Soundtrack para Universo Irisino
Por: Mayra Romero Isetta
(Texto leido en la presentación de Las visiones, en la ciudad de Cochabamba, 2016)
La sinestesia se define como la percepción interferida de los sentidos: oler colores, escuchar sabores, por ejemplo. Cuando comencé a leer “Las Visiones”, esta percepción tuvo una manifestación muy particular: cada cuento tenía música propia; cada relato comenzaba a sonar en mi cabeza con un tema que –rescatado desde los rincones más oscuros de mi memoria- aportaba no sólo la banda sonora que acompañaba la narración, sino que también me permitía enfatizar las sensaciones en los puntos álgidos de las historias, los personajes y sus visiones.
El autor recurre al spin-off de una obra anterior, Iris, donde crea un universo distópico y postapocalíptico en el que sus habitantes sobreviven a condiciones climáticas y sociales más que adversas; las mismas que retornan en esta serie de relatos, causando que las situaciones que viven los personajes sean más tensas aún, y qué mejor manera de intensificar estas sensaciones de dolor, incomodidad, paranoia y nostalgia, entre otras, que con música.
El hecho de que el hilo conductor de todo el libro se constituyera en las alucinaciones que sufren los personajes, se vio reforzado por esta súbita aparición de música a medida que iba leyendo, pues las visiones se veían aumentadas con las canciones que se apropiaban de las tramas. “Un universo con muchos universos” como diría el mismo autor.
Como un álbum que recopila los mejores temas, catorce piezas musicales acompañaban los cuentos. Ya sea por la letra o por la composición musical, la vivencia de las visiones se hacía más intensa. De los catorce, he rescatado siete:
‘El ángel de Nova Isa’ sonó con White Rabbit de Jefferson Airplane, tal vez hice esa asociación por culpa de la cultura popular que relaciona esta canción con los viajes más raros provocados por drogas, sin embargo, ahí estaba, sonando con el bajo marcando el ritmo hipnótico que me hacía imaginar –alucinar- a este ángel dealer tan vívidamente.
“Quizás no se trataba de ninguna enfermera, quizás era alguien venido del cielo pa consolarlo andes de que se descarnara. No un demonio sino un ministro de Xlött, porq’ esa mirada, ese gesto habían sido angelicales. Sí, eso era. El ángel de Nova Isa lo había tocado” (Paz Soldán, 2016, p. 39).
Cuando terminé de leer el cuento me quedé con el antojo de buscarlo y de pedirle que me proveyera esas sustancias para escapar de la realidad.
Los ‘Pájaros Arcoíris’ fueron acompañados con Beethoven y su Quinta Sinfonía alineados al ritmo de la música, marchando como soldados multicolores en un pentagrama: siete colores, siete notas. Un pájaro multicolor dirigiendo la orquesta. Todo armónicamente dispuesto, porque “La enseñanza de los pájaros arcoíris era que solos no éramos nadie mas todos juntos podíamos ser el Dios”; así como una nota por sí sola no estremece los sentidos y debe formar parte de una sinfonía.
La solemnidad de esta pieza musical asociada con el anuncio de los colores fue efectiva: saberse de un color para buscar, saberse de otro color para encontrar.
El ‘Dr. An’ y sus conflictos internos automáticamente despertaron un coro: “Crazy” del tema The Trial de Pink Floyd. Ser una hoja, luego un hombre, luego una hoja, que gira entorno a su propia locura que a la vez constituye su propio mundo.
La capacidad pa la maravilla ante cosas q’el mundo acepta como normales suele ocurrir nuna mente superior. Probó ser dotro nivel cuando descubrió esos efectos inesperados de la conversión de la serotonina (Paz Soldán, 2016, p. 71).
La canción perduró aún después de haber terminado la alucinación del Dr. An, como recordándome cuál es el destino infinito de este personaje atrapado en el universo creado por Paz Soldán.
En ‘El próximo movimiento’, la música de War Pigs de Black Sabbath fue tan precisa con la lectura que me atreví a pensar que el autor la escribió escuchándola, como una mini ópera. La canción comienza lenta y tediosa, justo como el principio del cuento: un francotirador asoleándose mientras espera la aparición de sus víctimas. La velocidad de la cadencia de la percusión y de la guitarra va en aumento, y coincide con el momento en el que el francotirador abre fuego, los sonidos producidos por esta banda de rock emulaban en mi mente a los disparos retumbando e impactando en las víctimas.
‘Luk’ fue la lectura más triste, un personaje abandonado por sus familiares debido a su discapacidad. Segregado en el gueto en donde quienes sufren algún tipo de invalidez son aislados y paulatinamente olvidados. Triste, porque su paralelismo con la actualidad es abrumador y a la vez porque mientras leía, tuve una visión: Luk tratando de cantar a su hermano “Piensa en mí cuando sufras, cuando llores también piensa en mí”, intentando imitar la voz lastimera de Chavela Vargas, esforzándose por articular las palabras antes de perderse en su mundo interior.
Sus labios se movían mas no pronunciaba palabra. Las mejillas se habían contraído, su cara parecía haberse achicado. Los músculos de los brazos y piernas continuaban el proceso de atrofia, el cuerpo se reducía y se envolvía sobre sí mismo. Alargó la mano, gelatinosa, y yo se la di y no pude evitar un estremecimiento (Paz Soldán, 2016, p. 86).
No sabría decir si ‘Los tigres de Kondra’ fue destino o coincidencia. Leía el relato en mi tiempo libre, aparentemente sin prestar atención a los sonidos de mi entorno, y eso incluía la música. Llegué a la parte del acecho de los tigres. “Las hojas de los árboles temblaban como si toda la selva tuviera fiebre”. El personaje principal estaba agotado por un escape fallido e intuía que no faltaba mucho para que las bestias cayeran sobre él. Ese momento, en el que el protagonista está expectante al ataque, me percaté que sonaba “Afuera” de Caifanes, sonaba el segmento en el que el tema es instrumental, con un punteo de guitarra y la percusión sonando como un reloj. Cuando finalmente los tigres atacan, la canción volvió a su modo fuerte y agresivo.
El relato que llegó a mi fibra más sensible fue “Anja”, una niña con un vínculo particular con los animales. Mostrando la perfección de un relacionamiento con animales contrapuesto al relacionamiento –superficial e insípido- entre humanos. Mientras leía cómo esta muchachita contemplaba las nubes pensando en el hospital de animales, la melodía que apareció gradualmente en mi mente fue “Acuario” del “Carnaval de los Animales” de Camille Saint-Saëns.
Los sonidos agudos de esta pieza me transportaron a ese estado de meditación profunda, a identificarme con una fuerza instintiva que me llevó a pensar que mi lado salvaje sigue latente. El ritmo hipnótico de este tema clásico logró que en cierto momento fuera Anja, y que, en mis tribulaciones, me desdoblara y, como los magos de los relatos de antaño, pudiera entrar en el cuerpo de algún bichito y volar, nadar o correr como ellos.
Finalmente, el silencio. Cerrar el libro, volver a la realidad, asimilar que estas visiones desaparecen cuando las hojas vuelven a juntarse. Sé que si vuelvo a leer el libro, algunas canciones cambiarán, otras no; sé que otros cuentos se apropiarán de la música, y la música de ellos. Pero lo que es seguro, es que cuando vuelva a leerlo, las visiones volverán, con o sin música.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio