“Ser artista engloba toda una existencia o una razón de ser”
Por: Beatriz Rossells
Poeta, compositora, intérprete en canto y guitarra, Matilde Casazola constituye una de las figuras más importantes de la creación musical popular en Bolivia por la calidad de la conjunción poética y musical de su obra. Su cueca De regreso capturó el corazón de los bolivianos ausentes y de los doblemente ausentes, los exiliados.
Nació en Sucre (Chuquisaca) y creció en una casa con jazmines y huerta poblada de olorosas plantas caseras. Escribió poemas desde niña y se aferró a la guitarra en la adolescencia, está muy claro que recibió una positiva influencia del hogar de intelectuales del que procede. Jaime Mendoza —el multifacético escritor y médico que defendió la tesis del Macizo boliviano y que es autor de la novela En las tierras de Potosí— fue abuelo de Matilde Casazola.
Dice la creadora: “Me defino como artista si debo definirme de alguna manera. El ser artista engloba toda una existencia, una razón de ser”.
Pequeña, frágil, con aire de niña preocupada, tras una fachada sobria y lentes graves, esconde un alma fina y una exquisita sensibilidad que le ha permitido penetrar en las formas más profundas del sentimiento de pertenencia a una tierra. Varias de sus canciones reviven los rincones de Sucre, la guitarra de ligero aire moruno, el rumor de los arroyos, la tristeza suave del atardecer, los aires templados que corren por los balcones y las esquinas, y tantas vivencias únicas que hacen la historia de una ciudad de un pueblo mestizados por el aporte de dos culturas.
Catorce libros de poemas publicados, 10 discos, e innumerables canciones y versos testimonian un impresionante trabajo entregado al país.
En la trilogía de bailecitos Como un fueguito, El contraste y Mi dueño, Matilde ha plasmado el requiebro gentil de la conquista y la dulce melancolía de la desilusión, que caracterizan el bailecito chuquisaqueño —expresión de toda una filosofía popular del amor y de la vida— a cuyo encanto no escaparon poetas como Nicolás Ortiz Pacheco y Claudio Peñaranda, quienes unieron sus versos a la música de destacados compositores o a la inspiración del pueblo.
Para querer bien
hay que arriesgarse.
La vida o la muerte
entera darse.
(El contraste, bailecito)
Como despertar de un sueño
así fue nacer, mi dueño.
Como ir a buscar el centro
de un ardiente sol y encontrar
al fin del tiempo
que también vivir fue un
sueño.
(Mi dueño, bailecito)
De las muchas vetas que incluye su obra musical, la dedicada al amor, como matriz de la vida, ocupa un lugar especial:
Yo sigo andando y andando
pero no hay cuando regrese
y el tiempo sigue jugando
con mi esperanza de verte
Tal vez cuando esté llegando
no me dé tiempo la muerte.
(Tiempo, yaraví)
La matriz humana en Matilde Casazola se manifiesta en el reconocimiento espontáneo del dolor, tal como se da en la cotidianidad de la vida; el dolor que nace del mar de amores, el dolor incurable, el que se mitiga con el abrazo fraterno o el dolor sordo y terrible de la impotencia social. Así, sus canciones no naufragan en el lamento estéril o en la compasión mesurada; ellas otorgan el apoyo inviolable de la solidaridad, fundado en una gran dosis de esperanza y amor, que desborda los límites del lenguaje literario y sólo puede comunicarse a través del signo musical, y una lúcida comprensión de las posibilidades humanas para realizar cambios colectivos.
El sello de autenticidad de las sencillas estrofas que siguen resulta de la coherencia de una vida personal despojada de aparato, consustanciada con el humilde hombre de la calle y dueña de una responsabilidad artística e intelectual sin abdicaciones.
He oído muchos pájaros
cantar
he visto muchos soles
alumbrar
y he visto muchos hombres
arrastrándose en la senda,
cansados de pelear.
……………………….
Yo les dijera: -Hermano,
espérame
contigo pan de arcano
partiré,
Te juro que una estrella aún
palpita en la tiniebla,
resucita tu fe.
(La estrella, canción)
Y sobresale aquella veta que la muestra como una peregrina del mundo, de expresión universal. De ahí que su obra resuma la congoja y el temor existencial provenientes del eterno enigma del ser humano. El viaje y el retorno —metáforas que condensan la necesidad de explicar la precariedad de la existencia— aparecen frecuentemente como leit motiv de sus canciones:
¿Adónde vamos en barcos
de tiempo?
Siempre lejos.
(Distancia, canción)
Fuente: La Razón