Rodrigo Hasbún: “Tememos al escándalo y a la desaprobación ”
Entrevista a Rodrigo Hasbún
Por: Saúl Montaño
Seleccionado por el Hay Festival Bogotá como uno de los mejores escritores latinoamericanos menores de 39 y por la revista Granta como uno de los 22 mejores escritores en español menores de 35, el escritor cochabambino Rodrigo Hasbún retorna con Los afectos, novela editada por Penguin Random House. Inspirada en hechos reales, una realidad que Hasbún ha convertido en ficción. Los afectos tiene a Hans Ertl, un idealista, aventurero, explorador, fotógrafo y camarógrafo de la cineasta alemana Leni Riefenstahl, mimada por el nazismo, y a sus tres hijas, Monika, Heidi y Trixi, como protagonistas principales del relato.
Los derechos de traducción de la novela, que se presentará en agosto en la Feria del Libro de La Paz, ya se han vendido a nueve idiomas. Asimismo, en Bolivia será coeditada por El Cuervo. Hasbún ha publicado los libros de cuentos Cinco, Los días más felices y Cuatro, un volumen de relatos escogidos titulado Nueve y la novela El lugar del cuerpo.
– ¿Por qué te interesó la historia de la familia Ertl?
Me pareció una historia extraña y fascinante, y me disparó de inmediato las ganas de ahondar en ella, pero más allá de eso me cuesta explicar algo que fue puramente instintivo. Para mí esa incertidumbre de ‘no saber bien por qué’ hace que el proceso sea menos predecible y más divertido. Luego, pensando hacia atrás, sí me doy cuenta de que en la historia de los Ertl confluyen asuntos a los que vengo dándole vueltas hace tiempo (y quizá por eso me interesó tanto en primer lugar): el desplazamiento radical, la familia como lugar de ilusión y guerra, los afectos difíciles como materia prima de la narración.
– ¿Así como lo hizo Homes con Reegan, Foenkino con Lennon o Delillo con Owsald, hay una ‘ficcionalización’ de la intimidad de personajes históricos. ¿Cómo se dio el proceso en Los afectos?, ¿te sirvieron de modelo estos autores?
Hay novelas que exploran en la intimidad de personajes históricos que me gustan mucho, sobre todo porque dejan de lado la minucia de la reconstrucción de época y se concentran en imaginar el viaje interior de los personajes. En ese sentido, es magistral lo que hacen Delillo con Oswald y Doctorow con Houdini y Pynchon con Mason y Dixon, o lo que hacen Toibin con Henry James y Coetzee con Dostoievski, pero en ningún momento me propuse adoptarlos como modelos.
Por lo demás, ellos trabajan con personajes bastante más conocidos y cuyas historias han sido exhaustivamente documentadas. Yo tenía poco a lo que aferrarme, algo que me permitió trabajar desde la libertad de la ficción, casi como si lo hubiera estado inventando todo.
– ¿Se percibe en tu novela una potenciación del carisma del guerrillero, algo que se hacía antes, pero que luego se olvidó en una época de cinismo político y que de alguna forma tu novela retoma aquella imagen del guerrillero carismático. ¿Qué opinas al respecto?
Las narrativas de la lucha de izquierda han oscilado a menudo entre el heroísmo épico y una suerte de victimismo orgulloso de sí mismo, y quise huir de los dos extremos humanizando a los personajes lo más posible, conservando sus contradicciones, matizando sus impulsos. Me gustaría creer que la novela no ofrece un retrato único de los guerrilleros y que, dependiendo desde dónde los miran los demás personajes, sale a relucir su convicción y voluntad y su carisma, pero también su ingenuidad y confusión o incluso, digamos vistos por el padre, su locura y su estupidez.
– ¿Puede considerarse a Los afectos como una novela política ¿Crees que está dándose la repolitización en la novela latinoamericana?
En los últimos años sin duda viene dándose una fuerte repolitización de la literatura latinoamericana no solo en los libros mismos, sino también, y sobre todo, en las intervenciones públicas de los escritores. Las que más me interesan a mí, y aquí hablo también como lector, son las que podríamos llamar las políticas de la intimidad y la exploración de las dinámicas (generacionales, de género y clase, etc.) que se despliegan en las relaciones de pareja o en la familia. Pero esas preocupaciones necesariamente deben subordinarse a la narración. Cuando eso no sucede, siento que buscan instruirme o convencerme, y yo en la literatura no quiero ser instruido ni convencido de nada. Quiero, sí, que compartan conmigo una experiencia humana, un viaje emocional, otras formas de asumir la vida.
– ¿Crees que Los afectos es la historia de una familia, su proceso de desintegración, provocado porque dos de sus miembros (Hans y Mónika) marcharon en pos de sus ideales?
Creo que la novela se pregunta justamente eso: ¿qué provoca la desintegración familiar?, ¿y si no se iban de Alemania qué hubiera pasado?, ¿y si Monika tenía un hijo y un matrimonio feliz, cuán diferente habría sido todo? Por más sólidas que parezcan, nuestras vidas pueden transformarse el momento menos pensado (si conoces o dejas de conocer a una persona, si te subes o no a ese avión) y la novela juega un poco con esas alternativas. Juega también con la sospecha de que algunos de nuestros aprendizajes más perdurables y de nuestros desencuentros más decisivos suceden en familia.
Ahí es donde aprendemos a ser leales o a traicionar, donde experimentamos por primera vez la colisión imposible de lo generacional y lo ideológico y lo afectivo.
– Siendo que la novela está inspirada en personajes y hechos históricos, pero se reconoce como una obra de ficción, marcha en esta frontera. ¿cuál crees que fueron los desafíos en su escritura?
Fueron los desafíos de siempre: intentar construir un artefacto que provocara ciertos efectos, que involucrara y conmoviera, que tuviera un ritmo y una intensidad propios, que trasladara al lector a una realidad distinta, pero que al mismo tiempo lo interpelara en su propia realidad, que buscara momentos de belleza o de verdad debajo del ruido de la vida. En cuanto a los límites que mencionas, hace poco me crucé con estas líneas de Levrero que, en cierta medida condensa mi forma de pensar el asunto: “Todo hecho que no se pierde de la memoria, se vuelve historia o novela, y finalmente la historia se lee como novela, cuando ha pasado mucho tiempo y ya los nombres y las situaciones carecen de significación afectiva para nosotros. Todo es, o será, Literatura […]”
– En una entrevista con motivo de la publicación de El lugar del cuerpo mencionaste que la literatura boliviana era demasiado pudorosa y que prefiere no mirar hacia ciertos lugares. ¿Crees que esto ha cambiado?
Ha cambiado algo en estos casi diez años, pero el pudor sigue y seguirá ahí, entre otras cosas, porque la nuestra es todavía una sociedad demasiado conservadora. Donde es más visible esto es en la no-ficción, en los libros de memorias y los diarios y las crónicas personales o, más bien, en la ausencia de ellos. Por darte un par de ejemplos, libros como El beso (en la que Kathryn Harrison narra la relación incestuosa con su padre) o Veneno de escorpión azul (en la que Gonzalo Millán escribe sobre el deterioro ocasionado por la enfermedad terminal) o La vida sexual de Catherine M. (en la que Catherine Millet describe minuciosamente su ajetreada vida sexual) serían impensables en nuestro medio. Cuesta deshacerse del pudor y asumir en serio la primera persona cuando todavía tememos tanto el escándalo, la desaprobación, el miramiento. De forma menos evidente y más atenuada, yo diría que algo similar sucede en la ficción.
Fuente: El Deber