La toma del manuscrito
Por: Mauricio Rodríguez
A. es asesinado por C. En la investigación no se encuentra el arma. D. descubre que A. está muerto. Habla con C. Lo maldice. Le dice que vagará eternamente sobre la tierra. Le deja una marca. Doscientos años después aparecen pinturas donde se muestran las posibles armas con las que C. mató a A. Una quijada de mula, un garrote, una vara. Continúan las investigaciones, y así nace el relato policial. Caín se jodió.
La toma del manuscrito es un homenaje a los relatos policiales. Y el narrador lo dice con claridad: «La historia del relato policial… revela una tradición prestigiosa. Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, G. K. Chesterton, Wilkie Collins, Gaston Leroux, Patricia Highsmith, William Irish, Ellery MacDonald, Georges Simeon, Chester Himes, Vásquez Montalbán, etc.». Pero no se queda en sólo eso: también es una obra de diversos niveles de profundidad, y como todo en la vida la novela «[c]omienza como un movimiento fortuito e imprevisto, casi como una broma…».
Traduttore-traditore. Todo traductor es un traidor. Ésa es la premisa de La toma del manuscrito. El narrador encuentra un manuscrito que escribió Z. Ese manuscrito está compuesto por una serie de descripciones de fotografías que tomó Q. Desde el inicio se sabe que Z. fue el asesino de Q. La novela es la traducción del narrador de las descripciones de fotografías que realizó Z. Las fotografías fueron tomadas por Q. en una expedición al África. «Lo demás, desde siempre, le pertenece exclusivamente al lector».
Las fotografías se convierten en palabras, las fotografías se convierten en narración. Hasta el final de la novela no se sabrá por qué Z. mató a Q. ¿Quién narra? ¿Realmente hubo un asesinato? ¿Q. acechaba a cada integrante de la expedición? ¿Todo es una broma? Un relato policial dentro de un relato de viajes dentro de un relato de traducciones dentro de un relato de misterios.
La toma del manuscrito fue la novela ganadora de Premio Nacional de Novela 2007. El lector encontrará en ella un escrito maduro que atrapa, que absorbe. La leí apenas hace dos años cuando viajaba hacia Sucre. La releí hace dos semanas. Aún continúa sorprendiéndome. En sus páginas encontré el juego de Perec, las reflexiones de Calvino, la simpleza de Stevenson. Pero también encontré la voz de Sebastián Antezana Q., el autor. Lleno de ironía, de cadencia.
Tal vez el único problema es que para disfrutarla por completo se debe ser el lector ideal del que habla Umberto Eco, que conozca el intertexto al que se remite ciertos capítulos, ciertas frases. Y me quedo con una cita de la novela: «Para completar el círculo, la última jugada le corresponde al lector».
Fuente: Ecdótica