Puentes con el amor y la escritura
Por: Gaby Vallejo Canedo
José Antonio Valdivia, un romántico anclado en siglo XXI. La noche, el amor, la mujer perdida, la soledad, la luna, la escritura como condena y salvación, son los ejes narrativos con los que construye su novela. El deleite permanente con el soliloquio, la auto conmiseración, la deconstrucción y construcción perenne de la intimidad, la autofagia, son las constantes de un monólogo narrativo del solitario protagonista que confirman que José Antonio Valdivia, es una especie de romántico anclado en siglo XXI.
Al mismo tiempo, José Antonio Valdivia es el escritor moderno, que se mueve en una intertextualidad constante, en un rico territorio literario explícito e implícito que alimenta la novela. Los antiguos mitos y temas literarios artísticos construidos por antiguos escritores ingresan como sustento, como símbolos, como dimensiones vívidas en medio del nuevo relato: Penélope, Lorelei, el Nevermore de Gauguin y el de Poe, el Ulises, el Cíclope, Niezstche, Hemingway, Chejov, Flaubert, etc.
Otra herencia literaria menos perceptible, pero presente muestra su fuerza de intertextualidad. Podemos estar equivocados pero una fuerte atmósfera cortaciana, semejante a la “Rayuela” va creciendo a medida que leemos la novela: un puente como centro o eje narrativo, la risa seria, el riesgo como símbolo de cambio, las inasibles mujeres Maga y Talita en Cortázar, Penélope y Lorelei en Valdivia, el Clochard de Paris de “Rayuela” y Ezequiel, el enigmático borracho del puente de la recoleta, el río, como espacio perenne discursivo, etc.
Los pocos personajes que se mueven en torno al protagonista llevan un fuerte antagonismo entre sí. Frida, la casera, la casamentera, la cocinera que se mueve en lo cotidiano aterriza permanentemente al personaje central en el cuarto, en la comida, en las deudas.
Chapaco y Minero, jóvenes ordinarios, violentos, que también habitan la casa de Frida, no sólo hostigan constantemente al protagonista, sino le propina la peor de las palizas que fatalmente le imposibilita acudir a tiempo al puente a la cita final, fundamental, al encuentro mayor con Lorelei. A raíz de este hado terrible, se produce la pérdida del nexo, la pérdida definitiva del amor. Después, el puente estará vacío, para siempre.
En el territorio antagónico de los personajes, dos mujeres: Penélope y Lorelei, las mujeres que pueblan de amor la soledad del escritor protagonista. Penélope, luz, cuerpo de mujer, provocación, sugerencia y finalmente evanescencia, desaparición. Lorelei, la mujer de puente, nocturna, incógnita, cercada de misterio y seducción, fugaz e igual que Penélope evanescente y perdida en el desencuentro. Ambas mujeres, fugaces e inasibles, transformadas por el escritor en enormes motivos de escritura.
Un personaje extraño, nocturno siempre, cargado de un saxo y un acordeón, nexo con todos los personajes de la novela, medio artista, medio payaso, Epifanio, se mueve entre el circo y la casa del retorno. Recuerda de algún modo, ya lo dijimos, a los clochards de Cortázar, a los marginales de singular profundidad.
Al centro, el protagonista sin nombre. Se autodefine, como “El Navegante”. Las imágenes que le acompañan y que son una autodefinición, tienen que ver con una connotación de mar, de agua, de errancia de navegante:
“… a ratos menos sumergido y aunque hoy a la deriva, Navegante todavía” Pag. 9.
“…alguien que si bien cayó ya en el ojo de fuerzas contradictorias, aún no renuncia a su vocación de timonel” Pag 13.
“Según verifico, ahora soy un naufrago completo. El mar que me contiene o retiene es un mar de sales amargas” Pag. 18.
En algún momento, cuando habla de los escritores que le convocaron a la belleza, al pensamiento, a la escritura dice “¿a cual otro amor apostaron, si no, esos “Navegantes” amados e imperecederos” Pag. 24.
Lorelei, la amada también le conoce como el Navegante, así le dice: “¡Navegante! Debo contarte una historia, pero… hoy no” Pag 115.
La mentira final que el hombre vencido escribirá a los abuelos reitera la frase que aparece al principio de la novela, escrita por el joven estudiante en la primera carta a los abuelos cuando llegó a la ciudad y empezó el encuentro con ella: “Su Navegante va viento en popa” Pag. 213. Pero ahora, al final del libro, será la firma de otra carta a los abuelos, con toda la carga de la derrota y de mentira.
De principio a fin, la novela da espacio mayúsculo a la escritura misma. No sólo el protagonista es un escritor que procesa sus emociones y pensamientos a través de un libro de notas, sino que el contenido de ellas es un canto mayor al poder de la escritura. Leamos, un fragmento de la página 23 en el que se descubre la escritura como la permanencia, como el puente verdadero:
“Aunque, desde luego, pocas cosas de este mundo hallarían modo de ponerme de espaldas a mi primer amor: ¡Los libros! Palabras y puentes, palabras escritas en hojas blancas abiertas como velámenes. Promesas de permanencia, además y reencuentro, como en esencia son los puentes verdaderos. ¡Todo puede caber en la brevedad perdurable del libro. Toda la energía que pone a mover este mundo!” Pag. 23-24.
Incluso dentro de uno de los pequeños relatos que el protagonista incluye en la novela, hace su aparición la escritura:”Estaba determinado (o condenado, no importaba) a escribir. Escribir pese a todo. Pese a mí mismo, incluso. Trabajaría mundo conocidos o inventados; hechos, sueños. En cualquier caso páginas que fueran ajustándose, sin más poda que el límite del asombro, a la belleza que ante el rigor de si propia esencia brotara. Atraparía en papel, más que palabras, voces….” Pag. 110.
Así al final, cuando se destruyen fatalmente los elementos nexo entre el protagonista y los abuelos: el vaso Melgarejo y el reloj Citicen, cuando simbólicamente con su ruptura rompe el pasado, cuando el amor se torna inasible, perdido, el escritor – protagonista destruye su libreta que guardaba su primera novela. Y no sólo es la destrucción del pasado, sino también del amor que dio sentido al pasado, pero fundamentalmente es la destrucción de la escritura que lo registró. Las hojas van cayendo al río.
El río, como también el puente, son elementos recurrentes en la novela, con alto simbolismo: El río, lugar vital, circulante, móvil, cambiante. El puente como espacio conectante, que permite el salto sobre el río, el encuentro de las partes, desde donde se ve el paisaje de la ciudad de Cochabamba a cualquier lado, se convierte para el protagonista en el centro, en lugar ritual, donde se encuentra el amor, el misterio y se los pierde, el principio y el fin.
Veamos: “… Me sentí de pronto en el centro de una expansión enérgica, algo así como e beso enorme universal y dispuesto a retenerme…. Pues ese momento, sin un porqué, sin tentación ni milagro, me sentí un ser impar. Único en el puente, en la ciudad y quizá, en el mundo…” Pag 81.
Recomendamos la lectura de las páginas 81 hasta la 83, que se constituyen en un himno a la luz, al paisaje, al impacto íntimo desde el puente de La Recoleta.
El regreso a la infancia, la recuperación de los abuelos, la desajustada relación con el padre, la rememoración del Valle, sostienen la parte real de la novela. Es el pasado, del protagonista antes del encuentro fundacional con el puente y con el amor. La infancia, hace su reaparición frecuente. Así en uno de los relatos pequeños dentro de la novela, que está presentado en cursiva, sobre la tala de un árbol, hay una misteriosa desaparición del padre que muy luego, en otra parte de la novela, parece confirmar aquel final impreciso y sugerente del cuento.
El lenguaje poético muestra que Valdivia, ha sentido poéticamente su propia narración. Después de la anterior contextualización, aun con el riesgo de fragmentar, de aislar, ante la abundante presencia de hermosísimas expresiones, nos permitimos copiar sólo una cuantas:
“Descubro que la visión del vacío es la alegría última de quien cae en el vacío” Pag. 19.
“… ahora soy escritor que no escribe. Un naufrago que huye hacia la profundidad, que es silencio” Pag. 20.
“…me descubro. Navegante sin nave, rumbo ni épica. Alguien, en suma, que no acierta dar pie en el puente” Pag. 25.
Tal vez el libro se cierra con el título del primer capítulo. “BITACORA DEL NAUFRAGO”, ya que la lectura del último párrafo incita a releer el primero. Algo así como, la clave de la novela está contenida en este título, “BITACORA DEL NAUFRAGO”.
José Antonio Valdivia, más allá del naufragio de su protagonista, nos entrega una novela llena de sugerencias y puentes con el amor y la escritura, como lo dice el título de la novela Sonidos de la Noche.
Fuente: www.opinion.com.bo
12/14/2007 por Marcelo Paz Soldan