Respuesta a un joven crítico
Por: Adolfo Cáceres Romero
Amo entrañablemente a mi país. Amo su cultura, que es riquísima y variada; amo su literatura y de ahí que le he dedicado gran parte de mi vida. Los cuatro tomos de mi “Nueva Historia de la Literatura”, son una muestra de ello. Aun sacrificando los cuentos y novelas que tengo a medias, voy trabajando el V volumen, dedicado, por una parte, a la literatura boliviana en el exilio y, por otra, a la novísima narrativa del siglo XXI.
Leo todo cuanto puedo, entre el sueño y la vigilia, porque, a los 76 años ya no me queda el tiempo que tenía cuando bordeaba los 30. Por ello descanso poco. Escribo porque con ello se me ilumina la vida. No espero nada más que se me lea, sin pensar en aplausos ni pergaminos. Aspiro a no haber vivido en vano, a ser útil. Aunque no me crea el joven Lavayén, amo la Carrera de Literatura de la UMSA, porque es la única que existe en el país y quiero que sea respetable y magnífica.
Existen talentos y figuras valiosas en su seno, lo sé. Pero algunos se muestran soberbios e infalibles. Consentidos, creen que todo lo que dicen está bien y nadie se atreve a tocarlos. No podía mentir y decir que su “Literatura y Democracia” era impecable si descubrí que no era así.
La suficiencia de ese equipo es dañina, por eso les señalo sus limitaciones. Exageraron tanto con Juan Pablo Piñeiro, al punto de que este narrador se creía único y supremo. Para escribir su segunda novela, luego del éxito de “Cuando Sara Chura despierte” (2003), dijo que se iba a Cobija, a fin de concentrarse en su nueva novela y que no iba a leer a ningún otro escritor. Lamentable error. Cuando se escribe es el momento en el que más se debe leer. Vargas Llosa nos confiesa que antes de escribir leía a sus modelos, especialmente a los poetas.
El resultado del aislamiento de Piñeiro es “Illimani púrpura” (2010), que él considera “literatura telepática”. Novela que le ha resultado una descolorida parodia de “Sara Chura”. Edmundo Paz Soldán, al presentar en Cochabamba su libro de cuentos “Billy Ruth”, nos confesó que descubrió que se copiaba a sí mismo, lo cual no era saludable para ningún escritor.
Afortunadamente tenemos en la carrera de Literatura de la UMSA otro talentoso narrador. Es Mauricio Rodríguez, joven aún, pero de una madurez increíble para su edad (debe tener 21 años más o menos). Cuando en el suplemento “Tendencias” de “La Razón” le preguntaron sobre los jóvenes escritores bolivianos, su respuesta fue: “Ellos no leen, no practican como dice Wilmer Urrelo. Tienen poca musculatura que mostrar y eso se nota en sus descripciones y narraciones, se hacen llamar posmodernos. Tengo muchos amigos en la carrera de Literatura que escriben y dicen algo así como “mi vida es muy triste”. Son textos “emos” que no tienen sentido y sólo quieren mostrar un momento de su vida. Ése es el gran problema”.
Desde luego que escribir implica una responsabilidad enorme, por cuanto un escritor es como un sembrador de ideas, sueños e ilusiones. A lo largo de mi vida he encontrado muchos talentos, uno de ellos precisamente es Paz Soldán, que me gratifica con sus logros. No es mi hechura. Él me buscó con su primer libro de cuentos “Las máscaras de nada”, dueño ya de una envidiable vocación de escritor. Por eso considero que su obra es un hito en nuestra nueva narrativa.
Me complació que así lo reconociera el joven Pablo Lavayén, al decir: “que la narrativa de Hasbún se adscribe a la corriente inaugurada en Bolivia por Edmundo Paz Soldán”. Claro que la inauguró, aunque a muchos les parezca exagerado.
Me llamó la atención que ninguno de los docentes que evalúan la “Novela, cuento y poesía en el periodo 1983-2009”, en los dos volúmenes de “Literatura y Democracia”, se diera cuenta de la importancia de su narrativa en la hora actual. ¿Por qué? ¿Porque no es paceño? Es boliviano y eso es lo que importa.
Ensalzan a Adolfo Cárdenas como si fuera el único en el país. No digo que no sea bueno. Pero su ámbito literario esencialmente se da en La Paz. Escribe con el habla popular de los ch’utas. Los cho’ojchos de Ch’ijine, llojeta y otros barrios populares indudablemente que lo entienden a la perfección. Lo curioso es que una dama, que también escribe novelas, boliviana nacida en Nueva York, en su discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, les metió el gazapo de que Adolfo Cárdenas era el Joyce boliviano.
Claro, como no entendía su “Periférica Blvd”, anoticiada de que “La velada de Finnegan” de Joyce era difícilmente comprensible, asoció ambas novelas explayándose en una serie de incongruencias. Nadie le replicó ni le hizo entender que la obra de Cárdenas era de literatura oral, con un barroquismo popular, mientras que la obra de Joyce era compleja, incomprensible en razón a sus numerosos y originales neologismos, asociaciones y alusiones. Esta obra no tiene nada de oral. Es más, su técnica es tan compleja, que ningún traductor ha podido desentrañar; cuando más, Anthony Burgess, autor de “La naranja mecánica”, ha logrado una adaptación de donde se la tradujo al español.
Quiero concluir con una recomendación al joven Pablo Lavayén. Desde luego que tiene futuro si no se deja llevar por impulsos y es más sincero en su proceder. No le creo cuando se define “ético y humilde”, y especialmente cuando titula su trabajo “Estimado Adolfo Cáceres”, pues no hay tal estimación; en cuanto a la humildad y la ética son valores de la sabiduría que él no expone en su trabajo. Es más, se atropella y no sabe lo que dice.
“Con todo respeto que merece el caso –dice al comenzar su artículo–, quisiera ensayar una breve respuesta al texto que usía publicó con respecto a mi pequeño ejercicio de crítica de mi autoría, publicado alegremente en el libro ‘Literatura y Democracia’.” (destaco con negrilla sus palabras). Lamento decirle que ahí se muestra anacrónico y fatuo. Si dice que su “pequeño ejercicio” fue “publicado alegremente” en “Literatura y Democracia”, es que me da la razón sobre todo lo que dije en mi estudio sobre el cuento contemporáneo. ¿Por qué su “pequeño ejercicio de crítica” fue “publicado alegremente”? ¿Acaso es pura chacota?
¡Caramba, este joven precipitado no se da cuenta de que con esas palabras resta seriedad a su trabajo! Además, no tiene argumentos para desmerecer mi estudio, sobre todo cuando afirma que mis razonamientos “sufren una cierta anemia argumental”. Es lo que ha aprendido con su equipo de la Carrera. Busca lucirse con una retórica inadecuada. Sin embargo admite que tiene “fisuras” en sus lecturas, pero aun así se atreve a insinuar, maliciosamente, que yo actúo con “cierta saña en contra de la institución que es la cerrera de Literatura de la UMSA”, para concluir, sin ética ni humildad, pero siempre con malicia, diciendo: “no disimula su verdadero carácter de diatriba furiosa contra la carrera de Literatura”. Estoy seguro de que algún día va a madurar y me va a agradecer por los errores que le hago notar. Entonces, sólo entonces obrará con sabiduría y humildad.
Fuente: Ecdotica