Roberto Bolaño, enseñando a leer
Por: Christian J. Kanahuaty
Roberto Bolaño no sólo ha logrado la renovación de la literatura latinoamericana sino que ha realizado una labor pedagógica. Desde las novelas La literatura nazi en América (Sex Barral 1996), Estrella distante (Anagrama 1996), Los detectives salvajes (Anagrama 1998), Amuleto (Anagrama 1999), Nocturno de Chile (Anagrama 2000), 2666 (Anagrama, póstumo 2004) y el libro que recoge sus notas de prensa, ponencias y discursos que fue publicado también póstumamente Entre Paréntesis, (Anagrama 2004), Bolaño ha logrado manifestar en esencia dos cosas: la primera que sus seres imaginados, sus personajes son sujetos (mujeres y hombres) que viven entre constantes acercamientos al abismo, no de la creación sino al de la destrucción y de la soledad. La segunda es que sus personajes leen. En muy pocos escritores se reconoce eso, sus personajes a la largo de la trama no sólo tienen tiempo de resolver sus conflictos o de viajar. Tienen sobre todo tiempo para leer o para recordar sus lecturas.
Sus personajes son capaces de leer en los lugares y situaciones más terribles e inverosímiles. Uno de ellos siempre lee bajo la regadera, la otra, una uruguaya, lee la poesía de Pedro Garfías mientras los militares toman la UNAM, ella se encuentra oculta en los lavados de la Universidad y sólo espera que todo pase oculta en los lavados y al principio para entretenerse lee y luego recuerda. El otro es un lector de poesía que luego se convierte en un poeta aéreo, de esos que escriben poemas en el aire con la ayuda de un avión. Hay otros que se reúnen para hablar de sus amigos escritores, de los libros que éstos dejaron y nunca debieron dejar a la posteridad, sujetos que hablan de literatura en una cena mientras en los sótanos de esa casa se llevan a cabo torturas e interrogaciones en tiempos posteriores al 11 de septiembre de 1973; hay lectores que sólo leen lo que escriben y al final están los lectores que buscan desesperadamente encontrar al autor de esos libros que han leído más de siete veces. Lectores que no se sienten escritores sino críticos pero más que críticos son seguidores, perseguidores que no dejan de recorrer los espacios que ese autor ya les ha narrado. De ese calibre son los lectores que ha dejado Bolaño a su paso por la escritura.
Pero, uno de los libros más interesantes donde se despliega toda la capacidad pedagógica de Bolaño es el ya nombrado Entre paréntesis que siendo póstumo ha logrado transmitir todo el humo de vida que disperso Bolaño a lo largo de cinco años dentro de los periódicos para los cuales escribía y dentro también de las ponencias y discursos que se animaba a decir y leer para un publico que desconocía.
Entre paréntesis es la suma de una experiencia literaria. Es el conjunto de nombres, citas, recuerdos, muertes, desapariciones, expiaciones, olvidos y desagravios que sólo la literatura es capaz de generar por porciones casi similares. Bolaño arma y desarma canones literarios, no cree en las academias sino en el olor putrefacto de algunos novelistas y en el olor a jazmín a libertad de otros. Sólo cree en su instinto. Y por qué no decirlo, también y sobre todo cree en su inteligencia para reconocer que está bien escrito pero carece de emoción y que está pesimamente escrito pero llega a conmover. Es el que se permite reconocer la suma grandiosa de una buena escritura y una historia encantadora, no por bella sino por terrible o fantasmal o abismada o simplemente por generacional y valiente. Para Bolaño la lectura y la escritura se resumen a esa palabra: Valentía. Y aunque algunas veces la suma a la palabra: Respeto, él sabe que todo depende del valor con el que se emprende una escritura, pues una escritura que no sea valiente no podrá sobrevivir. Y eso de sobrevivir tiene que ver con la calidad por lo tanto es válido hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué es una escritura de calidad? La respuesta es de Bolaño: “Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado del abismo sin fondo y al otro lado de las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida”. Y por eso dice en otro momento: “Nadie te obliga a escribir. El escritor entra voluntariamente en ese laberinto, por múltiples razones, claro está, pero no entra forzado, en última instancia entra tan forzado como un político en la política o como un abogado en el Colegio de Abogados”. Pero mejor volvamos al centro de esta nota. Decíamos que Bolaño nos enseña a leer mientras el mismo hace el recuento de cómo empezó a leer. Robando libros, sí, ¿peor qué libros? Uno en particular que le cambio todo, uno sustraído de la librería de Cristal en el México de la setentas. El libro de llamaba La Caida y era de Albert Camus. Bolaño cuenta esto: “A partir de entonces, de aquella sustracción y de aquella lectura, pase de ser un lector prudente a ser un lector voraz, y de ladrón de libros me convertí en atracador de libros”. No tiene miedo al reconocerlo, porque ante todo Bolaño siempre fue un lector pobre, luego vinieron los premios, los reconocimientos y las traducciones. Pero en su periodo de formación (por decirlo de alguna manera) él era un desconocido más que anidaba en las calles de un México que sólo le dio dos cosas: historias que contar y la amistad con Mario Santiago Papasquiano (a quien está dedicado Amuleto, los demás libros Bolaño siempre los dedicó a Carolina López, su esposa y Lautaro Bolaño, su hijo y también a Alexandra Bolaño, su hija, aunque Estrella distante comparte la dedicatoria hacia Lautaro y una tal Victoria Ávalos).
Bolaño nos dice que se debe leer y que nombres jamás deberíamos nombrar adentro y afuera de una librería. Nos enseña que los libros desapercibidos a veces son los mejores; pero nos indica que esa no es una regla que siempre se cumple. Que por lo demás uno no debe leer todo, pero hay cosas que jamás deben faltar como Rimbaud, Lautreamond, Rulfo, Kafka, Borges, algo de Donoso, mucho de Parra y de Lira, buscar a Rey Rosa y disfrutar a Vila Matas, dormir con Lihn, huir con Cervantes o Joyce a algún lugar. Esos son algunos de los autores que Bolaño nombra todo el tiempo. Nombres que son los de siempre, los que faltan, están ahí en Entre paréntesis, en silencio, esperando, como siempre.
Entonces, al parecer ese proceso de lectura de sus personajes es sobre todo un proceso de denuncia y de delimitación de las acciones del mismo autor sobre su vida y sobre la vida de los demás. Diagrama horizontes donde unos lo dan todo y los otros solo dan lo que creen que es necesario dar. Hay compromisos misteriosos en el acto de leer y Bolaño lo sabe. Uno no sólo leer algo y ya, sino que se va enfrentado de a poco a algo en lo que posiblemente se convertirá. No sólo bajo el recurso lícito de escribir, sino dentro de otras formas, como aquellos lectores que sin haber escrito nada de valor se adentran en los laberintos de una ciudad que colinda con el desierto en busca de una escritura que ya no conoce ni su propio rostro ni su valor. Lectores que pueden decir sin miedo que sólo leyeron los libros de Alfonso reyes en una azotea mientras los colores del cielo del Distrito Federal se molían cada vez más ocres.
Bolaño habla muy poco sobre sus escritores, existen escritores en sus novelas. Los detectives salvajes esta plagado de ellos, es la guía telefónica de los escritores del México de los setenta. De igual modo en el 2666 hay escritores, críticos literarios, artistas plásticos y reporteros que quieren hacer algo más que crónicas.
Hay momentos en que los escritores de Bolaño no sólo parecen salidos de un manicomio, sino que parecen seres angustiados que despiertas tras un largo sueños, sus escritores son seres lúcidos también y que han podido ver crecer y morir a cientos de amigos. Son escritores que no tienen copias de sus propios libros. Son escritores que no conocen que de nuevo se está haciendo o si su nombre es recordado. Prefieren estar en soledad. No son escritores que viajan de un evento a otro, ni están subvencionados por ninguna institución pública o privada. Escritores al pie de un cañón imaginario y autoimpuesto. Escritores que se aterran con el número creciente de escritores y la suma ridícula que otorgan algunos concursos literarios. Tales son algunos de los escritores que aparecen en la obra de Bolaño.
Pero, me parece que no quería llegar a esto cuando empecé a escribir esta nota sobre Roberto Bolaño. Me parece que sí quería decir que Bolaño está poniendo las cosas en orden al decir que se debe leer y que no. Pero claro, decir algo así hubiera sonado muy pretencioso; hubiera sonado muy autoritario y por suerte Bolaño no tiene nada de eso; hubiera querido decir con mejores argumentos que Bolaño jugaba con los libros, que era un tipo que aún sentía pación por los libros que buscaba y leía. Que se asombraba cuando encontraba a un nuevo escritor que en muchos casos ya no era tan nuevo porque o era de su edad o estaba a punto de morir; pero en todo caso, él se permitía eso, descubrir, andar también en el proceso de lectura muy a tientas y sin miedo. Bolaño quizás nos deja eso. Que tanto para ser lector como para ser escritor se necesita de una sola cosa: valor.
Fuente: Ecdotica