Giovanna Rivero, Para comerte mejor
Por: Anabel Gutiérrez León
En febrero del año pasado, poco antes de vernos inmersos en la incredulidad distópica desatada por una pandemia mundial que paralizó a casi todo el orbe, dejándolo sumido en un encierro forzoso, Aristas Martínez — editorial que se precia de transitar en los márgenes—lanzó al mercado editorial español Para comerte mejor en su colección “Libros singulares”, adjetivo que, en todas sus acepciones, calza perfectamente con los relatos que componen este libro de Giovanna Rivero, un nombre —por fortuna—cada vez más familiar en España.
Los últimos meses el nombre de Giovanna aparecióen una serie de artículos dedicados a la renovación que a partir de lo fantástico se está llevando a cabo en la narrativa hispanoamericana de la mano de escritoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero o Fernanda Melchor, nómina a la que, sin duda, Giovanna Rivero enriquece.
La narrativa fantástica es, evidentemente, un lugar desde donde leer los relatos de Para comerte mejor, pero también podría serlo la ciencia ficción, el terror, el gótico e incluso un realismo regionalista ferozmente actualizado por la mirada ácida desde la que Rivero intercepta los latidos del presente y los convierte en literatura.
Este libro recoge, además, el eco de una serie de tradiciones orales, comenzando con las historias infantiles como la evocada en la frase que da nombre a la colección de relatos, en cuyas páginas nos topamos con una versión hippie del flautista de Hamelín, niños que en lugar de dejar rastro con migas de pan, marcan con su sangre el camino de regreso, zombis, vampiros y caníbales; encontramos cholas que mascan coca mientras celebran rituales y saben reconocer en el viento “el enojo de quinientos años de sus Achachilas” (34), con fantasmales cuentacuentos provincianos o astronautas que han perdido su lugar en la tierra, un planeta herido, como muchos de los cuerpos que cruzan estas historias.
Giovanna Rivero es capaz de aunar en sus textos las dos tradiciones del relato: el tradicional y el moderno. Sigue la estela del primero en tanto el cuento se convierte en fórmula de transmisión de valores y usos arcaicos que LXXVI sus relatos reflejan, cuestionan y renuevan en escenarios diversos llegando a proyectarse, incluso, en un impreciso futuro, cuyo nexo con el pasado serevela menos dilatado de lo que suponen las pautas temporales a las que estamos habituados: años, meses, siglos. En estas historias “los puentes del tiempo no se arman con calendarios” (20), como asegura la narradora de “De tu misma especie”, texto que inaugura el volumen.
Por otra parte, y en línea con el cuento moderno, Rivero aventura preguntas y plantea el desconcierto ante los problemas generados por la civilización, su huella en los cuerpos, en la naturaleza y en los vínculos. No esboza respuestas, no traza rutas, ni diagnósticos; acaso, solo ensaya posibles mapas, prueba alumbrar con luces de tiempos discontinuos la incertidumbre de personajes a quienes solo el miedo distingue de otros mamíferos, como a la protagonista de “Kè Fènwa” quien, en busca de su corazón, recorre los escenarios de una catástrofe regada de seres mutilados, cráteres, tinieblas, sitios donde las palabras representan el pasado y las aspas de los helicópteros no interrumpenlas palpitaciones del órgano robado, ni la prensa es capaz de ver en el interior de la caverna de un pecho remendado.
El tiempo —su inasible volubilidad— es, sin duda, uno de los vértices que atraviesa todo el libro de Giovanna Rivero, igual que gravita sobre algunos de sus anteriores cuentos o su novela 98 segundos sin sombra (Caballo de Troya, 2014), protagonizada por una adolescente empecinada en huir de su presente, a la vez que obsesionada por contabilizar los segundos de acontecimientos fútiles, tan minúsculos desde una perspectiva temporal, como gigantes desde una espiritual. Otra fugitiva, la narradora de “Kè Fènwa”, a lo largo del éxodo múltiple en el que está inmersa y mientras cruza los rastros de una devastación climática (la honda huella del transcurso del tiempo sobre la tierra), conjetura otros escenarios para sí misma y solo evoca un deseo: “aprender un idioma universal, algo que me permitirá cruzar los tiempos” (34).
Los cuentos de Para comerte mejor, hablan de un periodo de destrucción, a la vez que invocan el de la regeneración; aunque no se trata de una cuestión cronológica, sino axiológica, como se refleja claramente en relatos como “Pasó como un espíritu” o “Regreso”, ambientados en una devastada Bolivia retrofuturista de la Era Planetaria, donde un milenario Evo Morales continúa engendrando niños mutantes, deformes, mientras persevera en la búsqueda de un esquivo heredero. La protagonista, una joven mestiza y fértil, anhela ser también fecundada por el líder y asir de esta manera algo del porvenir precario que tiene ante sí, demorar un poco el inexorable transcurso hacia el final; tal vez también vislumbrar, aunque sea tangencialmente, otra vía para discernir la continuidad; porque desde donde aguarda teme no entender eso que saben las cholas custodias y vigías del rito, “esa manera de comprender el tiempo desde una eternidad cósmica, sin objetivos” (106). Ella intuye, no obstante,“un tiempo salvaje imposible de leer con estas coordenadas” (15), igual que la narradora del primer cuento del libro. Esa es —probablemente— la clave de lectura de estos relatos.
La exquisita y cuidada prosa de Giovanna Rivero se hace perturbadora en este libro, donde metáforas cósmicas e imágenes punk le sirven para expresar la ansiedad existencial de la vida moderna, proyectos interestelares se entrelazan con un hondo sustrato atávico; niños desembrados por el trabajo en el procesamiento de baterías de litio o en el cultivo de la hoja de coca han aprendido a moverse en diferentes temporalidades. Los cuentos de Para comerte mejor muestran la siniestra dulzura de la inocencia, la luz más diáfana de afectos oscuros, fieros.
El tiempo salvaje (en tanto remoto, ancestral) que trasciende nociones de antes o después, cobra, al contrario, una materialidad urgente en los cuerpos: enfermos, tullidos, amputados, heridos, espectrales, como aparece también el planeta, porque “quizá la palabra “mañana” se haya gastado como el manto de la atmósfera y su sonido poroso deje atravesar la fatalidad, el vacío” (106); aunque también queda un resquicio para la bondad, la inocencia, la intuición de una verdad más amplia.
Estos relatos reflejan ese gótico andino del que se habla últimamente; aunque ya estaba siendo cultivado por Giovanna hace tiempo (la edición boliviana de Para comerte mejor es de 2016). Ahora que Candaya acaba de sacar su nuevo libro de cuentos, Tierra fresca de su tumba, es un excelente momento para volver a leer los relatos que componen Para comerte mejor. Una experiencia literaria altamente recomendable, provocadora.
Fuente: Castilla. Estudios de Literatura” de la Universidad de Valladolid