Seúl, São Paulo, el monolito interior
Por: Sandro D. Velarde Vargas
Muchos autores, no solamente bolivianos, se han ocupado de narrar historias donde la juventud y la adolescencia son el leitmotiv central de la narración, tal es el caso de Gabriel Mamani Magne, autor de Seúl, São Paulo relato ganador del XX Premio Nacional de Novela 2019, publicada por Editorial 3600, que cuenta en sus catálogos con varios premios nacionales impresos.
La obra, que también podría ser una novela corta o un cuento largo, se ocupa de revelar los conflictos multiculturales, la búsqueda de identidad en un mundo globalizado, la discriminación naturalizada en la mente y actitudes de sus protagonistas —¿acaso debido al color de su piel?—; la miseria material y cultural que envuelve a los intérpretes y su entorno. Asuntos trabados con el tema de la migración, alternativa latente como respuesta a los problemas económicos y sociales.
Se trata de una novela dura, narrada sin artificios literarios, áspera en el lenguaje. Directa.
La obra tiene un interesante inicio: “En la sala hay un monolito. Siempre estuvo ahí. Llegó antes que la abuela naciera y probablemente sobrevivirá a todos nosotros”. Es casi el justificativo de la historia, la metáfora que sostiene el relato: la identidad, el ser nacional, lo aymara, lo andino. Legados de un país que perdió su ajayu.
Los sinsabores de ser joven en El Alto
La historia cuenta las tribulaciones de dos jóvenes que tratan de superar la etapa de la adolescencia llena de contradicciones, encuentros y desencuentros, es la búsqueda de una identidad que se diluye entre la herencia aymara y la cultura mundo, la urgencia en la afirmación sexual y los sueños de realización personal.
En el relato, ambos adolescentes tienen futuros distintos. Tayson, por cuestiones ajenas nace en Brasil, producto de la migración o, mejor dicho, por la expulsión disfrazada que sus padres deben enfrentar, éxodo que obliga a muchos viajeros a ser esclavizados en las textileras brasileñas o las maquilas argentinas, (incluso por los propios bolivianos) es decir, las pocas oportunidades de autorrealización, empleo y condiciones que el Estado boliviano no les ofrece, permitiendo que “escapen” buscando la supervivencia (ahí están las desgarradoras historias de los tíos que se fueron en busca del sueño económico: Casimiro, Buenaventura y Yojan).
El narrador de la novela, que es el primo hermano de Tayson, en este juego de espejos, nos transporta por situaciones que aun en la actualidad enfrentan los hijos de migrantes aymaras asentados en la ciudad de El Alto: el desencuentro con su realidad, el desa-rraigo de su cultura y la alienación multidimensional.
Casi como en La ciudad y los perros de Vargas Llosa, Mamani Magne narra la vida los preconscriptos que deben alternar dentro los cuarteles y fuera de ellos: las chocolateadas, el abuso de sus superiores, los insultos y sobrenombres (“monos”, “sarnas”, “negros”) el machismo exacerbado, los ejercicios extenuantes, los desquites de sus “broncas” mediante obscenos encuentros de box que alcanzan también a las jovencitas premilitares, convirtiéndose en víctimas de acoso sexual de los sargentos. Actitudes habituales, casi normales, en instituciones militares y establecimientos educativos.
Por otro lado, el despertar a la sexualidad poco informada hace que se distorsionen las relaciones sexuales y las relaciones de enamoramiento y conquista. Tayson se casa con su novia a sabiendas de que es amante de un instructor del cuartel, esperan a su primogénito sin la seguridad de que es producto del amor que se profesan, en tanto, el primo —narrador testigo y protagonista— se debate entre las piernas de Esbenka, una joven prostituta del burdel llamado Las Claudinas (en clara referencia al estudio de Salvador Romero Pittari que se encarga de analizar a las esbeltas cholas protagonistas de obras literarias de la novelística de los primeros años del Siglo XX, tal el caso de En las tierras del Potosí, de Jaime Mendoza, La Miskki Simi, de Adolfo Costa du Rels, y La Chaskañawi, de Carlos Medinaceli) y Vida, su novia, que se convierte en objeto de deseo, su pasión juvenil y al mismo tiempo su imposibilidad de afirmarse en el amor.
La metamorfosis
El cambio trascendental que sufre Tayson es saberse aymara. Durante sus gloriosos años en el país Carioca, donde, incluso conquistaba chicas “bien” y los coreanos, rivales en la costura de los bolivianos, no hallaron rastros de “bolita” en sus facciones. “Playboy, así se sentía por aquellos tiempos” hasta que la raza aymara y sus fisionomías andinas se hicieron presentes. “Un bolibrasuco perdido en Bolivia, sin mujer y sin plata, y con ganas de gritar”, dice el autor. Es el reencuentro con su realidad, es la realidad lacerante que choca de frente a la gran mayoría de los jóvenes alteños que los hace creerse inferiores, resabios de la Colonia y la República; maldición que sigue presente en los jóvenes que venden pipocas en las calles, los que baldean los water closet o mingitorios, “serruchos” o voceadores de los minibuses.
Al margen de estos dos personajes, surge la figura de Dino, vendedor de libros usados, estudiante de Sociología que luce una gorra desteñida de guerrillero trasnochado, obsesionado con las ideas de Fausto Reinaga, que profesa adhesiones al indianismo radical, sueña con escribir un “libro que le escupa su raíz cobriza en la cara a este país, (es decir) su raíz india”. Este personaje encarna las ideas revolucionarias y de autonomía de las naciones aymaras, filosofía que tampoco cautiva a nuestros jóvenes que prefieren estar “conectados” y bailar K-pop.
El final recrea nuestra realidad, unos que van otros que vuelven, en tanto el monolito que habita en nuestras profundidades seguirá sobreviviendo a todos nosotros. ¿O ya se habrá ido?
Fuente: Tendencias