06/11/2007 por Marcelo Paz Soldan

Robertito

ROBERTITO

Por Marco Montellano¿Por qué se dice en diminutivo el nombre de un hombre de setenta años? Hay dos respuestas posibles, la anecdótica y la poética. Y es que son esos dos los sentimientos que dejó en nuestra memoria [Roberto] Echazú Navajas: una sonrisa inacabable, fruto del ingenio natural del artista y del buen humor del hombre libre y una brisa melancólica en la que susurran un pequeño conjunto de imágenes contundentes que conformaron su obra poética.
Pero volvamos a nuestra pregunta. Todos coincidimos en que llamábamos a Roberto como si fuera un niño porque quizás sí lo era, su voz recordaba a las quenillas agudas y tristes de la fiesta de San Roque y su amabilidad y sonrisa a los niños que están descubriendo al mundo a cada paso.
Julio Barriga (inexorable poeta, compañero y amigo de Roberto) anota dos hipótesis: La primera sobre su voz; decía que Echazú era una persona por cuya garganta habían pasado 500.000 botellas de vino tinto produciendo una música maravillosa –lo anecdótico- y la segunda sobre su bondad; Roberto era alguien que hacia sentir a todos que eran sus mejores amigos… todos creíamos que éramos los mejores amigos de Roberto, el hacía eso, dice Barriga, pero sabe en el fondo que en realidad, todos querían serlo.
Roberto murió el dos mil siete. Setenta años duró su poema. En él, como en los verdaderos artistas, la obra y la vida se confunden, porque ambas son producto de la misma necesidad: El arte. Cuando la efímera y la memoria de los amigos concluye, el artista tiene la capacidad de trascender el tiempo y conversar eternamente con todo aquel que se acerca a su obra; ahí radica su grandeza.
Roberto, como Rimbaud o Rulfo, dejó pocas hojas y casi en blanco. Ellas bastaron para que muchos lo proclamen ahora como el “príncipe de las letras tarijeñas”, mas yo prefiero quedarme con el título que le confirieron esos espacios en blanco: “El héroe del silencio”.