Tardan pero llegan…
Por: Luis H. Antezana
Tardan pero llegan. Nos faltaba un estudio monográfico sobre la obra amplia de Eduardo Mitre y, bueno, felizmente, ahora ya tenemos uno. Últimamente, dicho sea de paso, han ido apareciendo varios trabajos monográficos sobre los principales poetas bolivianos. Pienso, por ejemplo, en la colección “La crítica y el poeta”, coordinada por Mónica Velázquez —desde la Carrera de Literatura de la UMSA— y publicada por Plural Editores, donde ya contamos con volúmenes dedicados a la poesía de Jaime Saenz (2011), Óscar Cerruto (2011), Edmundo Camargo (2011), Blanca Wiethüchter (2011) y Ricardo Jaimes Freyre (2012). Con matices de perspectiva, obviamente, podríamos asociar este Eduardo Mitre de Guillermo Ruiz Plaza a ese reciente esfuerzo por ayudar a leer más de cerca y más frecuentemente la poesía boliviana.
Este Eduardo Mitre de Ruiz Plaza, decía, se ocupa de la obra amplia de Mitre, es decir, examina con detalle su poesía, pero, también, no descuida la otra parte de su obra: el ensayo literario. Empieza con la poesía, cuyo trayecto persigue desde Elegía a una muchacha (1965) hasta El paraguas de Manhattan (2004) y, en una segunda parte, examina sus ensayos críticos relativos tanto a la poesía boliviana como a la hispanoamericana. Sigamos, brevemente, sus pasos.
De partida, comparando Elegía a una muchacha con Ferviente humo (1976), destaca muy bien el tránsito de un trabajo con imágenes al de la nominación ostensible (valga la casi redundancia) que será una de las características de la poesía de Mitre posterior a la Elegía. Luego, examinando Morada (1975), subraya el carácter espacial que empieza a frecuentar la poesía de Mitre y donde, recordemos, entre otros medios, experimenta con la llamada “poesía concreta”. Esta atención espacial no altera, desde ya, su tendencia nominativa sino la arraiga, se diría, más cerca de la página blanca —su “espacio” más íntimo e inmediato— en la que se inscriben sus versos y tensiones. Desde ya, Ruiz Plaza afirma que Morada ya diseña el ámbito en el que, luego, transitará la poesía de Mitre. En sus palabras: Morada “[s]e erige así como el eje central alrededor del cual gira el discurso poético mitreano. En ella residen las marcas fundamentales de la obra posterior y, en su vínculo problemático con Ferviente humo, la estructura ética y estética de la obra poética en su conjunto” (: 33). Luego, siguiendo con Mirabilia (1979) hasta El paraguas de Manhattan analiza y destaca las (otras) principales preocupaciones y tensiones presentes en la poesía de Mitre. Ahí, destaca algunos senderos frecuentados: la constante dialéctica entre celebración y elegía, la introspección autobiográfica (Desde tu cuerpo o “Yaba Alberto”), su atención histórica y contextual, y, claro, indica y analiza la permanente atención crítica hacia el alcance de sus versos, en particular, y de la poesía o literatura, en general, o sea, la actitud crítica inscrita dentro de su labor poética.
Todos estos temas y variaciones, Ruiz Plaza los examina con un método analítico que no agota todos los poemas contenidos en los libros sino privilegia algunos que serían claves representativas de los temas —y variaciones— objeto de estudio. Ahí, en cada caso, es minucioso (detallista) y sus argumentos examinan, paso a paso, todos los matices formales y significativos de los versos objeto de análisis, para así demostrar los alcances del tema o del libro que, en su momento, le ocupa.
Luego de examinar la poesía, Ruiz Plaza se ocupa de los ensayos de Mitre y, muy apropiada y lúcidamente, a lo largo de esta sección, el analista se las ingenia para no dejar de establecer puentes entre este género y la poesía. La permanente actitud crítica —también, autocrítica— presente en la poesía de Mitre le sirve de horizonte para los ensayos que son, sobre todo, ensayos de lectura literaria crítica. Ahí, distingue y, a la vez, conjuga, en sus términos, al ensayista como pensador y al poeta como pensante (: 60), donde, dicho sea de paso, las palabras se desplazan linealmente en el prosista, mientras avanzan el espiral con el poeta (: 57). Los puentes que propone Ruiz Plaza son harto intensos porque en ellos el poeta y el ensayista se entretejen, a veces, hasta el detalle, más aún cuando recordamos que Mitre es, sobre todo, un lector de poetas y poesía (s). Así, un primer puente son cartas de Mitre en las que él medita sobre la escritura de dos de sus (propios) poemas (“El peregrino y la ausencia” y “Carta a Susana San Juan”). Obviamente, ahí, vía el género epistolar, el crítico dialoga inevitablemente con el poeta, es decir, en este caso, prácticamente, consigo mismo. Análogamente, otro puente, aunque no tan “personal”, implica directamente, una vez más, las dos ocupaciones de Mitre: ahí, Ruiz Plaza analiza el paralelismo existente (tema y variaciones) entre, por un lado, los poemas y, por otro, los ensayos que Mitre les ha dedicado a tres autores: José Eduardo Guerra, Óscar Cerruto y Jaime Saenz. Así, puede demostrarnos cómo o qué dicen el poeta y el ensayista respectivamente sobre un mismo tema. Estos dos son, creo, los dos instrumentos más intensos para marcar las afinidades —y diferencias— entre las dos ocupaciones de Mitre. Luego, por medio de muestras representativas, diseña los contextos boliviano y latinoamericano que acompañan los ensayos de Mitre. En el primer caso, explicita sus lecturas de José Eduardo Guerra, Ricardo Jaimes Freyre y Edmundo Camargo; en el ámbito latinoamericano, destaca sus lecturas de Vicente Huidobro, Juan José Tablada y Octavio Paz. Una palabra sobre este último. A diferencia de Huidobro y Tablada, Mitre no le ha dedicado un ensayo relativamente extenso a Paz, pero, la presencia —sea puntual o dispersa— de Octavio Paz en la obra de Mitre es tan evidente que, con razón, Ruiz Plaza lo trata como si la suma de sus partes constituiría un largo ensayo relativo. Efectivamente, Paz es un buen contexto afín y alterno para acompañar la lectura de Mitre.
El único desliz —si se puede decir— en este libro es, curiosamente, el título —digo “curiosamente” porque, en general, uno no empieza sino acaba con el título de un cualquier texto. Por la conjunción Mitre, por un lado, y, por otro, la generación dispersa, uno espera un tratamiento proporcional de ambos temas, pero, en rigor, el segundo término de esta conjunción (“la generación dispersa”) es relativamente puntual, indicativa y conjetural, pues, solo le dedica 7 de las 127 páginas del argumento. Salvo ese desliz, por lo demás, es decir, por las otras 120 páginas argumentativas y demostrativas, sin duda, este libro nos ofrece un detallado y muy ilustrativo, también acertado, recorrido por la obra amplia de Eduardo Mitre.
Tardan pero llegan, felizmente, para reactivar la lectura de, en este caso, una de las más notables producciones de la poesía boliviana.
Guillermo Ruiz Plaza
Eduardo Mitre y la generación dispersa. La Paz, Gente Común-Editorial 3600, 2013, 134 pp.
Fuente: Tendencias