitaba un diálogo terapéutico.
Fuente: El Deber