Sebastián Antezana después del fin del mundo
Por: Ximena Marina Saa Balboa
A manera de balance post-apocalíptico, Ximena Marina Saa Balboa ha realizado una fresca entrevista al escritor Sebastián Antezana.
– Por favor, explícanos tu perspectiva sobre la evolución de la Literatura en Bolivia hasta este 2012
Durante los últimos diez o quince años la producción literaria nacional ha crecido notablemente. Eso ha sido posible gracias a la consolidación –todavía parcial– de algunas editoriales dedicadas a la publicación de literatura (como Plural, Nuevo Milenio, La Hoguera, Gente Común y El Cuervo) y a que algunos escritores bolivianos se han transformado en referentes de buena ficción, autores necesarios a la hora de emprender un proyecto de lectura de alcance nacional. Esto, además, ha venido acompañado de un creciente interés y seguimiento de medios como la prensa escrita, y ha sido claramente impulsado por las comunicaciones 2.0. En suma, en lo que se refiere a producción, hasta 2012 Bolivia ha conseguido un desarrollo literario relativamente importante y ha alcanzado algunos puntos altos con la exportación de ciertos autores y títulos, pero el camino por recorrer es aún muy largo, pues el aumento de producción no necesariamente viene acompañado de un aumento de calidad en el producto. Diría, en resumen, que las cosas se ven bien, que las señales son auspiciosas, pero si queremos volvernos algo así como un referente literario sudamericano –o, más atrevido aún, un referente literario hispanoamericano– todavía tenemos mucho por hacer y deberemos sortear una serie de obstáculos que nos impone la cruel lógica del mercado editorial, de la que todavía permanecemos excluidos.
– ¿Cómo ves la acogida en el extranjero de la Literatura Nacional?
Como te mencionaba, el impacto general de la literatura boliviana en el ámbito internacional es prácticamente nulo. Cuando uno visita librerías de Chile, Argentina, Colombia o, España, por citar algunos países hispanohablantes, es extremadamente raro ver entre los estantes un título o autor boliviano. En ese sentido la mediterraneidad –y el consecuente aislamiento y desconocimiento que de ella se desprenden– sigue siendo nuestra infortunada marca registrada. Pero, como también dije, durante la última década algunas cosas han ido cambiando y ciertos autores –todavía contados con los dedos de las manos– han empezado a publicar y generar cierta respuesta en países como España, esa parada obligatoria para cualquier escritor latinoamericano que quiera hacerse un nombre en el mundo editorial.
– ¿Cómo viste a la Literatura referente a producción, como medio para la devolución (obtención) del gusto del público por la lectura este 2012?
No sé si entiendo bien tu pregunta, pero diría que 2012 no ha sido un año particular para la literatura. Tampoco sé si podemos marcarlo como un año especialmente bueno o malo en lo que se refiere a la lectura.
– Podrías decirnos, ¿cuál es la fuente de inspiración personal que tienes para motivarte a escribir?
Si tengo que referirme a algo como la inspiración –ese tibio subproducto de la imaginación intelectual– diría que lo que me motiva a la hora de escribir son la gente y las historias que conozco, y mis lecturas cercanas. Es decir, escribo para tratar de entender mejor a mi pequeño, entrañable y a veces terrible círculo de amistades y amores. Y escribo también motivado por la lectura de ciertos libros, para continuar el diálogo o la discusión con algún autor, para prolongar las sensaciones que deja cierta lectura, para tratar de borrar las que dejan otras. Lastimosamente, en este punto no puedo presumir una imaginación etnográfica o curiosidad antropológica; no soy Emile Zola ni me motivan las peripecias de la especie. Me interesan los pequeños dramas humanos y ciertos vistazos del mundo que descubrí primero en los libros. Como muchos otros, yo descubrí el mundo y a las personas leyendo, y sólo después las conocí mediante el intercambio diario y la experimentación. Esa es la forma en que escribo: para bien o para mal, estoy motivado por amores y obsesiones privadas, y por mis libros más cercanos.
– ¿Cuál de las obras publicadas este 2012 consideras que es la más relevante según tu criterio para el ámbito nacional?
Por supuesto que la mía es una opinión parcializada, pero creo que Los mercaderes del Che, libro de crónicas de Alex Ayala publicado por El Cuervo, es uno de los libros más importantes de 2012 en Bolivia, porque es una lectura amplia, poderosa, inquisitiva e inteligente, que nos muestra cómo géneros, como la crónica y el perfil son parte importante de eso que hoy llamamos literatura. Y, además, porque es un libro que destila rigor, cuidado, trabajo, dedicación, eso que se echa de menos, que falta en la mayoría de los libros de ficción producidos en el país.
– ¿Cómo crees que influye el Cine en la Literatura a partir de las nuevas adaptaciones y producciones? Y, ¿cómo ves tú al Cine Nacional hoy?
El cine es una influencia directa en literatura. Y viceversa. Ambos son lenguajes afines, a veces complementarios, pero no creo que la adaptación de un lenguaje al otro –pese a lo que los grandes estudios y las estadísticas indican– sea necesariamente algo bueno. La literatura se basta en sí misma, es un fin en sí mismo, al igual que el cine. El diálogo y la fusión son buenos, pero no siempre en términos de adaptación, porque con la institucionalización de las adaptaciones viene irreprimiblemente la producción en serie, la pérdida de las características particulares, del punto de vista autorial (del autor). El diálogo y la fusión son buenos cuando, por ejemplo, algunas características del lenguaje literario–como la sofisticación formal– son explotadas en el cine con buenos resultados. O cuando una novela se beneficia con los distintos puntos de vista y el vértigo visual del cine.
Por otra parte, no puedo hacer un balance del cine nacional en 2012 porque desde más o menos la mitad del año que vivo fuera de Bolivia, lo que me ha impedido ver un buen número de películas –entre ellas una que, según dicen, podría ser una de las mejores del año: Las bellas durmientes, de Marcos Loayza. Pero sí puedo decir que, digamos, durante los últimos diez años, la consolidación del digital ha democratizado el acceso a la producción de cine con igualmente buenos y malos resultados. En general, en el cine boliviano pasa algo similar a lo que sucede en literatura: a fin de cuentas, tenemos cuatro o cinco directores a los que esperamos y volvemos con interés, pero el panorama general es bastante mediocre.
– ¿Cuál crees que es más fácil de entender, aceptar y consumir para el público: una película o una novela? ¿Por qué?
Si hay un gesto que define mejor que otros la contemporaneidad es la urgencia, la prisa. El surgimiento y consolidación de una plataforma tan escandalosa como Twitter, por ejemplo, es un gesto evidente de nuestra reducida capacidad de atención, de nuestra urgencia por consumir mensajes cada vez menos extensos, más rápidos, más vacíos. En ese panorama, la información rápida se opone a la reflexión –aunque, por suerte, siempre se puede encontrar remansos de esta última, como el libro de crónicas Los mercaderes del Che, y he ahí algo de su importancia– y, por lo tanto, para contestar tu pregunta diría que es absolutamente claro que el cine es un producto de más fácil consumo que la literatura. La prueba, por supuesto, está en la taquilla. Hay varias de películas –como The Avengers– que durante 2012 recaudaron centenas de millones de dólares, y su equivalente literario –digamos, 50 sombras de gris, de E. L. James – no le llega ni a las rodillas.
Por supuesto, digo que el cine es un producto de mucho mayor y más fácil consumo que la literatura, pero eso no significa que sea “más fácil de entender”.
– Para concluir ¿Qué tal se perfila la Literatura según tu criterio en este 2013?
Espero que sea un buen año. Soy consciente de que cada vez hay más gente que escribe, más ansias de publicar, más títulos expuestos en los estantes de las librerías. Y que todo esto no se corresponde necesariamente con calidad, con rigor en la escritura, con proyectos narrativos sólidos, con ejercicios estéticos bien armados. Se publica mucho y mal, y parece que esta tendencia seguirá por un tiempo. Pero no soy un fatalista, creo que por suerte hay un buen número de autores que siguen escribiendo de forma coherente, valiente, necesaria. Ciertamente, no soy parte de esa histeria colectiva que, en las antípodas de lo antes dicho, teme la muerte del libro físico. Tampoco creo en vaticinios del tipo “la muerte de la novela”. Creo que la literatura es como las cucarachas, un bicho resistente, una bestia que sabrá cómo sobrevivir el apocalipsis. A fin de cuentas, una vez que el apocalipsis pase, tendrá que quedar alguien allí para novelarlo, ¿no?
Fuente: bodegon.org