Fuente foto: https://vimeo.com/cristinazabalaga
Si los huecos van atiborrados de palabras…
Por Rosario Barahona Michel
A continuación una reseña inédita de María del Rosario Barahona, Premio Nacional de Novela 2012 que otorga el Ministerio de Culturas y Turismo de Bolivia, sobre la novela Pronuncio un nombre hueco de Cristina Zabalaga. En rigor podemos decir que está escrita a tres manos (de tres mujeres bolivianas) ya que toma en cuenta –y los inserta– los comentarios previos de la novela hechos por Giancarla de Quiroga y Lupe Cajías.
Si tuviera que definir las frases acerca de lo que podría determinarse como un “marco” de Pronuncio un nombre hueco, el libro que presento, estas serían: la imperturbable decisión por narrar una historia convincente, por una parte, el abordaje de una tarea literaria novedosa, por otra, y sobre todo, la capacidad creativa de novelar la vida de un hombre fascinante.
A través de cada uno de los capítulos, Cristina Zabalaga nos sumerge en el tropel conspirador de su diálogo introspectivo, en sus cruciales reflexiones sobre los momentos históricos de la literatura y en el evidente estudio del contexto social de sus escenarios variados y exigentes, tales como México D.F. en 1976, Barcelona en 1982, o el difícil Chile de 1973.
Su escritura devela un estilo de índole “viajero” o de “ciudadana del mundo”, resultado de haber absorbido gran experiencia de culturas varias, marchando así, como lo permite la ficción, al son de acordes no estrictamente cronológicos y asumiendo un carácter prácticamente global de la aventura humana que es vivir. Vivir, de nuevo, en el México D.F. de 1976, el mismo de Octavio Paz; en la Barcelona de 1982, donde un poeta extranjero, entrañable y casi anónimo llamado R cree morir de amor, o en el Chile de 1973 cuando poetas como R eran perseguidos por encontrarse armados de palabras aparentemente subversivas.
Es así que las aventuras de R, el personaje principal del nombre hueco, nos aproximan a Nuno y a Mordecai, sus compañeros poetas, seres de papel [¿o de carne y hueso?], llenos de matices, cargados con una suma inagotable de intrincadas ilusiones, búsquedas enloquecidas de amor e identidad y un sentido crítico del mundo, como cualquier mortal. Y “como la vida misma”, escribe sabiamente Giancarla de Quiroga, en el texto de contratapa.
Si bien la trama principal de este libro es original y sus estrategias narrativas innovadoras, encuentro que desobedece felizmente todo estereotipo, contiene el ejercicio metodológico de una investigación histórica o de una biografía novelada y logra cometidos estéticos. Por esto, Quiroga no pudo explicarlo mejor que con esta afirmación: “Una sola historia que exige un desciframiento e interpretación, un verdadero desafío para el lector”
En cuanto a eso, Zabalaga, intensa y compasiva, nos regala ciertas pistas: “puede ser un personaje bajito, moreno, pobre, blancón, alto, de ojos azules, calentón, con tendencia al suicidio, flojo, radical, chileno, peruano”. Por mi parte, aunque lo pienso, no concibo un Roberto Bolaño peruano, sólo al que conozco: un chileno entrañable que creía que la revolución también se hacía con palabras.
“No importa” parece contestarme la voz susurrante de la escritora: “Lo único relevante es su condición de poeta inmortal y extranjero”. Es cierto: lo primordial es que R es R, y hasta B al mismo tiempo. Dicho en el lenguaje de la autora, o a través de su propio bosque de palabras, repercutido con la niebla de sus muchos puntos seguidos: “Esta es la historia de R. También conocido como B, el poeta. Y también el padre. El hijo. El chileno. El pobre. El extranjero. El niño-joven. El niño-viejo. El adolescente. El paciente. El amante. El autor. El joven. El prisionero. El vigilante. Y el escritor”.
Primero una inicial, luego otra, y en el fondo sólo una presencia indudable, para después ser un rostro, unos ojos profundos y apacibles, quizá algo desamparados. Y es así, el “quizá” a través de toda la escritura de Cristina Zabalaga marcando, estentóreo, un potencial punto de quiebre de la posibilidad, presentándonos lo que puede ser, o lo que es, y no parece serlo: “Está será una historia de viajes y de espejos, aunque no lo parecerá” o, “Esta será una historia de serie negra y de terror, pero no lo parecerá”
Comentando este aspecto, e incitando a la lectura de este trabajo, mi admirada Lupe Cajías, en su artículo crítico titulado Zabalaga y su mirada de tul, escribió: “Hay que descubrir cada capítulo, que casi al inicio se anuncia como algo que parecerá pero que no será” y también: “Avanzar en el fichero de ajedrez, en el laberinto de Adriana, sin trampas, sin palabras complicadas, sin espejos ni hilos de lana”. Avanzar, le añadiría, no solo a través de las jugadas de ajedrecista, sino en el fresco cauce de las jóvenes letras bolivianas, constituyéndose en una voz femenina que hay que leer. Porque las voces también se leen.
Para terminar: sí, si bien la nacionalidad de R no es precisamente lo esencial, vencer el desafío que menciona Giancarla Quiroga y descorrer el tul que Lupe Cajías atribuye a la mirada de Cristina Zabalaga son los dos aspectos que en definitiva, nos deben ocupar en el proceso de lectura de este libro.
A ti Cristina, gracias por enviarme tu novela. Y a tus lectores: No hay nombres huecos cuando se encuentran trabajados con el cincel pensado de las palabras. Esta es una historia novelada de amor y de revolución, y en realidad así parecerá.
Fuente: Ecdótica