Rodolfo el descreído, la otra cara de la literatura del Chaco
Por: Martín Zelaya Sánchez
Alguien dijo -y sin dejar de tener cierta razón- que mucho de lo mejor en la literatura boliviana de la última década son las reediciones.
Desde hace varios años Plural reeditó sistemáticamente toda la prosa de Jaime Saenz (y de René Zavaleta Mercado, aunque ésta última no sea “literatura” propiamente dicha). En 2013 el Ministerio de Culturas impulsó la Biblioteca Plurinacional que reeditó libros tan importantes como casi olvidados: Chaco, de Luis Toro Ramallo; Lo que se come en Bolivia, de Luis Téllez Herrero y una versión de Ensayos escogidos, de Carlos Medinaceli, entre otros; y ni qué hablar de la Biblioteca del Bicentenario creada por la Vicepresidencia, y que desde noviembre empezará a reeditar 200 de los más importantes textos de bolivianos y sobre Bolivia.
En esta tendencia destaca por la calidad de su propuesta La Mariposa Mundial que, luego de habernos regalado Pirotecnia, de Hilda Mundy; Aguafuertes, de Roberto Leitón, La tumba infecunda, Cuentos completos y Las cuatro estaciones, de René Bascopé Aspiazu y Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa, entre otros, está a punto de rescatar una novela casi tan mítica como desconocida: Rodolfo el descreído de David Villazón.
Sobre este texto publicado por primera y única vez en 1939, escribe Omar Rocha en el número 7/8 (de 2002) de la revista La Mariposa Mundial: “se trata de una escritura fuera de los cánones novelescos de fines de los treinta. Y lo que predomina es el “humor”, no tanto la risa o la simple carcajada. No el efecto que logra un piruetista con sus movimientos, sino el efecto que logra el piruetista al desmaquillarse frente al espejo, es decir, reírse de sí mismo. Humor, entonces, humor corrosión, humor destrucción”.
A modo de sintetizar el argumento de la novela, Wilmer Urrelo, comenta: “Es la historia de Rodolfo, un dandy paceño que vive en París y que retorna al país justo en los momentos previos a la Guerra del Chaco. En La Paz pasa por muchas cosas, entre ellas las fiestas loquísimas que protagonizaba la juventud, pero también se va enterando del irremediable estallido bélico y decide escapar. En esa huida es atrapado y lo mandan al frente, y es ahí donde retrata la guerra desde un punto de vista muy personal y muy distinto a lo que la generación de Villazón hizo”.
Precisamente estos son -según lo que se puede inferir de lo poco escrito y oído sobre Rodolfo el descreído- algunos de sus grandes méritos: la originalidad, el desmarcarse de lo que se entendía en ese entonces como literatura nacional, la desfachatez formal y de fondo, el humor y la falta de pudores y reparos políticos y sociales.
Disfrutemos un breve fragmento de las páginas 13 y 14:
Y fue otro beso, terrible, espantoso, que crispó el cuerpo de Regina en un etcétera fragante.
—¡Baja!
—¡Oh! las noches carnavalescas…
—¿Qué dices?
—Qué bellas son.
—No digas tonterías, ven, sube.
—Ya.
—¿Te gusta?
—¿Tu saloncete?
—Sí.
—¿Quieres un “camel”?
—Dame un “benedictine”.
—Quítate el antifaz Regina.
—No puedo (y se quitó el dominó).
—Quiero besar tus ojos profundos como abismos de perdición.
—Quítamelo tú.
El hombre del dominó negro quitó el antifaz del rostro de Regina, retrocediendo dos pasos para contemplarla.
Acá, el lector puede también contemplar a Regina Imperio del Solar, sin necesidad de retroceder una sola línea.
Alta, esbeltísima, la piel ligeramente morena. Lucía cabellera negra como el ébano; su faz, un óvalo perfecto, y sus senos, redondos, enhiestos, gloriosos. Pupilas enormes, castañas, con pequeñísimos puntitos áureos, y su boca…una fantasía de boca.
El lector entusiasmado: —Y sus manos, sus pies, sus piernas.
El editor: —La naturaleza había hecho de Regina una soberbia criatura, caro lector.
El lector: —¡Hum…!
—¿Dudas de mi amor?
—Eres tan hermosa, y tantos hombres van tras de ti…
—Déjalos, se cansarán.
—Homo homini lupus[1] Regina.
En el capítulo “El arco de la modernidad” de Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, Blanca Wiethüchter señala: “El vaciamiento de sentidos que practica Hilda Mundy en Pirotecnia (1936), o el dialogismo frívolo de Rodolfo el descreído (1939) de David Villazón, novela en la que el autor se burla explícitamente desde las notas al pie de página del narrador, constituyen las rupturas que imaginan un mundo en ruinas”.
En el mismo texto, continúa Wiethüchter: “Esa vanguardia quedó ignorada en nuestra historia literaria y mutilada en su impulso por el boom de la Guerra del Chaco, el que otorgó el triunfo, en desmedro de las experimentaciones vanguardistas, a los productores del sentido ‘fondista’”.
Sin querer menoscabar a estos “triunfadores fondistas” (nadie va a poner en duda el valor y calidad de El Pozo del Chueco Céspedes, o Aluvión de fuego de Oscar Cerruto, por ejemplo), recién en los últimos años se propició la salida a luz de dos obras tan irreverentes como fundamentales sobre la Guerra del Chaco. La anterior, Chaco, de Toro Ramallo, cuya edición del Ministerio de Culturas fue prologada por Urrelo.
– Tú investigaste mucho sobre literatura de la Guerra del Chaco [para su novela Hablar con los perros, 2011], y escribiste que junto con Chaco, de Toro, Rodolfo… es una novela políticamente incorrecta y que por eso fue dejada en el olvido.
La hipótesis que tengo es que Rodolfo… se sale, se desmarca del objetivo central de la literatura del Chaco. ¿Cuál era ese objetivo?: refrendar la Revolución del 52, buscarla en el desastre de la guerra y después justificarla ante el país (ojo que después de la revolución eso fue una política de Estado).
Rodolfo… es una novela humorística en el más amplio sentido de la palabra. Tú si fuiste al Chaco puedes hablar de los heridos, del engaño, de los sufrimientos, pero no puedes hacerlo desde el humor. Hacer eso era como quitarle algo, no sé, cierto aire de superioridad a las personas que fueron a la guerra.
El mismo autor se da cuenta de eso y coloca una especie de advertencia antes de arrancar la novela, una advertencia dirigida a la crítica sobre todo, anunciándoles, entre líneas, que ya sabe qué pasará con su libro, qué destino tendrá.
– ¿Y qué puedes decir de lo formal, el estilo, la impronta de Villazón?
Para lo que se estaba escribiendo en ese momento, sin duda que Rodolfo… era eso que ahora bautizamos como “algo adelantado a su época”. Villazón tiene una prosa, digamos que correcta, pero el experimento va más allá: coloca diagramas, fotos, algunos mapitas de la distribución de los soldados durante una batalla (hay un mapita chistoso porque parece un juego de niños, un divertimento).
Y aquí viene una afirmación de Urrelo que dialoga con la reflexión de Wiethüchter: “Creo que todo esto, tomarse la guerra con esa supuesta superficialidad, hizo que la obra de Villazón fuera condenada al olvido con muchísima intención: es más fácil no prestarle atención a un libro que jode a una generación a atacarlo, pues eso lo haría crecer más”.
Sobre esto, en su nota a propósito de esta publicación que se puede leer en este número de LetraSiete Rodolfo Ortiz, director de La Mariposa Mundial, comenta: “la Guerra del Chaco resuena aquí a través de una estética de la insubstancialidad en la cual la novela abiertamente se reconoce, y no solamente ella, sino fundamentalmente una segunda, la novela de un tal Jorge Santa Cruz (ganador del Premio Gordo de Lotería) que se entrevera dentro de la propia novela de David S. Villazón para narrar con precisión los “sucesos” acaecidos alrededor del, digamos, “gran suceso” llamado Guerra del Chaco”.
Y también apropósito de esta esperada reedición prevista para diciembre, Ortiz adelanta, que a partir de 2016 La Mariposa Mundial publicará otros cuatro libros de autores esenciales de nuestras letras: Telón lento: una carta de Arturo Borda a Carlos Medinaceli; Cartas y papeles, de Hilda Mundy; Senderos, un poemario inédito de Jesús Urzagasti y La araña gigante, una novela de Sergio Suárez Figueroa. Nada menos.
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Noticia bibliográfica sobre David S. Villazón
David S. Villazón nació en La Paz en 1910. En 1936, a sus 26 años, escribió su primera y más importante novela, Rodolfo el descreído (1939). Villazón es un autor que figura de manera escueta en algunos diccionarios e historias literarias de Bolivia, con una a la par mínima respuesta de lectores y “no lectores”, tal como premonitoriamente se anticipó en el íncipit de esta su primera novela.
Quince años después Villazón publicó su segundo libro, esta vez de relatos cortos y fragmentos, titulado Cuentos y novelas (1954), y dos décadas luego su segunda novela, Al filo del abismo (1975), que misteriosamente se encuentra catalogada en la Biblioteca Nacional de Australia.
Todos sus libros se publicaron en la Editorial Fénix, ubicada por aquel entonces en la calle Illimani No. 66 de la ciudad de La Paz. Mientras se prepara la segunda edición de Rodolfo el descreído, Miguel P. Salvador, un joven amigo y fervoroso seguidor de Villazón, se ha unido a las pesquisas y diablas de esta pronta publicación. Nada que no sea un merodeo por orígenes borrosos, para nada circuncisos, pues las Academias, los Ateneos y los Círculos culturales le fueron totalmente ajenos, tal como distingue su primer prologuista, el politiquero y ex vicepresidente de Bolivia, Enrique Baldivieso Aparicio.
Miguel P. Salvador ha barajado las lápidas y los archivos del Cementerio General, y sin desilusión va descartando listas, anaqueles, guías telefónicas, con una avidez que promete nuevas y reveladoras noticias. (Rodolfo Ortiz).
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Wilmer Urrelo: “La enfermedad del quedar bien”
– Cuál es la importancia de una nueva edición de Rodolfo… a casi 80 años de la primera. ¿Por qué debe volver a leerse esta novela?
Es una gran noticia que al fin salga. Eso porque empezamos a darnos cuenta que la guerra fue, en su momento, relatada desde diferentes puntos de vista y que esos puntos de vista fueron silenciados con el olvido.
Rodolfo el descreído es, a mi parecer, junto a un puñado de libros sobre la guerra, uno de las mejores, uno que tuvo el valor de salir del camino para contar lo mismo, es cierto, pero con una profundidad que la gente de la época (y buena parte de la de ahora), rechaza o ve, quizá, como una falta de respeto.
Basta ver la película Boquerón de Tonchy Antezana, por ejemplo. Creo que esta película es el claro ejemplo de que la enfermedad de este país (por lo menos en las artes) es ser políticamente correcto, es quedar bien con la historia oficial. Y Rodolfo… hace todo lo contrario.
Curiosamente es el único buen libro de Villazón. Si lees la producción posterior es realmente mala. Además sabemos muy poco de él y de cómo cayó la novela por esos años en el público.
Fuente: Letra Siete