08/11/2011 por Marcelo Paz Soldan
Reseña de Ricardo Bajo sobre El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún

Reseña de Ricardo Bajo sobre El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún


El lugar del cuerpo de Hasbún: esas tristezas raras y amargas
Por: Ricardo Bajo H.

Los relatos (y la primera novela) de Rodrigo Hasbún son como esas películas en que no pasa nada. O parece que no pasa nada. Elena es una anciana que recuerda y escribe. Recuerda las violaciones en la casa familiar. Escribe sobre sus sueños de escritora, recuerda sus amores y sus noches de sexo y soledad. Momentos, abandonos, familias feas, daños, miedo a la muerte, tristezas extrañas, soledad y heridas que parecen cerradas. Es El lugar del cuerpo del escritor boliviano joven (¿se es joven con treinta años?) más proyectado fuera de nuestras letras nacionales. Segunda edición lanzada hace unos meses (en 2010) por Alfaguara después que la primera edición viera la luz en 2006 de la mano de la editorial paceña Gente Común.
Estilo eléctrico, endemoniado, parco, sin adornos. Estilo a estas alturas y después de años de laburo obcecado que configura una marca de autor que Hasbún ha sembrado ya en sus cuentos y en esta primera novela reeditada. Estructura trabajada con saltos en el tiempo, con diarios yendo y viniendo, con una obsesión por la palabra acertada, por el inicio perfecto y contundente, por ese mecanismo de relojería que viene a ser la literatura, con alma de artesano. Rasgo común a ese conjunto de escritores bolivianos que a falta de creer en algo, depositan su fe en la palabra, en la literatura.
Las familias son feas porque se destruyen o contemplan esa posibilidad. Todos tenemos secretos y nos da miedo que se sepan. Está bien sentir miedo. Ellos, monstruos o dioses, debían romperse a solas. Los hermanos, las madres y los padres deberían desaparecer, perderse, no decir nunca nada. Frases de Elena, sentencias que vienen a pintar el mundo de “Tico” Hasbún, desengañado, sin risas ni humor que salve, tentando siempre con los relatos tristes, profundamente amargos y amargados, refugiados siempre en un sexo que rescata, sexo sobrevalorado, excusa para la huida, la fuga. Tirar o morir, venceremos.
¿Consigue –como es su intención- huir Hasbún a su vez de esa aborrecible tendencia de los escritores de “país pobre” de hacer sociología por medio de la literatura? No, a pesar suyo. Ni la protagonista de El lugar del cuerpo, Elena ni Hasbún lo consiguen. Esa animadversión, ese amor-odio, ese olvido y recuerdo de la ciudad y del país marca la literatura de Hasbún y ésta su “opera prima”. Aunque no lo quiera.
El retrato de la ciudad chica, del pueblo donde nada sucede, de los pésimos libros escritos para ser aplaudidos por amigos adulones al extremo, de las vidas apisonadas por la monotonía y la abulia, del provincianismo, de la desigualdad rimando con la corrupción y la pobreza, de las calles angostas y de las librerías abandonadas junto a esa necesidad de huir no de todo eso sino de sí mismo para sentirse libre y sin ataduras son una tendencia sociológica de la obra de Hasbún. Un reflejo de parte de la juventud boliviana, con un pie en la realidad aburrida, con otro en los mundos soñados, ajenos, de la televisión, el cine, los libros y los viajes con billete de retorno.
Hasbún es muerte, dolor y sexo. Y amargura vital. Y una buena agente literaria que sabe mover la obra, para estar en tal recopilatorio, en aquel encuentro, en esta revista. Para convencer al mundo que hay un escritor boliviano que no habla de Evo, ni de indígenas, ni de mascar coca. Y menos de mineros. Para engañar al mundo y decirle que Hasbún no hace literatura boliviana. Hasbún rechaza toda etiqueta, intenta limpiar cualquier rastro generacional o nacional a su obra. Pero su incipiente obra se construye y se entiende desde la bolivianeidad más absoluta, desde la Bolivia joven de hoy, supuestamente apolítica, espejo de ese dolor, de esa apatía, de ese refugiarse en lo hedonista (cocaína, trago, humo e instantes de sexo rico), de los y las que, como Elena, en realidad nunca abandonaron la patria íntima porque de ésta y sus dolores y amores es imposible exiliarse. Y del cuerpo y su lugar, tampoco.
Fuente: Ecdótica