Escritores concursan en busca de reconocimiento y difusión
Por:Martín Zelaya Sánchez
Participé porque quería los dos mil morlacos, para comprarme una moto, o largarme de viaje… pero también quería poder publicar mi libro, porque si no tienes premio, o recomendación, o plata, es casi imposible que las editoriales te publiquen; los concursos son una puerta a la edición”. Jéssica Freudenthal fue mención en el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal y, posteriormente, jurado. Sin tapujos, los escritores bolivianos aceptan, casi de manera unánime, que el reconocimiento económico es uno de los grandes alicientes a la hora de competir en un concurso literario.
Ocho autores bolivianos consultados coinciden y discrepan a la hora de hablar de los premios. La posibilidad de publicación y difusión —Ramón Rocha Monroy, ganador del galardón en novela, dice que “son un gran estímulo y una oportunidad cierta de editar en un mercado muy restringido— son otros atractivos positivos, reconocidos por la mayoría.
Aunque también hay contradicciones. Freudenthal discrepa con el Premio Franz Tamayo de cuento Willy Camacho en el prestigio que brinda haber sido reconocido. “No te da un sello de calidad permanente”, dice el segundo; la primera considera que “después de mi premiación me aceptaron en ‘la rosca’, ya no era cualquier cosita, pues tenía mención”.
Otra postura encontrada. Rocha Monroy y el crítico literario Jaime Iturri defienden el hecho de que las convocatorias (como pasa en la mayoría de las locales) no consignen declarar un premio como desierto. “Me parece maravilloso —comenta Iturri— que no se puedan declarar desiertos porque en Bolivia no apreciamos a nuestros escritores y declarando desierto no favorecemos a nadie”.
En contrapartida, Camacho cree que “no incluir la posibilidad de declararlos desiertos implica que se puede/debe premiar textos de mala calidad, lo cual, a la larga, resta prestigio al concurso y siembra dudas sobre la calidad de los que ganaron meritoriamente”. Coincide con él Edmundo Paz Soldán: “La posibilidad de declarar un premio desierto debería existir en todos los concursos. De otra forma, a veces se premia al libro menos malo y no un libro meritorio. Pero esta condición prácticamente no existe. Que yo sepa, en España sólo el premio Tusquets da esa posibilidad a sus jurados”.
Zanja la discusión Juan Pablo Piñeiro, autor de Cuando Sara Chura despierte: “Para mí es muy claro: si yo entro en un concurso, leo las bases y al participar las acepto, si no, no entro pues. ¿O a alguien lo obligan a concursar?”.
Por contabilizar
Salvo error u omisión, actualmente en Bolivia hay 10 concursos literarios “serios”, es decir institucionalizados y con respaldo. Los tres nacionales: de Novela (auspiciado por el Grupo Prisa, la AFP Previsión y el Viceministerio de Cultura), de Cuento Franz Tamayo (convocado por la Alcaldía de La Paz) y de Poesía Yolanda Bedregal (llamado por el Viceministerio y la familia Bedregal). Éstos tres entregan premios pecuniarios de ocho mil dólares, 17.500 bolivianos y dos mil dólares, respectivamente.
Los municipios de Santa Cruz y Cochabamba también tienen concursos de cuento nacionales, pero que en la mayoría de sus ediciones concentraron sólo trabajos de autores de esas regiones. El premio en ambos casos es la impresión de 500 ejemplares de la obra. El Comité del Bicentenario, en Sucre, convocó en diciembre, por segundo año consecutivo, a un premio de ensayo histórico dotado con 15 mil bolivianos. Su vigencia está garantizada hasta 2009, año en que se recuerdan los 200 años de la gesta libertaria local. En 2007, la Prefectura paceña inició un concurso literario con temática específica de La Paz y lo paceño. Con ocho mil bolivianos para el poemario vencedor, las autoridades departamentales aseguran que la actividad se repetirá cada año en diversos géneros.
El segundo Concurso Nacional de Cuento Infantil fue convocado hace un par de semanas por editorial Santillana y la Cámara Departamental del Libro de Santa Cruz, con un premio de 1.500 dólares al ganador. La Cámara Nacional del Libro, en sociedad con la Fundación Neruda de Chile, ya tiene dos años de llamar a un concurso de poesía para menores de 25 años. El premio es la publicación de la obra y una pasantía en la entidad académica del vecino país. Finalmente, la empresa Petrobras inició hace poco un premio nacional de cuento con una distinción de ocho mil bolivianos para el mejor trabajo (El año pasado fue en poesía, y los siguientes se incursionará en novela, dramaturgia y ensayo). Hechas las cuentas, todos los concursos anuales premian con la publicación de la obra, y en total reparten 134.500 bolivianos, aproximadamente, si convertimos a moneda nacional los que dan dólares.
Para tomar en cuenta
“Confío plenamente en los premios —dice Rocha Monroy—. Yo he creado el Nacional de Novela (cuando era viceministro de Cultura, a mediados de los 90). Ha sido un proyecto mío que Santillana y la AFP Previsión aceptaron de inmediato. El monto original fue de cinco mil dólares y a la segunda versión aceptaron subirlo a 10 mil (al Estado no le cuesta un centavo). Alguno de mis sucesores en el Viceministerio recortó dos mil dólares para el Premio de Poesía. Me alegro por los poetas, pero ¿no podían conseguir ese dinero de otra parte?”.
¿Según qué parámetros se define el monto de los premios?, se pregunta Freudenthal. ¿Es más difícil, cuesta más sudor y lágrimas escribir novelas que cuentos y poemas?
Pablo Groux, viceministro de Desarrollo de las Culturas, le responde: “Es verdad que aritméticamente los premios son discriminatorios, pero hay que recordar que parten de diferentes iniciativas y el más generoso (novela, con ocho mil dólares) corre por cuenta privada”. La autoridad informó que actualmente en el Ministerio de Hacienda cursa un pedido de su despacho para un incremento general en la partida presupuestaria anual, “y un acápite específico habla de la necesidad de asumir todos los concursos nacionales (el de poesía fue recientemente transferido a las prefecturas, el de cuento corre por cuenta del municipio paceño) y mejorar sus montos”.
Groux hizo público algo que más de un consultado exige y muchos desconocen. Benjamín Chávez, poeta que ostenta el “Yolanda Bedregal”, dice que “considero imprescindible que se remunere a los jurados. Es inexplicable que no suceda así”. Según el Viceministro, su cartera eroga 400 dólares cada año para el jurado del Premio de Novela. No ocurre lo mismo con las otras convocatorias.
Rocha Monroy se despacha con algo más. “Cuando creamos el premio, yo presenté dos proyectos. El que rechazaron era mi favorito: conceder dos becas anuales de 500 dólares mensuales por seis meses para proyectos de novela en curso. Así, sospecho, que tendríamos dos buenas novelas, bien trabajadas, por año. El premio actual compensa desvelos de fin de semana y otras molestias, pues los escritores no trabajamos literariamente a tiempo completo, nos moriríamos de hambre”.
Pero ¿y para qué sirven los premios? “En un sentido material —dice Camacho— sirven para promover casas editoriales y, por ende, aumentar sus ventas”. “Generalmente —agrega Chávez— inciden positivamente, tanto en la carrera del escritor, como en el conjunto del aparato literario en el que se inscriben”.
El Premio Nacional de Novela, punto por punto
Jaime Iturri Salmón
Las tres novelas que más me gustaron del Premio Nacional fueron:
— Potosí 1600 de Ramón Rocha Monroy. El mejor trabajo del mejor escritor vivo de Bolivia. Ameno, bien logrado, recrea la fastuosidad de la capital del mundo, que eso era la ciudad del Cerro Rico hace cuatrocientos años.
— Fantasmas asesinos de Wilmer Urrelo. En uno de los géneros mayores de la literatura como es el policial, el joven escritor paceño sale muy bien parado.
— La gula del picaflor de Juan Claudio Lechín. Una renovada manera de ver la realidad desde la sexualidad masculina. Lo fuerte son las historias de los seductores, mucho más que el hilo conductor, que es un dudoso homenaje al padre del autor.
En un segundo grupo se encuentran:
— La vida me duele sin vos de Gonzalo Lema. Sin ser la mejor novela de Lema, es llevadera y se deja leer.
— El delirio de Turing de Edmundo Paz Soldán. Tiene un muy buen manejo de la relojería interna de la novela, aunque el argumento no terminó de convencerme del todo.
— La doncella del varón centenario de Eduardo Scott. Buen tratamiento del lenguaje y un interesante experimento de internarse en otros ámbitos geográficos que no sean los bolivianos.
— El agorero de sal de María Fernanda Siles. Con esta obra, la autora confirma las dotes de escritora mostradas en El diablo y la mujer que vuela. Una novela bien lograda sobre asuntos difíciles como la represión de las dictaduras y la quiromancia.
Y en un tercer grupo, dos novelas que personalmente no llenaron mis expectativas, por lo que me limito sólo a nombrarlas.
— Magdalena en el paraíso de Tito Gutiérrez.
— Alguien más a cargo de Carlos Mendizábal.
* Periodista y literato, jurado en cinco premios nacionales de novela y seis de cuento.
Podría funcionar mejor si…
Rodrigo Hasbún
En un medio donde no existen estímulos de ningún tipo, los concursos son quizá la única manera de obtener cierto respaldo económico para la escritura. Eso proporciona no sólo circunstancias más amables, sino además mejores condiciones para seguir trabajando. Por otra parte, algunos concursos te aseguran una buena difusión y distribución del libro, algo que por lo general funciona pésimo en nuestro país.
Hay dos aspectos que siempre he encontrado absurdos en el manejo de algunos concursos importantes, entre ellos el Franz Tamayo. La muy escasa difusión de sus bases, casi como si fueran un secreto de los organizadores o un privilegio regional. Y la presencia reiterada, casi vitalicia, de unos cuantos jurados que jalan demasiado hacia sí mismos en desmedro de cierta imparcialidad y de la calidad, que está condicionada por criterios a menudo extraliterarios.
¿Deberían los premios nacionales concederse a una obra ya publicada, y no sólo a las que se presentan a competir? Sí, por supuesto. Más allá de los concursos editoriales, que velan por sus propios intereses, lo ideal sería que se premiara cada año a la mejor novela publicada, al mejor libro de cuentos publicado, al mejor poemario publicado y así sucesivamente. Si es demasiado pronto, si aparentemente no hay suficiente nivel para armar una lista notable, entonces que se haga cada dos años, como el Rómulo Gallegos. ¿Pero quiénes decidirían? Porque a la calidad de un premio no sólo la definen sus ganadores sino también su jurado. Y es ahí, como dije antes, donde siento que a menudo fallan algunos de nuestros concursos de mayor renombre. Es la misma gente una y otra vez intentando una y otra vez imponer forzosamente sus posturas. Si no queda otra, que las impongan en una sola edición y no año tras otro. Basta con mirar un rato alrededor, incluso en los países que están más cerca, para darse cuenta de ciertas modalidades que podrían funcionar mejor.
* Escritor cochabambino
Yo no participaré nunca
Juan Pablo Piñeiro
La verdad, respeto mucho a la gente que participa en los premios literarios; sin embargo, particularmente yo no enviaría nunca una obra mía a ningún concurso. Primero porque me parece absurdo comparar una novela con otra, segundo porque más absurdo aún me parece que se determine que una es mejor que otra. Y esto no es problema de los concursos, sino de la esencia misma de la literatura, ya que no creo que se pueda calificar objetivamente una obra, pues es imprescindible el contacto con el mundo interior del lector, es decir con su lectura subjetiva.
Fuera de eso, el autor pierde la oportunidad de verificar cómo llega al lector por cuenta de la propia obra. Es decir que a veces ganar un premio literario te nubla la visión y te impide conocer realmente cómo se lee tu literatura, sobre todo en estos tiempos en que parece que el marketing se ha vuelto lo más importante y todo lo demás está de relleno. Yo personalmente no creo en ese camino.
Ahora, hay premios que se dan a una obra ya publicada o a la trayectoria, y a ésos los respeto muchísimo; es más, yo creo que todos deberían estar orientados de esta manera, pues dan reconocimiento a trayectos recorridos, a vidas entregadas a la literatura.
Es como el horóscopo diario, hay una gran diferencia en leer la predicción antes de empezar el día que al final del día. La diferencia es que en el segundo caso, uno valora el pronóstico con base en los sucesos que ya ocurrieron. Lo mismo, es muy diferente empezar en el mundo de la literatura con un premio y un futuro prometedor, a recibir este premio en reconocimiento a un camino recorrido por más difícil que haya sido.
* Escritor paceño
¿Cómo se escoge un ganador?
Willy Camacho: Digamos que concursan 100 cuentos y que el jurado está compuesto por cinco miembros. Haciendo una división aleatoria, se entrega a cada jurado un grupo de 20 textos. Luego de leerlos, cada uno selecciona dos o tres cuentos que le parecen merecedores del premio o, cuando menos, aceptables; los restantes son directamente eliminados, sin pasar por la lectura de otro jurado. Digamos que cada jurado selecciona dos textos; entonces, esos 10 cuentos son leídos por todos los miembros. Luego, el jurado se reúne y determina cuál de esas 10 obras merece el premio.
Obviamente, todos los concursantes están sometidos al azar, pues la primera selección la hace una sola persona. Si ese jurado comparte tus preceptos estéticos, probablemente seleccione tu texto; si no, date por eliminado. La segunda ronda, y definitiva, es más objetiva, pues los textos son evaluados a través de distintas visiones. Eso, en el caso del Franz Tamayo.
En otros concursos, especialmente los patrocinados por casas editoriales, la editorial tiene un representante en el jurado, quien, lógicamente, guiará su voto por criterios estrictamente comerciales.
Edmundo Paz Soldán: Tuve la suerte de ser jurado cuando American Visa ganó el premio Erich Guttentag. Recuerdo haberme asustado cuando me llegó el cajón con todos los manuscritos para leer. Llamé a don Erich Guttentag, le dije que estaba estudiando mi doctorado y que no iba a tener tiempo para leer todos los manuscritos, que mejor me retiraba. Él se rió y me dijo: “No te preocupes, no tienes que leer todos los manuscritos, algunos se te van a caer de las manos después de 10 páginas”. Fue así. También tuve la suerte de ser el jurado del premio Casa de las Américas, y ahí aprendí que con los otros jurados tienes que negociar, y tienes que estar dispuesto a defender a tu candidato. Mi candidato era Claudio Ferrufino. Como no nos poníamos de acuerdo en el ganador (que no era Ferrufino), yo decidí votar por uno a cambio de que se votara a Claudio como finalista con mención.
Benjamín Chávez: Las convocatorias que leo del extranjero son tan claras e idóneas como las bolivianas. La imposibilidad de declarar desierto un premio no vuelve poco idónea su convocatoria. Esta clase de cosas las decide la entidad convocadora antes de lanzar cualquier convocatoria, atenida a consideraciones diversas que habría que analizar en cada caso.
Fuente: http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/02-03-08/02_03_08_edicion2.php