Sobre la obra de Víctor Hugo Viscarra: ¿Amarillismo turístico?
Por: Freddy Zárate
Los seres humanos, independientemente de su credo religioso, su posición política y su preferencia sexual, tienden a pasar por alto sus flaquezas. Lo muy humano es que consideren la imagen de Ernesto Che Guevara como un ideal digno de la humanidad. O que muchos atribuyan una gran nobleza ética a simples canciones sentimentales. O que se extasíen con novelas televisivas con un final feliz. O que se fascinen con discursos políticos que rematan en un rojo esperanzador. En todo esto, repugnan como ajenos la injusticia y bajeza humana. Pero la humanidad es mucho más compleja e impredecible. La misma sociedad que enaltece abiertamente el bien común y anhela el reino de los cielos, a la vez desea conocer, vivir y sentir explícitamente lo libertino-pecaminoso, aquello que está prohibido por las convenciones sociales.
Partiendo de esta premisa tal vez se puede deducir el porqué del deleite, por ejemplo, que provoca el periodismo amarillista. Aparecen en él ciertos elementos que cautivan al lector: crímenes, misterios, violaciones sexuales, mujeres desnudas. Este periodismo tiene éxito. Cotejando algunos elementos del periodismo amarillista con la llamada literatura marginal se pueden hallar lugares comunes, coincidencias.
La marginalidad de moda
La literatura marginal, según sus aficionados, tiene un humus de profundidad e irradia el aura de lo desconocido y prohibido del submundo urbano. Hoy en día uno de sus exponentes más representativos es Víctor Hugo Viscarra Rodríguez (1958-2006), que escribió Coba: lenguaje secreto del hampa boliviano (1981); Relatos de Víctor Hugo (1996); Alcoholatum & otros drinks (2001); Avisos necrológicos; Borracho estaba, pero me acuerdo. Memorias del Víctor Hugo (2002); y su obra póstuma Ch`aquí fulero. Los cuadernos perdidos del Víctor Hugo (2007).
En la actualidad, catedráticos universitarios, profesores de colegio y espíritus acríticos buscan en la obra de Viscarra secretos. Esta pulsión está de moda y tiende en gran medida a sobrevalorar lo marginal en la literatura. Entre sus devotos se extiende la creencia que Viscarra fue el descubridor de esta corriente pretendidamente profunda. Esta apreciación de Perogrullo es puesta en entredicho al rastrear así sea un poco la historia de la literatura marginal en Bolivia. Se puede mencionar, por ejemplo, a un precursor totalmente olvidado y desconocido: Claudio Cortez A. (1908-1954), que tempranamente escribió una novela titulada La tristeza del suburbio (1937). El autor ya usa en ella algunos términos y registros semánticos de la literatura marginal: “tenducho de mala ley”, “cueva de pillos”, “antros del vicio”, “pisquería”, “licor barato”, “chupacos”. Cortez hace un recorrido por los suburbios de La Paz a través del personaje llamado Don Félix, que “bebe el elixir del olvido que es blanco, incoloro y amargo al principio, pero después ese licor barato se saborea como si bebiera un delicioso néctar que es como un regalo de los dioses”. Los lugares que recorre el protagonista son “tenduchos sumidos en la penumbra, que parecen una cueva de pillos; es otro antro de vicio, más repugnante y horrible que el otro”. Este parroquiano sufre las embestidas del frío de las oscuras noches. El resto es el ritual predecible de esta literatura. El cantinero les da una botella de licor. Ellos lo beben como siempre y acaban en la inconciencia. Las palabrotas resuenan largamente en las calles (lenguaje coba). La prostitución también es frecuente: “En la esquina de un callejón hay dos jovencitas trigueñas y repiten: lindo ven, ven, te has de dormir conmigo”.
La literatura marginal no es prerrogativa de Víctor Hugo Viscarra, ni mucho menos de Bolivia. El escritor argentino Rubén Tizziani escribió Los borrachos en el cementerio (1974). Una aventura de cinco personajes que entran una noche a un cementerio, roban un cadáver y deambulan con él a cuestas hasta la madrugada. Es la llave de entrada con la que el autor de esta obra abre las puertas de ese mundo marginal que con frecuencia se refugia en los suburbios pobres de Buenos Aires. Por él transitan ladrones, vagos, prostitutas, proxenetas, cantantes frustrados, guitarreros de boliches e intelectuales desocupados. Todos entrelazándose hasta formar una inesperada corte de los milagros. Más allá de su minucioso poder de evocación, el texto no se demora en la mera pretensión documental y construye una fuerte realidad en la que sobresalen fragmentos del habla cotidiana, breves historias intercaladas, trozos de agrio humor y, también, una sostenida violencia.
¿Fue Viscarra el autor de los libros de Viscarra?
En Bolivia uno de los impulsores de la literatura marginal y descubridor (in)directo de Víctor Hugo Viscarra es el narrador Manuel Vargas. A su cargo está hasta el día de hoy la editorial Correveidile (La Paz). Gran parte de los escritos de Viscarra fueron publicados por esta editorial. Revisando tres títulos –Alcoholatum & otros drinks; Borracho estaba pero me acuerdo y Ch`aquí fulero– llego a creer, tal vez equivocadamente, que el editor Manuel Vargas es en el fondo el verdadero artífice de las obras de Viscarra. Los títulos de cada historia, la estructura literaria y los textos definitivos han sido posiblemente elaborados o estilizados en gran medida por Vargas. A simple vista hay una diferencia abismal, por ejemplo, entre Borracho estaba y Ch`aquí fulero. Hay una mejora ascendente notoria que pone en entredicho la presunta autoría de Viscarra.
Pasando por alto esta pequeña salvedad, se puede afirmar que esta literatura es atrayente para los espíritus que quieren oír que hay verdades que sólo pueden ser halladas en el contexto urbano de la marginalidad, la pobreza y el vicio. Los adscritos a estas historias bizarras de la hoyada paceña creen que esto es “lo real y lo profundo”. Este conocimiento se encuentra –según sus fieles partidarios– en lo ignorado, en lo oculto y en lo esotérico de las tinieblas de la noche paceña. La recepción del género se produce de manera entusiasta y placentera y está a cargo de los clérigos autoritarios que recomiendan estos libros en aulas universitarias y colegios. Por otro lado, nosotros, como estudiantes, nos sentimos obligados a comprar los textos de Viscarra. Es fácil encontrarlos, gracias a la piratería. Cuestan entre cinco y quince bolivianos.
Después de tener en manos los afamados libros de Víctor Hugo Viscarra puedo afirmar de manera quizá equivocada –ya que no pude comprender esa profundidad predicada por mis profesores, pese a repetidos esfuerzos, obviamente insuficientes– que estos relatos crean modestas ficciones a partir de las circunstancias personales del autor. Los relatos del “guerrero” (como se solía autollamar) ocurren incesantemente entre lugares y situaciones frecuentes: el frío de las noches, las cantinas de mala muerte, los prostíbulos, el mercado negro, las drogas, las zonas rojas. Cabe preguntarse con un espíritu crítico: ¿Por qué esta literatura es tan atrayente para almas que creen hallar en ella los arcanos ocultos de la noche paceña?
Doce constantes en los relatos de Viscarra
Se puede señalar de manera parcial las siguientes recurrencias de este exitoso género: (1) Los escritos de Viscarra son sugerentes porque son simples en su estructura narrativa y gramatical. (2) Son breves y así no cansan al sacrificado lector. (3) Para comprender esta literatura no se necesita tener un conocimiento a priori del tema. (4) No difunden una sabiduría popular ni existencial. (5) En ningún momento “el guerrero” toma posición política. Su estado de total ebriedad no lo hace un revolucionario en busca de la igualdad de sus congéneres y tampoco alguien que quiera detener el sufrimiento de las noches frías. (6) Se puede advertir que la literatura de Viscarra & compañía es como una pequeña guía turística, que resulta atrayente para aquellos espíritus que quieren encontrar el camino de la obscenidad noctámbula, vedado a los juerguistas comunes. (7) Los textos acerca de la marginalidad urbana exaltan los estereotipos de discriminación étnica, cultural y sexual (dice Viscarra por ejemplo: “se designa a los homosexuales con los nombres de chisos, maracuyá, marulos, chisotes, marios, goyos, mariachis frescos y a las lesbianas se las conoce con los nombres de silpancheras, tortilleras o simplemente lesbis”). (8) Una y otra vez muestra los “templos del amor” (prostíbulos), siempre colocados entre el placer y las enfermedades venéreas. (9) El “barrio chino” (mercado negro) resulta ser el paraíso de la venta de objetos robados. (10) Se explota el encanto de las tabernas vedadas al común de los parroquianos. En ellas, priman los llamados tragos infames (trago de mala calidad), alcoholatum (alcohol puro, aguardiente de baja calidad) y muchas otras combinaciones (“a mí, en lo personal y sin pecar de caradura –resalta animosamente Viscarra– me gusta matar mis neuronas cerebrales cada vez que tengo sed”). (11) Se recurre al sex appeal de la drogas, que circulan abiertamente a los ojos de los marginales: la aguja (cigarrillo pequeño con marihuana), la base (sulfato base de cocaína), el thiner, la clefa, la gasolina. (12) La delincuencia campea entre complicidades y tranquilidades varias.
Vida y obra en Viscarra
Los relatos de Viscarra son autobiográficos. Me llama la atención que él mismo transite pasivamente en medio de la delincuencia que lo rodea. En sus escritos en vida, en ningún momento menciona haber sido parte de robos, hurtos o de haber incursionado en los trabajos de un descuidista o acogotador. Reitera en todos sus textos la carencia que tenía de dinero, abrigo y morada, pero nos quiere hacer creer que es un marginal honesto que no cae en las bajezas de la delincuencia. Pero esta autodescripción es falsa. El escritor Jaime Nisttahuz, en su relato titulado Robo semanario (parte de Cuentos desnudos 2008), rememora el encuentro que tuvo con Víctor Hugo Viscarra en la década de los ochenta. Nos informa que René Bascopé reemplazó a Luis Espinal como director del semanario Aquí tras la muerte de este último, y que Viscarra se arrimó a Bascopé. Desde ese momento, el director fue su protector. “Aunque a Víctor Hugo no le gustaba trabajar. Prefería hablar. Con bastante desgano iba a recoger papel, a comprar cinta para la máquina. Si era a comprar salteñas, lotería”. Nisttahuz nota que Viscarra “daba solamente su empeño para conseguir tragos”. Lo que llamaba la atención –dice el autor de Cuentos desnudos– eran las vivencias relatadas por Víctor Hugo, que fascinaban a René Bascopé: “boliches espeluznantes”, “historias inverosímiles”. En cierta ocasión –cuenta Nisttahuz– se entera de que en la oficina han desaparecido una máquina de escribir y varias resmas de papel, que casi impiden que salga el semanario Aquí. Viscarra fue el artífice del robo: “Como René seguía lamentando la pérdida de las resmas de papel y la máquina, fuimos a buscarlo en boliches infames y en lugares donde venden cosas robadas. El malandrín no aparecía”. Luego del embrollo, Viscarra declaró que el papel de textura fina lo había vendido para envoltura a una carnicería. En su obra póstuma Ch`aquí fulero (en su relato El vengador sentimental) confiesa: “El último robo que cometí fue en la zona sur. Parece que me salió mal, porque los vecinos me pescaron, y si no era que venía el 110, seguro que me linchaban”.
Asimismo, muchos fervorosos partidarios de Viscarra aseveran que él es autor del crudo relato titulado El cementerio de elefantes (parte de Borracho estaba pero me acuerdo), que está situado –según Viscarra– en la zona de Tembladerani. En este punto geográfico paceño, el autor señala que se encuentra “la mayor cantidad de cantinas que venden los tragos más infames”. Para los que buscan fallecer ingiriendo trago está destinado el cementerio de elefantes. Es una cantina que tiene aposentos con poca iluminación durante la noche. No hay música y carece de alegría. En la habitación solamente hay un balde de licor y el parroquiano tiene que beber y beber. Si en una de esas termina su bebida tiene que pedir otra y otra hasta perecer. A decir de Viscarra, “gran parte de los cadáveres que la Policía recoge en la zona, a causa de intoxicación alcohólica, son sacados en la madrugada de este traguerío y arrojados a alguna callejuela alejada para que sean recogidos por la furgoneta de homicidios”. Este texto fue escrito anticipadamente por Jaime Nisttahuz, que lo publicó bajo el título El cementerio de los elefantes (Presencia Literaria, 1984). El relato es semejante en su trama al mito urbano “creado” por Viscarra y sólo varía sustancialmente su epílogo. ¿Hay plagio de Viscarra o es una realidad latente, es decir: una constelación humana muy extendida?
El éxito de Viscarra
El éxito de este género literario, y de Viscarrá en particular, llegó a la pantalla grande. La película lleva el título El cementerio de elefantes (2009), que fue dirigida por Tonchy Antezana Juárez. El largometraje de duración de una hora con dieciocho minutos muestra al personaje Juve (Juvenal), un hombre de 33 años de edad, alcohólico desde sus 14 años, que por cuenta propia decide ir a pasar sus últimos días de vida al cementerio de elefantes. Un local que es preferido por empedernidos alcohólicos de los suburbios de la urbe paceña. En este sitio –según el guión de Antezana– hay la “Suite Presidencial”, un cuarto inmundo en el que Juve pasará sus últimos siete días de vida, recordando su oscura niñez y su tenebrosa juventud entre drogas, bebidas, sexo, robos y traiciones. La película quiere reflejar esa “profundidad misteriosa”, que según Antezana es: “Una historia sobre la realidad que queremos ignorar”. Por otro lado, el mundo de la música juvenil también fue conquistado por Viscarra. La banda de rock boliviano Atajo dedicó a Víctor Hugo Viscarra la canción titulada Borracho estaba. El noventa por ciento de la letra repite incansablemente: “Borracho estaba pero me acuerdo/borracho estaba pero me acuerdo/ borracho estaba pero me acuerdo/ Alcoholatum y otros drinks”. Este conjunto y sus partidarios sienten adoración devota a la incomprensión y la superficialidad de este personaje mitificado, Víctor Hugo Viscarra.
La llamada literatura marginal tiene la pretensión de reflejar lo real de manera fidedigna y cruda. Y, para hacerlo, se sirve de “guías”: sus palabras, sus acciones y sus experiencias han sido nutridas por esos humus profundos, que sólo ellos de forma privilegiada lograron percibir como una verdad de marca mayor. Esto gusta a muchos lectores que piensan que estas visiones son verdades desconocidas por una gran parte de la sociedad ignorante –yo me adscribo sin resistencia alguna a esta masa inculta. Pero estos mismos seguidores sin fe no osan pernoctar en las calles recónditas de la urbe paceña y tampoco aspiran a morir en el cementerio de elefantes. En ellos prevalece una doble moral. Una que exalta literariamente esas profundidades y la otra que queda agradablemente aterrada, pero a distancia segura, frente a las crudezas de la noche paceña.
Fuente: Nueva Crónica Nº 136