Sigiloso Hasbún
Por: Fadrique Iglesias Mendizábal
Hace unas semanas en el café Busboys and Poets de U Street en Washington DC, fue la presentación del grupo Spanish Young Novelists, seleccionado por la prestigiosa revista literaria inglesa Granta. En el evento complementario, patrocinado por la Embajada Española en EEUU y su fundación para la acción cultural, se presentaban a los novísimos autores españoles Javier Montes, Andrés Barba y Alberto Olmos, siendo parte de una gira promocional por algunas ciudades de Estados Unidos. Aquella tarde se blasfemó contra los cánones literarios, digamos que, obligatorios. Olmos se desmarcó de García Lorca y Montes de las aportaciones intelectuales –sin despreciar su trabajo- de los últimos años de Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Varios de estos jóvenes escritores viven –o lo han hecho- fuera del país donde nacieron.
La revista mencionada ha escogido otros 19 escritores además de los tres mencionados, todos ellos menores de 35 años, que están llamados a marcar la generación literaria venidera en lengua castellana. El único narrador boliviano escogido para portar el estandarte de tal empresa es Rodrigo Hasbún, quien fue invitado a la siguiente etapa de la gira promocional, esta vez en la ciudad de Nueva York, no muy lejos de donde él radica actualmente, Ithaca.
Hasbún, que fue criado a varios miles de kilómetros, tiene varias coincidencias con los demás narradores, aunque no siempre estéticas. Es más bien una generación en la que la unidad radica en la hipertextualización, en la comunicación compulsiva y quizás en la desazón traída por un sistema político que no parece representarlos. Él, al igual que sus pares, tampoco cree en rígidos cánones, aún cuando se ha nutrido de Borges, Carver o de Coetze, según el momento.
Por las predicciones de la revista Granta en la década pasada han desfilado los exitosos Martin Amis, Jonathan Franzen, Lorrie Moore o Zadie Smith, referentes actuales de la literatura anglosajona. Hasbún también ha sido incluido en otro proyecto de tinte enumerativo, unos años antes, Bogotá 39, seleccionado en aquella ocasión entre los 39 narradores prominentes de menos de 39 de América Latina –en este caso incluyendo también narradores en lengua portuguesa. Pero el estado de gracia de Hasbún también abarca otras áreas expresivas. Ha participado como co-guionista en el recién estrenado film Los Viejos, de su amigo Martín Boulocq, basado en un cuento suyo precisamente. La acogida de la crítica nacional, en líneas generales, ha sido muy positiva.
El movimiento de Hasbún no para, a pesar de su sencilla y tímida cadencia. No responde al perfil clásico de hombre de bohemia. Tampoco al del tecnócrata. Es más bien una especie de laborioso lector, de espectador introvertido. Además maneja un lenguaje muy vivo, hasta parco. Ha participado en coloquios en uno de los espacios más prestigiosos de Madrid como es la Casa de América, pero también en talleres en el Proyecto Martadero de Cochabamba o en el Centro Patiño. Tiene los pies en la tierra y no es muy amigo del protagonismo del escritor como “estrella de Rock”. Ello, en la misma línea de su escritura: una de las características suyas apunta a las historias simples desde dentro del personaje, en sintonía con otros varios creadores audiovisuales –algunos de ellos novelistas-, como Lucía Puenzo, Alberto Fuguet, Matías Bize, Jim Jaramush o el argentino Sorín, que suelen hablar de historias íntimas, reflexivas, planteamientos personales y comparaciones/confrontaciones existenciales no grandilocuentes.
Las nuevas voces parecen ser transversales con respecto a la convivencia con la música, el arte contemporáneo y la arquitectura. A veces incluso minimalistas. Pasada ya la resaca del boom y la post-boom, normalizado y asumido el shock de Bolaño, ésta parece ser la generación en que las letras beben de un manantial común: historias incompletas o no tan procesadas para que el lector las interprete.
Tras haber publicado en Bolivia con Gente Común y Alfaguara, ahora tiene nuevos proyectos y da el salto a la arriesgada editorial española Duomo –parte a su vez del grupo italiano Mauri. En septiembre, dicha editorial publicará Los días más felices, su segundo libro de cuentos. Son doce en total y los fue escribiendo a lo largo de los últimos cinco o seis años. La editorial se ha comprometido a distribuir el libro en Bolivia, el próximo año por lo que también podrá leerse allí, en sintonía con obras de sus amigos Paz Soldán, Collanzi o Barrientos, fichados por sellos editoriales internacionales que no han olvidado a sus lectores bolivianos, presentando también ediciones locales.
Entre conversaciones orales y otras por email, cuando se le pregunta si cree que su prosa requiere un fuerte ejercicio racional para aprehenderla –si se necesita “bagaje” para entenderla- o si más bien se trata de un asunto más emocional y de empatía, responde: “la literatura que más me interesa, como lector y también como escritor, es aquella que conmueve o perturba, la que te devuelve a ti mismo y a lo que tienes más cerca de ti. En ese sentido, las ideas me interesan menos que las emociones, que siempre pegan más duro y mejor. Para leerme no creo que se necesite ningún tipo de bagaje intelectual. Sí, quizá, una cierta predisposición. Pero eso, en realidad, se necesita para leer a cualquiera”.
Mientras Tico, como le conocen en Cochabamba, escribe ficción, también sigue adelante con sus estudios doctorales gracias a una beca concedida por la Universidad de Cornell. Sobre sus líneas de investigación –y posterior tesis doctoral- adelanta que probablemente se avocará a los diarios íntimos. Algo así como un voyeur o un matahari contemporáneo, que paradójicamente no es demasiado asiduo al facebook, al que le dedica poco tiempo cuando reabre su cuenta de cuando en cuando.
Siempre me han interesado los diarios íntimos. Siento que en esa escritura secreta -que a menudo dura lo que dura la vida de quien la practica-, se dan formas de cercanía apabullantes y maravillosas. Aunque todavía no lo tengo del todo claro, sospecho que en mi tesis terminaré escribiendo sobre algunos diaristas latinoamericanos que admiro.
Cuando se le pregunta por un referente creativo en las últimas semanas o meses, habla de Terrence Mallick, a quien cada estreno le toma un puñado de años y que acaba de presentar una ambiciosa exploración intimista y filosófica a los procesos existenciales con su obra El árbol de la vida, protagonizada por Brad Pitt. Siguiendo con sus influencias, apunta: “otro gran cineasta, Andréi Tarkovsky, solía decir que el arte nos prepara para morir. Viendo las pelis de Mallick, pienso constantemente en esa frase y en algo que yo creo que le hace falta: que el arte también nos prepara para vivir, para entender un poco mejor cuál es el sentido de estar acá. Y eso yo lo agradezco casi más que nada”.
La música también es esencial en su proceso vital, y es probable que dejen una impronta innegable en su obra. Cabe recordar que Hasbún formó parte de una desaparecida banda de rock y se nutrió en su adolescencia con el grunge de Seatle, pero sobre todo con cantautores poéticos como Leonard Cohen. No obstante cuando se le pregunta por el más grande músico popular, responde el viejo Bob, sin ninguna duda.
Fuente: Ecdótica