Ojo crítico: tiempos modernos
Por Darwin Pinto
(Después de dos años, Tito Kuramotto reaparece con una exposición vigorosa de 40 piezas. El artista muestra cómo la tecnología envolvió a los bolivianos y convirtió en gente de ‘segunda’ a los que no pudieron adecuarse a ella.)
Hasta dónde llegan sus conocimientos tecnológicos? – Hasta la máquina de escribir. Tanto me costó aprender a escribir a máquina que cuando lo hice ya nadie la usó porque llegó la computadora. Eso sucede a mi edad. Uno se pasa la vida aprendiendo cosas, leyendo librangos, aprendiendo nombres, fechas y tantas cosas… y llega uno a esta edad y se olvida de todo, y de lo que uno se acuerda, ya no le sirve de mucho, porque los tiempos son otros. Es una ironía de la vida…
Eso dice Tito Kuramotto y ésa es la esencia que lo impulsó a crear, en dos años de trabajo, una colección de 40 pinturas al óleo sobre lienzo, en las que muestra cómo la red de la modernidad atrapó como a una presa a la candidez de nuestra vena rural.
En esta exposición sin nombre que el artista inauguró el miércoles pasado en el Museo de Arte Contemporáneo (calle Sucre, esquina Potosí), Kuramotto captura en el aire húmedo de este llano surcado de ríos y pavimento hirviente, la voluptuosidad del hombre amazónico que, sin siquiera darse cuenta, se vio de pronto despojado de su calma de cantor de serenatas por un alud tecnológico, tan emborrachador como el peor de los alcoholes y tan excluyente, que convirtió en ciudadanos de ‘segunda’ a aquéllos que no pudieron adaptarse a los cambios.
Y es que Kuramotto es un tipo que siente con el cuerpo y habla con las manos a través de un alfabeto universal, compuesto por unos cuantos colores fuertes que forman palabras-figuras con las que manifiesta su sentir por este choque desigual entre la fibra óptica y los celulares con camarita, contra el carretón cargado de empanizao y mujeres que se bañaban desnudas en la laguna de El Arenal.
En las puertas del Museo de Arte, Kuramotto acaba de bajar de un camión las 40 piezas de la exposición innominada, en la que hay obras con nombres tan sugestivos como El lado oscuro de los medios, en el que se muestra la tendencia amarillista y sexista de algunas empresas periodísticas. “Esta exposición trata sobre la tecnología que traen los tiempos modernos, donde todo se ha transformado. En uno de mis cuadros tenemos a dos personajes muy bolivianos, abstraídos de todo eso, viviendo el sueño colonial. El uno está con su guitarra y el otro con su hojita de coca, mientras a su alrededor hay un descalabro de máquinas. Hay otros donde se muestran ciertos problemas de la sociedad con una especie de inundación tecnológica. Incluso hay uno donde se ve a un pescador de polución. O sea, ya no atrapa peces en los ríos, sino basura. “Trato de mostrar un poco de las cosas que están mal y que la gente las ve como normales, porque se han acostumbrado a eso. Ya es normal lo anormal”, dice.
– ¿En qué medida la tecnología desnaturaliza al humano?
– Pienso que tampoco hay que tenerle mucho miedo. Pero siempre todo lo que aparece nuevo y en gran cantidad, desestabiliza la manera de vivir del ser humano. El hombre debe adaptarse siguiendo un proceso, pero la tecnología llega tan rápido que la gente no puede adaptarse. La mayoría de las personas de mi generación no sabe manejar la computadora, porque los avances le pasaron por encima. En cambio, los niños desde chicos aprenden a manejar esas máquinas. Actualmente hay seres humanos obsoletos, porque no aprendieron a dominar la tecnología…
-Y qué le queda a esos seres humanos obsoletos del siglo XXI?
– Arreglárselas como puedan. Por lo general son las personas de la tercera edad, que son dependientes de las otras generaciones. Tampoco es tan grave, pero sí es preocupante.
– ¿Cuantos años lleva trabajando en la pintura?
-¡Huyyy oiga!… yo estoy en esto desde mis 15 años, ¡échele plumas!, ya llevo como 56 años pintando.
– Entonces usted ha sido testigo de la avalancha tecnológica, que aunque no es mucha, si se compara con otras ciudades, ha cambiado la vida de esta urbe…
– He sido testigo de vivir en una aldea como era Santa Cruz en los años 40 hasta los 60. Entonces era un pueblo lleno de agua, sin electricidad, sin servicios básicos… Pero le cuento que en los 60 me fui a San Ignacio de Velasco y Concepción, donde me desempeñaba de fotógrafo de cumpleaños y bodas. Entonces hice cualquier cantidad de plata y cualquier cantidad de plata boté también (risas). Bueno, cuando volví a Santa Cruz después de ese viaje, me topé con que habían puesto El Cristo y que teníamos teléfono en la casa y que incluso habían abierto el tercer anillo, carpido nomás, pero abierto, aunque nadie andaba por ahí todavía.
Después de eso empezaron a llegar los relojes de cuarzo, las calculadoras, los primeros televisores y así sucesivamente… ¿y qué más irá a haber, no? Ahora está la Internet con banda ancha, todo eso nos ha sobrepasado. Desde que nosotros aprendimos en nuestras radiecitos, que más volumen era para la derecha y menos para la izquierda, ya pasó mucho tiempo. Para mí el famoso ratón de la computadora es totalmente incomprensible…
– ¿Cómo enfrenta usted esta ola de metal y fibra óptica?
– Me he apoyado en mi familia. Tengo cuatro hijas y las cuatro son ‘tiluchis’ para la computación. ¡Hasta el correo electrónico tengo! (risas).
– ¿Opera computadora?
-No manejo nada…
Kuramotto, de sangre asiática y con experiencia artística en Europa, jamás dejó de sentir a Santa Cruz en el fondo de su alma. Junto a Marcelo Callaú, Lorgio Vaca y Herminio Pedraza, integró aquel grupo de amigos que cambió para siempre el curso de la plástica cruceña en la década de los 70. El hombre para el que cada cuadro tiene un lenguaje singular, ha creado, en esta muestra, 40 seres que hablan directo al subconsciente. Hablan sobre una invasión que no se detendrá jamás y que a medida que pase el tiempo y la tecnología se perfeccione, irá volviendo seres anónimos a aquéllos que no se sometan al chip.
Fuente: www.eldeber.com.bo