Samanta Schweblin: “El cuento sigue siendo mi género preferido”
Entrevista a Samanta Schweblin
Por: Adhemar Manjón
Samanta Schweblin apareció en la escena literaria de su país en 2002 con un potente libro de cuentos, El núcleo de disturbio, que señalaba lo que sería después su carrera y que se confirmó con otro volumen de cuentos, Pájaros en la boca, publicado en 2009 y que le valió el reconocimiento general a la autora argentina.
Fever dream, traducción de su primera novela, Distancia de rescate, de 2014, es una de las seis finalistas del prestigioso premio Man Booker de Inglaterra. Su último libro de cuentos, Siete casas vacías (2015), acaba de ser editado en Bolivia por la editorial Nuevo Milenio.
– Distancia de rescate es tu primera novela y llega a ser finalista de un premio tan importante como el Man Booker ¿Cuáles son las sensaciones ante el hecho de que un texto tuyo –esto pensando también en los anteriores premios que ganaste- sea reconocido de esta manera?
Un premio siempre es un gran empujón hacia adelante. Un empujón de nueva energía de trabajo, de reconocimiento, de llegada a más y nuevos lectores, es una alegría. Pero los premios grandes también traen cosas que me asustan. Una mirada cada vez más crítica sobre lo que uno hace, expectativas y, la pérdida más costosa: el compromiso de promoción que algunos de estos premios implica y todo el tiempo y la energía que se va con eso, y se le escapa a la escritura. Pero quien va a quejarse de los premios, siempre son algo bueno.
–¿Cómo manejaste el tema de la traducción de la novela?, por ejemplo el título es otro en inglés, ¿Cómo fue el trabajo con la traductora Megan McDowell?
Creo que con las traducciones hay que aprender a soltar y a confiar, sino uno se vuelve un poco loco. A fin de este año Distancia de rescate estará traducida a más de veinticinco lenguas y hay traducciones como la china o la japonesa que ni siquiera sé si son libros míos, porque no puedo ni encontrar mi nombre. Incomoda saber que a esta altura serán más los lectores que van a leerme traducida que los que van a leerme en Español, e incomoda porque la escritura es un trabajo artesanal, puntilloso y detallista, y es raro que todo eso quede en manos de otro, y que uno ni siquiera sea capaz de entender si para bien o para mal. El caso del inglés es el único idioma en el que puedo llegar a involucrarme y el trabajo con mi traductora, Megan McDowell fue realmente buenísimo. Megan es también la traductora al inglés de otros autores de mi generación como Alejandro Zambra, Lina Meruane o Mariana Enriquez, y todos estamos muy agradecidos con su trabajo. En las traducciones el título del libro está cambiando bastante, el concepto “distancia de rescate” no es tan fácil de traducir. Al inglés se tradujo como “Fever Dream”, que es el sueño que uno puede tener cuando está afiebrado. Al holandés, al alemán y al danés se tradujo como “Gift” o “Gif”, que significa “veneno”. Y al francés “Toxique”, tóxico. Distancia de rescate sigue siendo el título con el que me siento más cómoda, pero hay que confiar en los editores.
– Muchos han dicho que tu novela es una obra de terror ecológico –o terror ambientalista-, en el que la víctima es un niño ¿Cómo surge este tema? ¿Cuáles son tus preocupaciones respecto a esta amenaza hacia el medio-ambiente?
Bueno, hay muchas víctimas, en la novela y en los casos reales que estudié para escribirla. El mal uso de agrotóxicos en los cultivos, toda la negligencia que rodea sus usos y abusos, trae consecuencias nefastas no solo para los pobladores y trabajadores de la zona sino para la gente de las ciudades que, porque viven más lejos, por ahí creen que están salvaguardadas de todo esto. Es verdad que, aunque no sé si pueda inscribirse estrictamente esta novela en el género de terror, sí avanza intencionalmente con un tono y un ritmo muy cercano a esos climas. Pero creo que lo que la hace más terrorífica es la angustia de descubrir qué tan cerca tenemos realmente estos peligros de los que habla el libro, y qué tan rápido y profundo podrían tocarnos. El terror puede ser divertido cuando uno como lector se siente seguro, pero cuando uno sospecha que realmente podría tocarte el hombro en ese mismísimo momento es que se nos ponen los pelos de punta.
– Distancia de rescate es una novela en la que el lazo madre-hijo/a es muy fuerte, pero demuestra también que de alguna manera este siempre se romperá ¿Qué tan importante era para vos que la novela tocara este tema de la familia?
Creo que siempre estoy escribiendo alrededor de estos temas. La familia es nuestro núcleo más cercano –incluso si toca su ausencia-, es el entorno en el que nacen nuestros primeros miedos y en el que cruzamos los primeros dramas. Sobre todo me interesa el hilo que ata a padres e hijos, cómo puede salvarnos y también lastimarnos. Es un equilibrio imposible que nunca terminamos del todo de calmar.
–Te graduaste de la carrera de Imagen y Sonido, ¿cuánto te ayudó la mirada cinematográfica al momento de iniciar tu carrera de escritora?
Supongo que estudiar cine tuvo que ver con esta obsesión por intentar entender los mecanismos de las maquinarias narrativas. La escritura de guiones, el montaje de una película, discutir con otros durante horas el orden de las escenas, la duración, plantearse incluso quitar una escena de una película -justamente porque cuenta demasiado-, todo eso tiene mucho que ver con cómo se escribe una historia. Creo que la carrera fue una buena compañía a los talleres literarios que fui asistiendo durante esos años, pero pronto fue claro para mí que lo importante era la literatura, y no tanto el cine.
– Stephen King dijo alguna vez que el camino al infierno está plagado de adverbios; en tu caso, ¿cuáles son los ruidos? ¿Qué te perturba a la hora de ir escribiendo? ¿Qué es lo que te hace borrar y reescribir un texto?
Creo que hay dos tipos de escritores, los que realmente disfrutan del lenguaje y lo dominan con gracia, y los que luchan contra él, los que se enredan en cada palabra y tienen que trabajar duro para conseguir que las cosas se lean como si se hubieran escrito con naturalidad. Yo envidio mucho a los primeros, pero no lamento pertenecer a los segundos. Muchas veces es la propia imposibilidad de decir exactamente lo que quiero decir lo que me obliga a tomar otros caminos, y a encontrar nuevas formas y maneras. Es una lucha productiva.
– Recientemente fuiste seleccionada como una de las mejores escritoras latinoamericanas con menos de 40 años ¿Cómo viste esta selección? Y quisiera saber si de alguna manera te sentís parte de una generación de escritores ¿Sentís que está pasando algo en la literatura latinoamericana actualmente, que tenga una línea que la atraviese?
La selección fue un poco arbitraria, no me gustó mucho, pero todas las selecciones lo son, ¿no? Y que hayan quedado tan buenos autores fuera da también cuenta de la buena salud de la literatura latinoamericana.
Luego, cuando me preguntan por mi generación, y si creo que hay algo nuevo que nos marque yo siempre caigo en la tentación de decir que sí, pero me pregunto si no será más una esperanza que una realidad. Nos gusta decir, por ejemplo, que somos una generación que no se identifica por temas, géneros ni formas, sino que cada uno tiene una voz original y personal, pero eso es algo que todas las generaciones deben querer pensar de sí mismas. Me sorprende sí la cantidad de latinoamericanos que están logrando publicar en España o llegar con traducciones a Estados Unidos. Pero otra vez, sin desmerecernos, quizá este pequeño boom tiene más que ver con las crisis literarias de España y Estados Unidos que con nuestros propios libros. En perspectiva, quizá lo que al final termine marcándonos como generación sea la inmediatez con la que nos leemos entre nosotros: lo rápido que nos leemos y lo rápido que transpiramos esas lecturas en nuestras propias escrituras. Quizá somos una generación cuya mayor influencia sea nuestra misma generación. No siento que leer a mis contemporáneos me haya influenciado en formas, voces, o líneas literarias, pero sí -y mucho-, en la intuición de qué se debería contar a continuación, en que es necesario pensar desde la literatura, ahí es donde siento que nos hacemos eco unos a otros, es algo vital que se lee entre libros.
– Y en el caso de la literatura fantástica argentina, ¿de dónde parte tu apego hacia este género –el fantástico-? ¿Quiénes son tus referentes?
Hay una vieja revista argentina, que se publicó en la década de los ochenta y que yo compraba con devoción buscándola muchos años después en las mesas de libros usados. “El Péndulo” era una revista interesada sobre todo en el género fantástico, ahí descubrí por primera vez a muchos de los que me fascinaron: Ray Bradbury, Ursula Le Guin, Ballard, Levrero, Philip K. Dick. La antología “Antología de la literatura fantástica” de Bioy, Borges y Ocampo fue también un gran impulso, y ni hablar de los cuatro tomos de “Antología del cuento extraño” de Rodolfo Walsh. Adoraba las antologías, quería leerlos a todos y estas antologías me funcionaban como grandes índices de autores. Estaba segura que entre ellos encontraría a los míos. Adolfo Bioy Casares y Antonio di Benedetto, fueron quizá los primeros autores que leí casi de punta a punta. Hoy mis referentes cambiaron, sigue fascinándome el fantástico pero me doy cuenta que cada vez lo leo y lo escribo más en el límite con el realismo, casi en la cornisa.
– ¿Te costó mucho desprenderte del cuento? Porque veo que hay una evolución en cuanto la extensión de tus historias que se capitaliza con Distancia de rescate. Digamos que en tu libro Siete casas vacías hay un cuento de 52 páginas. Distancia… no es una novela muy extensa tampoco…
¡No me desprendí del cuento! Sigo sintiéndome sobre todo una cuentista y, aunque estoy escribiendo una nueva novela, el cuento sigue siendo mi género preferido. Mis autores preferidos son sobre todo cuentistas (Amy Hempel, Tobías Wolff, Elizabeth Strouth). Supongo que lo primero que hago cuando tengo una idea es intentar escribir un cuento. Si fracaso, no queda otra que escribir una novela.
– ¿Cuáles dirías que son las ventajas y desventajas del exilio voluntario que llevás en Berlín? ¿Qué ha aportado a tu mirada de escritora vivir fuera del país donde naciste, dedicándote solo a la literatura?
La primera ventaja es que, al menos en lo que respecta a estos primeros cinco años fuera, en Buenos Aires no hubiera podido vivir de la escritura, o de los talleres literarios. Hay escritores que lo hacen, pero es muy duro, hay que dar taller casi todos los días y casi no quedan energías para la escritura. Berlín es una ciudad abierta, pluricultural, central y siempre hablo de estas cosas cuando digo qué es lo que me gusta de Berlín, pero en el fondo creo que fue sobre todo una cuestión monetaria: para escribir necesitaba comprar tiempo libre. En Argentina esto es un lujo casi impagable, en Berlín vivo del trabajo de solo tres días a la semana, todo el resto es para la escritura. Nunca antes había sido tan productiva como estos últimos años. Vivir afuera también da perspectiva, ayuda a pensar Buenos Aires y a pensarse incluso a uno mismo.
– Siete casas vacías se publicará en Bolivia ¿Qué significa para vos que ahora sea más fácil llevar tu obra a otros países, y en el caso particular de Bolivia?
Me siento muy agradecida con todo lo que está pasando con mis libros. Escribo para que me lean, da un poco de pudor decirlo, pero es la verdad. Ser leído es el premio más grande que puede ganarse un escritor, y cada nueva edición de mis libros la festejo casi como un libro nuevo. Además no conozco Bolivia, ojalá esta sea una buena oportunidad para pasar a saludar.
Fuente: Brújula