Los Reinos Dorados de Homero Carvalho Oliva
Por: Teresa Domingo Català
Pocas veces en la voz de un poeta encontramos tanta belleza y autenticidad, Homero Carvalho nos cuenta la historia de los Reinos Dorados y pone su voz a un relato poético mediante la figura del padre, que simboliza a los antepasados, a aquellos habitantes de esos Reinos que simbolizan el paraíso perdido. El paraíso que terminó en guerra, el agua convertida en sangre cuando Los llegados de la civilización / nos trajeron la barbarie.
La poesía de Homero nos hace vivir, palpitar con el corazón de los habitantes de estas tierras americanas que amaban como nadie la naturaleza, la omnipresente agua, símbolo de vida y muerte, los animales, el aire, la magia de vivir en estrecha compenetración con la tierra. Con la lengua de los conquistadores el poeta nos lleva de la mano por el agua y por el cielo, porque es una poesía tremendamente biófila, es un canto a la vida, a aquellas costumbres ancestrales que celebraban los cuatro elementos necesarios para la existencia.
Homero siembra de belleza los imaginados recuerdos del padre, por los cuales el mundo de los vivos y el mundo de los muertos queda unido por un reguero de humo.
La sensualidad de esta poesía y lo hondo de su aparente sencillez no puede más que conquistarnos, y la constante referencia a los Reinos Dorados nos embriaga de selva y agua.
Parece que esos Reinos existieron fuera del mundo conocido, lugares donde la vida ungía con una plenitud que nunca más ha existido. Parece un lugar fuera del tiempo, como si por él no hubieran habitado las horas, sino los hombres y las mujeres que con su arte y sus habilidades construyeron un ideario de vida que se perdió irremisiblemente. Fueron esos hombres y mujeres los que tradujeron los nombres de los animales y las plantas que convivían con ellos, y al hacerlo se convirtieron en “bautistas”, pues no se adueñaron del mundo sino que lo bautizaron para conocerlo y conocerse también a sí mismos, en una interacción de igual a igual con la naturaleza que les daba la vida. Sus nombres eran revelados por / los espíritus protectores de la selva porque aquel mundo vivía también con una espiritualidad totémica, donde todo ser viviente tenía un alma, un hálito de vida que se reflejaba en un rico mundo espiritual.
Hay una estrofa particularmente bella en este poemario:
Los hombres bestias
se transformaban en fieras
y en las afueras del pueblo
descansaban después de la cacería
mientras que las bestias
transformadas en hombres
yacían junto a las doncellas del pueblo
Estos versos expresan con una gran intensidad y un claro lenguaje esa comunión tan intensa con la naturaleza, haciendo una velada referencia a la unión sexual, comunión que se reafirma en los versos
En los Reinos Dorados
los hombres y la selva éramos uno.
Nos encontramos también con la figura del chamán, que abre las claves de los tres cielos:
el cielo mismo
el cielo donde habitamos
y el cielo de la tierra
Nos reafirma en el paraíso perdido ese cielo donde habitamos, cuando para los conquistadores el paraíso existía después de la muerte. Ese contraste cultural no se puede obviar. Placer contra dolor, compenetración contra conquista, joie de vivre contra sufrimiento. Esa conquista se entreve en los nuevos nombres que los recién llegados pusieron a las especies, animales y plantas, y a los mismos hombres y mujeres, habitantes primigenios.
No puedo dejar de citar la importancia del agua:
Todos los ríos conducen
a los Reinos Dorados
El río, el arroyo, la fuente, las lágrimas, las avenidas fluviales, los diques, la historia de la cultura del Agua. El agua refleja así ese cielo que es la vida, siendo vida, memoria y tiempo ella misma, ya que la vida de los Reinos Dorados es agua, nace y muere con el agua, y muere porque precisamente los conquistadores llegaron por ella.
El agua es un elemento omnipresente:
El Agua
el río
la lluvia
Vemos el agua como madre. Si es el padre del yo poético de Homero quien nos cuenta la historia de los Reinos Dorados, es a la vez ese mismo padre quien se identifica con el agua, uniendo así logos y eros; y la madre se identifica con la Tierra que, fertilizada, es dadora de dones y dádivas.
Y esos conquistadores no sólo son los del pasado sino también los de ahora, los que buscan madera castaña y petróleo ya que esos seres están vacíos espiritualmente: aquí podemos observar una contraposición entre el ser y el tener. El indígena era y el recién llegado tenía y esa dicotomía llega hasta nuestros días.
Los Reinos Dorados siguen viviendo en el corazón y mientras la memoria los recuerde, su espíritu seguirá vivo en el líquido que nace de la vida: nuestra sangre.
“Amen, beban y vivan, que para dormir tendrán toda la eternidad”
12/05/2007 por Marcelo Paz Soldan