Por Paura Rodríguez Leytón
Todas las voces creadas en la escritura de Nicomedes Suárez pueden ser comparadas con los rumores de la selva amazónica que lo arrulló de niño, y cuya presencia acompaña su universo literario de un modo real, mágico y misterioso.
Al hablar de sus creaciones, definitivamente es imposible no hablar de la Amazonia, su espacio de origen y al que nunca más volvió, porque no se puede volver a la infancia.
“Volvió varias veces, pero nunca encontró el lugar de sus recuerdos, aunque todo en apariencia seguía allí, es que en realidad nunca volvemos al mismo lugar”, dice su esposa, Kristine Cummings, con resignada certidumbre y sabiduría.
Nicomedes, tal vez le parezca extraño, pero debo confesarle que usted me resulta una especie de Maqroll el Gaviero, ¿lo recuerda? El errante personaje de Álvaro Mutis, el viajero desasosegado e imparable que recorre ríos amazónicos y se interna en la selva, embrujado por el calor y las leyendas de los lugareños.
Lo pienso desconcertado, ante la implacable creciente de las aguas del río Yacuma, absorto ante la realidad de su mundo casi diluido bajo las aguas. Y que usted relata:
“La inundación de 1954 que devastó la hacienda familiar fue para mí la substancia de mis sueños. Ese año aprendí a nadar en el patio de nuestra casa…Dos años después otra inundación me hizo salir de mi paraíso porque mis padres decidieron que no podía continuar analfabeto…”.
Lo pienso expulsado de su mundo de origen, en un colegio de tradición inglesa en Argentina, aprendiendo a leer y a escribir en inglés.
“Ser analfabeto hasta los once años es vivir con la sustancia de la naturaleza calada en los huesos del alma. ¿Por qué? Porque no sentía a la naturaleza como algo ajeno, no la veía a través de un vidrio ahumado o un derruido espejo de palabras. No experimentaba su flujo como algo viviente y presente en su fluir”, lo afirmó en 1973, en una entrevista en Athens, Ohio.
Nicomedes, permítame volver al tema de Maqroll el Gaviero, le decía que encuentro algo de su alma parecido a la suya. Su errancia tal vez, o su trashumancia como usted mismo lo dijo, aquella en busca de la tierra perdida la que guarda el tesoro de su niñez y de su Amazonia. Sus primeras huellas dejadas por Argentina, luego pasó dos años en Exenter, Inglaterra, estudiando química y física. En 1966 fue asistente de un proveedor de barcos danés que transportaba productos alimenticios de Lima a las minas de Marcona, cerca de los petroglifos de Nazca.
“Hasta 1966 había pasado mucho tiempo deambulando”, cuenta, sin embargo; el camino todavía era largo. Tampa (Florida), Logan, Salt Lake, Provo (Utha), la ciudad de Nueva York, La Paz, Beni; y luego nuevamente Tampa, España, Santa Cruz de la Sierra y ahora Estados Unidos.
“En todos esos lugares me familiaricé con sus mares, lagos, ríos, arroyos, bosques, montañas, soledades, alegrías, la angustia y la excitación de sus ciudades, las pequeñas y grandes tragedias de sus habitantes”, dijo Nicomedes.
En todos esos lugares estuvo el Poeta Movina, él, aprendiendo que el mundo no sólo es la selva, que tiene otros rumores y que especialmente las ciudades son unas infinitas junglas. En 1976, Nicomedes publicó su primer libro de poesía, lo firmó como con el pseudónimo de Poeta Movima y fue traducido del español al inglés por Wills Barsntone, traductor de otros poetas como Machado, Neruda y Borges. El libro, de una edición limitada, lleva el título de The America Poem.
Leamos un fragmento:
Reconocemos lentamente las calles/ vivimos/ él vive/ tú vives/ yo vivo/ por las prisas/ y por la maleza/ reverberando/ en la hierba/ silbando y alumbrando/ en el agua/ con aletas flamígeras/ y cola/ y en el aire/ en el aire/ en el amarillo aire/ nuestras alas interiores/ rostros/ vuelan lejos/ adonde las palabras arden/ y el silencio (sin labios/ se pronuncia/ aquí nace la poesía.
Fuente: Letra Siete