03/19/2008 por Marcelo Paz Soldan
Sobre la conectividad que permite el internet

Sobre la conectividad que permite el internet

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La antropofagia virtual de hoy en día
Por: Aldo Medinaceli *

A diferencia de formatos estáticos, la red internet espera siempre respuesta. No existe el punto final, no tiene una frase inicial. Es un soporte inacabado que requiere de más de un participante
Si el caudillo vencido era respetado por su oponente, era devorado al finalizar la batalla; si por el contrario, era considerado cobarde, su cuerpo se desechaba. La carne débil suele ofrecer escasa riqueza de alma para el antropófago. Otra costumbre indica que los muertos extraen la vida a los visitantes en tierra ajena. Y si continuamos con prácticas de absorción, se lee —en El Pez de Oro de Gamaliel Churata— una antigua forma de expansión: al descubrirse un grupo humano distante, se lo invadía con zampoñas, quenas y zankas hasta que éste bailase la danza ofrecida, luego se asimilaban las danzas de aquellos, y ambas poblaciones se absorbían mutuamente.
Recordemos Axolotl de Julio Cortázar. Hombre y pez frente a frente en el intercambio de miradas, y hacia el final del relato, aquel observado devenía en observador y su viceversa. Cierta estética barroca (aún perdura en algunos trajes danzantes) incluye el uso de espejos en marcos de cuadros, cinturones rituales o coronas espléndidas: el danzante o sacerdote llevaba en sí los rostros de sus observadores. También se dice que la cueca nació como una imitación exagerada —hecha por empleadas en casonas antiguas— de los donaires que tenían sus patronas al danzar. Menos conocida es la práctica hindú de reflejarse en la imagen de Buda, a lo largo de una extensa cuesta, donde cada cierta distancia aparecía esta imagen, cada vez menos visible, cubierta por una red hecha de piedra. En la cima, la imagen estaba escondida del todo: el caminante se convertía en el propio Buda.
Lejos de insinuar una mezcla de espacios e imaginarios por imposición (vulgar coloniaje 1492 repetido y arcaizante), se presenta hoy la complejidad de un mundo con distintas percepciones, estéticas y lenguajes ante la libre elección del sujeto. Sin embargo, alguna raíz es necesaria, pues la libertad total en un escenario tan grande conllevaría vicio o extravío, y una latente locura por falta de asidero. De esto deriva que una raíz firme sea el requisito en este escenario global, donde (como predijo Warhol) todos pueden ser famosos durante 15 minutos, a través de medios de comunicación invasores de todo espacio urbano, donde se permite ser quien uno quiera, y los reality amenazan con eliminar —o relativizar— el concepto de ficción y en el que una herramienta resulta importante: la red internet.
Sumadas las ondas de voz, el avance satelital o los cableados que circundan el planeta, aparece como una síntesis la internet. Sin la necesidad de proponer la muerte del papel o la desaparición de la letra tangible, se trata de un formato mayor debido a su amplitud de contenido (es todas las imágenes, voces y palabras) y a su virtual inexistencia (está en todas partes y a la vez es inasible); o para decirlo otra vez, a su existencia virtual. Cero espacio. La red además es sincrónica. Una palabra es leída en un instante en muchos lugares, mientras que en el mismo lugar están disponibles todas las palabras. Cero tiempo. Y si antes la carne del enemigo era devorada, su danza aprendida o una imagen divina servía de reflejo, hoy, carnívoro de culturas y danzante de ritmos sensoriales, al sujeto se le extiende una serie ilimitada de posibilidades, posibilidades de identidad (nunca estática), de lenguajes espejo (el spanglish como punta de iceberg) y de creencias religiosas (aquella imagen de Buda trasfigurada).
La formación de un sujeto global parte de un lugar específico y se expande según su profundidad de visión, la amplitud de sus percepciones y su capacidad de absorción. Al cambiar las superficies de reflejo (espejo, cuerpo o pantalla), las imágenes también varían. Cada sujeto es tan complejo como la superficie que lo refleja. Y ya no se trata de conciencias clasificables. La mutación es constante y en la amplitud de posibilidades radica también el peligro: la diversidad extrema de identidades (nunca estáticas), de lenguajes (Babel repitiéndose) y de creencias religiosas (fanatismos en cada esquina).
Se degluten hombres, mujeres y niños; se procesan a la manera intestinal y luego queda el sí mismo, en un proceso tan propio de la naturaleza como la fotosíntesis. Y la imagen de aquel hombre con un cráneo en la mano, preguntando por el ser o no ser, es reinventada por el sujeto devorador que es otro sin dejar de ser sí. El mismo conflicto llevado a una superficie global de culturas y pigmentos mezclándose. Y así como los riesgos de un caos subyacen en este exceso de libertad, existe también una potencial relativización de dogmas y posturas. El racismo resulta menos que absurdo en el entendimiento de que se es en la medida de quien se tenga enfrente, que la completa homogeneidad es capaz de reducir al mínimo los espacios y que, en su contraparte, la heterogeneidad asumida enriquece el sí mismo, difumina fronteras (geográficas y mentales) y establece principios básicos como la compañía o la reciprocidad.
La frase “el cosmos es el reflejo del ser”, cimiento de las culturas que desarrollaron la astrología, se ha —digamos— interiorizado. Existen tantos cosmos como sujetos, “el cosmos se lleva por dentro”. Cada persona activa su propio laberinto, la suma de sus constelaciones en las que intenta leerse. Y la lectura del sí mismo se posibilita a través del otro, en el reflejo de dos partes diferentes, cada una poseedora de un laberinto interno. Cada nuevo reflejo como una nueva absorción; un nuevo alimento recíproco. Y en este juego de imágenes expuestas, los reflejos no están sólo en las calles, oficinas y casas, sino en las pantallas. La internet hace posible que cada sujeto se descifre en un espacio ilimitado, a través de este formato se inicia el viaje a sí mismo, devorando y dejándose absorber. Más de un cosmos interactuando en línea, siguiendo las pistas de una ruta azarosa. Algunos buscándose en la información, otros en el sexo o en las palabras, en lo remoto y mediante el enigma (se supone que tras cada cosa devorada hubo alguien, un inventor que lanzó esa palabra, imagen o sonido).
A diferencia de formatos estáticos, la internet espera siempre respuesta. No existe el punto final, no tiene una frase inicial. Es un soporte inacabado que requiere de más de un participante. No es una imposición cultural como película americana, sino una superficie de reflejo, de mutuas absorciones. Ahí se devoran seres, prejuicios y países enteros. Permite la desestabilización del status quo y va suturando las distancias mentales en la confrontación global, generando una suerte de rito tribal sin espacio determinado. Se devoran datos, imágenes e identidades. No se obliga, ni siquiera se sugiere hacia un sentido acabado. En el modo recíproco se cimienta su amplitud y libertad. La antropofagia virtual desacelera el consumirse en sí mismo, libera y varía el menú de existencias. También se devoran miradas y respiraciones, cada una con un ritmo y un origen, con un dios y un nombre definido.
* Literato y poeta
http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/16-03-08/16_03_08_edicion3.php