04/21/2023 por Sergio León

Sobre el asombro de las meninas

Por Paura Rodríguez Leytón

“¿No será que las palabras que debían servirme para expresarme en este caso, estaban dispersas en todos los idiomas de la tierra y no en uno solo de ellos?”, se pregunta Juan Cristóbal Mc Lean en el ensayo El diccionario de César Vallejo, que forma parte de su libro El garabato y la letra. Aunque hace esta pregunta para darse respuesta a un tema más bien lingüístico y de traducción, las posibles respuestas pueden ser halladas en un universo más amplio: el de su poesía.

Eso intuyo luego de la lectura del poemario Meninas ante la apertura de un carruaje, que acaba de publicar Plural Editores. Me atrevo a señalar que esa pregunta, quizá sea una de las fundamentales en el trayecto de la escritura de Juan; pues, parece ser uno de los elementos que conforman el ritmo interior que late en sus poemas.

Y es que se trata de una poesía que no sólo acude a los idiomas humanos para expresarse, sino que indaga, atisba en las voces de otros seres que también emergen con su propio lenguaje en cada poema. Y no es que necesariamente invente algo nuevo sobre la tierra, sino que, con su modo de decir y mirar, nos hace volver a sentir como nuevas las cosas que de tanto verlas, se nos hacen ordinarias y hasta invisibles.

Como estos versos que nos dicen:

La primera frase del árbol al darle el sol / lanza esta sombra en el camino/ con sintaxis y acentos amarillos/ descifrarla es cosa de vocabularios de andurriales y de hojas.

Y aquí una onomatopeya anunciada: …a esa hora en que la silla calla/ la ola retrocede y tintinean/ todos los guijarros.

Hay otro elemento, la luz. A lo largo de este libro he tenido la compañía continua de una ventana. Una ventana flexible, un escape versátil que con agilidad nos permite entrever distintos rumbos a los que nos llevan la palabra, la memoria y el ritmo interior de los sonidos y los colores; todo en una atmósfera envuelta por un latido armonioso, como si tratara de un caminar sin prisa ni pausa.

Meninas ante la apertura de un carruaje es un título que inevitablemente nos produce una asociación inmediata con el clásico cuadro de Velázquez, Las meninas. Aquel lienzo que inmortaliza la visita de la pequeña infanta Margarita y sus acompañantes al taller del pintor. Aquellas meninas de entonces estaban asistiendo a una sesión de asombro, igual que las meninas de ahora que, curiosas y sorprendidas, se acercan a mirar el modo en que es abierta una calabaza.

Está ahí la calabaza redonda, austera, amarilla y las niñas se acercan a mirar, con gran sorpresa como si tratara de la apertura un carruaje. Ante los ojos del lector y de las niñas se abre un hecho nuevo y fundamental que en la vida real no tendría ninguna significación ni importancia, pero en el mundo de la palabra, el abrir de esa calabaza se convierte en un hecho extraordinario, en algo así como cuando se abre la cueva de Ali Babá y los cuarenta ladrones, donde también interviene la magia de la palabra, donde hay el nombre de una semilla que es la llave del tesoro: un sésamo que se abre.

Y leemos una parte del poema:

La calabaza. En esa mesa / bajo la ventana. Esperando/ henchida en su rincón. El color/ de la calabaza. El cuchillo. / La mano que la parte en la mañana, / las niñas que se acercan a mirar: / meninas / ante la apertura / de un carruaje. / Las semillas que caen. Palabras: / ahí están, rotas / bajo la calabaza/ esparcidas en sílabas.

La lectura de este nuevo poemario es un recorrido de asombro, un asombro que arde como una llama alimentada por la memoria de la infancia; un armazón de encandilamientos que nos dejan boquiabiertos. Las niñas, aquellas meninas, podrían ser nuestras almas que, por un instante, se acercan a mirar la apertura de un carruaje: la poesía, la belleza.

Y acudo a Hugo Mujica, que filosofa sobre Heidegger y dice así: “…asombro es lo que nos deja con la boca abierta, con el cuerpo expectante”. Para la mirada de Mujica el asombro es como un tiempo sin tiempo, sin lugar, sin palabra, en el que lo ordinario se convierte en extraordinario.

Y está Juan Cristóbal Mac Lean que con un planeo de la mirada intenta saber algo del ave cuyo vuelo la hace eterna:

¿qué sabe del tiempo el ave / cuando abriendo el azul recorre / la faz de lo que ama / atravesando el cielo santo?

Fuente: Letra Siete