Por Aurora García-Junco Moreno
En un laboratorio en medio de la selva del Amazonas, Rai, un científico recién despedido de su trabajo anterior por *algo* que no se nos dice de inmediato, se une a un experimento que gira en torno a la Alita, una planta ritual y alucinógena. El objetivo es reproducir el efecto en un juego de realidad virtual. Para ello, una serie de voluntarixs prueban la planta y son analizados. Rai mismo la ingiere y se vuelve parte de esta historia alucinógena, en la que además hay una trama thrilleresca que se nos revela poco a poco. El doctor Dunn, esquivo personaje que lidera el programa, pretende revivir por medio del juego a su esposa, quien escapó con un líder maderero y sus dos hijes a la Amazonia sin dejar rastro.
Seguir al protagonista de esta historia, Rai, me resultó todo un reto al tratarse de un tipo despreciable que encuentra placer en crear deepfakes pornográficos de toda mujer que se le pasa por enfrente. Sin embargo, es justo en este hecho que se introduce uno de los muchos problemas éticos que barajea esta novela de muchas capas. El centro de ellos es la tecnología y su afán de replicar a cualquier costo la experiencia. Incluso el caso de un deepfake. Si alguien pone nuestra cara en el cuerpo de alguien más, claramente no se trata de nosotras, y, sin embargo, la simulación es tan convincente que para el mundo si los somos. El perjuicio es el mismo.
La indagación se ve también a través de la Alita, la planta de rituales milenarios que ahora es transformada en producto aún a costa de lxs voluntarixs. En medio se plantean preguntas: ¿qué esperamos las personas que provenimos de zonas urbanizadas de las plantas rituales? ¿Se puede “domesticar” la experiencia de una planta alucinógena?¿Qué es lo que vemos de nosotrxs cuando hacemos un glitch en nuestra consciencia por medio de alguna sustancia? ¿Las plantas tienen memoria y nos la transmiten?
La novela también es una disquisición sobre la consciencia y el yo. Cuando Rai sale de su cuerpo para entrar en la realidad virtual del doctor Dunn, personificándolo, deja de ser él mismo de una manera súbita y radical. Poco a poco esta despersonalización se convierte en su cotidiano y nos obliga a preguntarnos qué es ser alguien. El doctor Dunn es un seguidor de Thomas Metzinger, uno de los más influyentes filósofos de la mente que plantea la existencia de un “túnel del yo”. La experiencia es tan abrumadora para la consciencia que ésta selecciona algunos eventos para conformar el túnel por el cual se cuelan algunos eventos. La percepción es limitada.
Esta novela me puso incómoda en más de una ocasión, cosa que aprecio. Me tomó tiempo leerla porque creo que vale la pena hacerlo lento para que la trama y las preguntas se asienten poco a poco, como cualquier buena obra de ciencia ficción demanda.
Fuente: facebook.com/aura.g.moreno