Allá afuera hay monstruos de Edmundo Paz Soldán
Por Iván Rodrigo Mendizabal
Resultará extraño para muchos lectores la inclusión en este ensayo el comentario de la novela de un boliviano, además éste consagrado a nivel internacional, Edmundo Paz Soldán: Allá afuera hay monstruos. Se trata de una edición ecuatoriana, la tercera; la primera fue hecha en Santiago de Chile en 2021 por la editorial Los libros de la mujer rota; luego fue reimpresa en Cochabamba-Bolivia en el mismo año por Nuevo Milenio; esta tercera está publicada en Guayaquil por la editorial Cadáver exquisito.
Pues bien, Allá afuera hay monstruos es una novela con tono apocalíptico, a la par, una especie de distopía. Paz Soldán en los últimos tiempos se ha constituido en un referente de la ciencia ficción y la literatura fantástica boliviana y latinoamericana, sin descontar ciertas obras de tono realista. Su obra ha trascendido fronteras al punto que muchas de sus novelas están traducidas a varios idiomas. Grosso modo, recordemos novelas suyas –más allá de libros de cuentos y de ensayo– como: Río fugitivo (1998), Sueños digitales (2000), La materia del deseo (2001), El delirio de Turing (2003), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014), Los días de la peste (2017). Su nueva novela, Allá afuera hay monstruos, lo declara el propio autor, es una especie de reescritura, o si se quiere parte del estilo esbozado en la novela mexicana Cartucho (1931) de Nellie Campobello. Tal obra era una especie de narración fragmentada, desde el punto de vista de una niña, de la vivencia familiar que tiene con respecto a la revolución mexicana. Paz Soldán usa la misma estrategia: es la voz de una adolescente cuya madre es una enfermera que debe atender a los enfermos que llegan a un hospital contagiados por lo denominan “el bicho”. Claro está que la novela no es el relato de la enfermedad y sus derivaciones, cosa que podría ser obvia a estas alturas del tiempo, más bien es un retrato de un país, de un mundo en estado de convulsión social donde el gobierno ha perdido legitimidad, en el que hay una sensación colectiva de golpe de Estado, hay inseguridad por la tensión entre supuestos opuestos al gobierno y defensores aparentes de una democracia de papel.
Paz Soldán pinta un país latinoamericano cualquiera, aunque su referencia puede ser alguno cuya democracia sea aún endeble. La primera tentación es presumir a Bolivia con su estado de tensiones luego de la crisis del 2019 con la renuncia de Evo Morales y la llegada al poder de Janine Áñez, periodo que se cierra en el 2020. Aunque esta presunción puede permear la historia, el autor inmediatamente nos hace imaginar una especie de país bananero en el que los intereses políticos, en el que las facciones de paramilitares y guerrilleros hacen de las suyas. Por lo tanto, la atmósfera que se pinta es la de un país donde hay desgobierno, donde la vida se ha vuelto frágil, donde nadie aseguraría la vida misma de los ciudadanos, donde, por otro lado, la pobreza reina, a la par que campea el virus que mina todo.
La estrategia de contar desde el punto de vista de una adolescente y de modo fragmentario contribuye a imaginar un país en el que se vive una pesadilla. La metáfora, de este modo, está instalada: pues leemos una novela en la que el estado febril de la realidad es, al mismo tiempo, el estado febril de los cuerpos que la niña y su madre tratan de narrar o hacernos figurar, la primera por lo que ve, por lo que oye, la segunda, por la labor salvífica que debe realizar en el hospital incluso contagiándose ella. En ese estado febril las imágenes son de pesadilla: el desconcierto de la gente por no saber enfrentar el contagio se contrapone con el desconcierto que suscitan las frecuentes incursiones ya sean guerrilleras, paramilitares y militares en nombre de quien sea en el momento que roban el poder. La pesadilla supone ver ese mundo como dantesco, como si la muerte estuviere jugando a la suerte de quien se le entrecruce, de modo, al principio, sistemático, luego, de manera caótica. En la pesadilla de ese país contagiado notamos así, que el cuerpo social está minado; este se mueve por propia convicción, tratando de sobrevivir, tratando de dar al menos alguna solución, aunque mínima, a la situación en la que está envuelto obligadamente. La metáfora deriva a pensar al cuerpo social y al cuerpo de la familia: la voz de la adolescente es la conectora de una red de significantes donde todo está troceado, donde todo quiere emerger, pero ese todo se le impide a brotar redentoramente por fuerza de un poder maligno. Y encima de ello, tal cuerpo está determinado en su agonía por la corrupción política. Entiéndase, entonces, que la corrupción supone la descomposición de las relaciones sociales, un estado de pudrimiento interior que socava a la sociedad y a la propia familia.
De este modo, llegamos a comprender que la distopía latinoamericana ha sido esta vez instalada por la pandemia en la que política contribuye con su poder violento en contra de la ciudadanía. ¿No fue el 2020, cuando inició la pandemia, en muchos países, incluido Ecuador, la excusa para cambiar el Estado, para debilitarlo, para hacer que hagan presa de él diversidad de intereses? La distopía antes imaginada era la de un poder totalitario que alienaba al ciudadano. La distopía contemporánea es una donde impera el caos, donde el poder político lo impone, lo hace funcionar, para que la sociedad en su seno se vaya alienando por el miedo y destruyendo a la par. En la novela de Paz Soldán eso ocurre: no vale la vida humana, no valen los hospitales, no valen los esfuerzos médicos, no vale el ciudadano que quiere curarse y pretende salvar otras vidas. Lo que sí impera es el fanatismo ideológico y la fuerza de las armas, el tráfico de lo que sea, incluidas las medicinas; allá los medios de comunicación falsean la realidad y se muestran cada vez más distantes de la tragedia que impone la pandemia. De ello, así, se deriva ese estado constante de inestabilidad, de apocalipsis perpetuo –quizá a tono de un libro que en cierto momento escribió Alejandro Moreano, precisamente con el título de Apocalipsis perpetuo (Planeta, 2002)–, aunque en este caso es uno que nace del ejercicio de un poder contra la vida que siembra el estado de guerra permanente en el seno de una sociedad hasta desgastarla.
Dicho esto, Allá afuera hay monstruos se presenta como una obra con una trama cruda: aunque se lee con facilidad, lo que prevalece en el imaginario del lector es un mundo del que más bien quisiera escapar. Paz Soldán demuestra ser un escritor que sabe representar el mundo desde su faz oscura con una técnica muy elaborada, metafórica, simbólica. Por algo es un representante de las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos.
Fuente: Máquina Combinatoria