10/22/2012 por Marcelo Paz Soldan
Sobre la Obra Poética de Homero Carvalho

Sobre la Obra Poética de Homero Carvalho


Sobre la Obra Poética de Homero Carvalho
Por: Iván Castro Aruzamen

Me dice el artista plástico Carlos Rimassa (Chaly), que, en nuestro país tenemos poetas por todas partes, hasta puede uno encontrarlos debajo de cada piedra. Homero Carvalho Oliva, después de haber escrito El cazador de sueños, Los Reinos Dorados y su recientemente galardonado Inventario nocturno con el premio de poesía 2012, no es de esos poetas que viven y escriben bajo las piedras. Homero, además de narrador y novelista, es un gran poeta y poeta a secas. Poeta de la estirpe de Arquíloco, Homero, Virgilio, Dante, Baudelaire, Verlaine, Aleixandri, Dámaso Alonso, García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Pablo Neruda, Benedetti, Borges y/o Pedro Shimose.
Carvalho Oliva, beniano como la selva de los Reinos Dorados y/o los Reinos Dorados de la selva, ha usado siempre camisas de lino, blancas muy blancas, sombrero de sao y una gafas de montura fina igual que las hojas del motacú; y, sobre todo, un inconfundible bigote nevado, hirsuto, como los bagres del río Beni. Y ese su verso que va parodiando las edades del tiempo: “yo seré tus sueños / y habitaré tus palabras / para que juntos cantemos la historia de los Reinos Dorados”, susurra la hondura poética de Homero desde los más recóndito de la memoria guardada y donde la imagen del padre es ya inmortal.
Homero Carvalho, desde sus primero años, tuvo un pie fuera de Santa Ana de Yacuma, lejos del río y de los pájaros, residió muchos años a los pies del nevado más imponente del altiplano boliviano, La Paz. Y como todo buen viajero de la vida y la historia, experimentó los escarnios y la soledad del exilio: por un lado, la dictadura de los 80 lo empujó a la tierra de Tenochtitlan y Moctezuma; y desde la década de los 90 ¬–igual que Claudio Ferrufino Coqueugniot– se exilió voluntariamente en Santa Cruz de la Sierra.
Este poeta movima, nacido “en ese mundo dorado/ donde todo era nuevo/ donde todo era asombro/ y ante todo estaba el Agua / el río / la lluvia”, es el ejemplo de beniano hecho para viajar y vivir en la literatura. Habitante de la palabra para contar, novelar y poetizar esos mundos dorados de la selva, tenía, además desde que su padre lo hiciera bautizar con el nombre del autor de la Ilíada y la Odisea, el destino puesto en la escritura; por esa razón sus versos tienen ese tono andante propio del hombre del oriente, que va dejando un reguero de imágenes del arco iris, del río, la selva, la lluvia, el viento, sus antepasados y el verde manto de la amazonia boliviana; en sus versos las imágenes llegan a la palabra escrita, sencillamente, para hablarnos del cruce de caminos por los que transita y seguirá andando este enorme poeta movima de Santa Ana de Yacuma.
Homero Carvalho como poeta es inclasificable generacionalmente, y es que se parece más aun aedo de cantar jondo, o como dice el gaucho Martín Fierro: “Mas, si me pongo a cantar, / no tengo cuando acabar, / y me evanezco cantando. / Las coplas me van brotando / como agua del manantial”. Así ha defendido con el mismo ahínco los ideales de la libertad, la justicia, al hombre y la madre naturaleza. Es una figura que se lanzó a recorrer los caminos del pantano, del fango de la selva, igual que un profeta de su tierra. Es uno de esos escritores que no ha necesitado enemigos para defender y escribir sobre la estrecha relación del hombre con la naturaleza y como no pertenece a ninguna escuela, ni generación ni estilo de corriente alguna, en el grito y canto lírico de su verso suena el salmo y un quedo de modernismo. A pesar de ello, Homero debiera ser bien catalogado en los manuales de literatura nacional, como el poeta-tipo, como el beniano-tipo, que gusta cantar las maravillas de su tierra, al sabor del achachairú, al río, a la lluvia y al agua. Homero Carvalho ha sido un exilado nato y un apasionado por la palabra lírica y que ha ido dejando tras de sí la polvareda de sus versos como el Cazador de sueños, Los Reinos Dorados e Inventario nocturno.
Fuente: Ecdotica