07/08/2008 por Marcelo Paz Soldan
Raro. Cuento ganador del XIII Concurso Literario de Cuento y Poesía UPSA

Raro. Cuento ganador del XIII Concurso Literario de Cuento y Poesía UPSA

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Raro
Por: Natalia Chávez Gomes da Silva

(Éste es el relato ganador del XIII Concurso Literario de Cuento y Poesía de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra, que se realiza entre los estudiantes. La ganadora, Natalia Chávez, se adjudicó el primer lugar con el pseudónimo de Áglae.)
Transitaba Amparo las calles solas y secas de la ciudad. Había salido a caminar sin otro propósito que el de tomar aire fresco, lo necesitaba. El invierno estaba por llegar, podía sentirlo en su garganta carrasposa y en sus manos escondidas en los bolsillos.
Recorría la calle sin prisa caminando sobre unos zapatos marrones. Miraba Amparo el paisaje que ya estaba harta de ver una y otra vez, el mismo trajín todos los días de su vida, la misma soledad y la misma rutina.
Torció sobre sus talones y entró por una calle distinta a la del camino que hacía habitualmente del trabajo a su casa y de su casa al trabajo. Entró también mirando y no tardó nada en posar sus ojos en un edificio viejo casi al final de la calle. Se iba acercando mientras pensaba para sí un montón de teorías de la funcionalidad de un edificio tan suntuoso como ése en una zona tan insípida como ésa. Era una construcción aparentemente vieja, de no más de cuatro pisos y con una puerta principal inmensa que parecía haber sido roja alguna vez. Tenía ventanales desparramados por la fachada principal y molduras y adornos arquitectónicos por todos lados; si hubiera sabido más del asunto podría afirmar que tenía aires de casa de la época victoriana, pero Amparo nunca fue buena detectando ese tipo de cosas.
Había avanzado hasta quedar frente al pórtico del edificio. Ella mirándolo y él mirándola mirarlo. Seguía pensando qué podía ser ese edificio, por qué estaba ahí y por qué no lo había visto hasta ese día. Era una de las cosas más emocionantes que le pasaba en varias semanas; encontrar una casa misteriosa… se sintió una persona interesante. Amparo no quiso dejar el hallazgo incompleto, así que, apostando a una suerte de película de suspenso, subió las gradas frente a ella e intentó abrir la puerta; no tenía ni la menor idea de qué haría si la puerta estuviera sin llave y ella pudiera entrar sin más problemas. Entró sin problemas. Su mano seguía sobre la perilla fría color cobre y sus prietos ojos sólo miraban al frente. Empujó con el brazo el resto de puerta que faltaba para entrar en la casa. Era raro. No parecía un lugar abandonado, pero tampoco daba la sensación de estar habitado. Amparo nunca creyó en los fantasmas, así que ni siquiera se le ocurrió la posibilidad de que el edificio fuese cuidado por espíritus.
La mirada inquisidora de Amparo registró un primer escenario: el vestíbulo era grande y claro, había mucho dorado y madera por todos lados. Amparo recorría con los ojos las paredes florales y tristes. Un cuadro en la pared detuvo la exploración. Sus pupilas quedaron fijas sobre el lienzo enmarcado que había sido colgado en la pared este de la habitación. Amparo se acercó pasando por alto otros detalles del lugar, como la chimenea de mármol y una silla remachada con láminas de oro. Se quedó inmóvil delante del cuadro que había visto desde la puerta. Sin darse cuenta, su mandíbula cayó un poco dejándola literamente con la boca abierta. Era una pintura al óleo firmada en la esquina derecha con unas líneas negras que dibujaban las letras: E. Munch. Subió la vista desde esa esquina hasta el centro del cuadro. Había un vestido rojo que robó parte de su atención, la otra parte se la llevó una flor solitaria de la escena y el reflejo de la luna sobre el mar azul del fondo. El cuadro retrataba un festejo en el que se bailaba por parejas, excepto por dos mujeres que quedaron solas. La mujer del vestido rojo envolvía de ritmo a su pareja, ambos tomados de las manos. Las mujeres solas la miraban con envidia.
-Yo no tengo envidia de nadie -dijo una de las mujeres, la que estaba de vestido blanco-, ¿qué pretendes al decir eso?
-Nada, es que -respondió Amparo pasando completamente por alto el hecho de que estaba dialogando con una figura pintada y, hasta donde entendía, inanimada- tus ojos muestran ansias.
-¿Ansias de qué? -dijo la mujer-. Analízame, a ver
-De tener lo que tienen los otros del cuadro -dijo Amparo.
-¿Un vestido rojo? -dijo ella.
-No, alguien a su lado -largó Amparo.
-¿Tienes nombre? -preguntó la mujer-. Yo me llamo Itzal.
-¿Por qué ese nombre tan raro? Yo me llamo Amparo.
-¿Raro? Donde vivo muchas mujeres se llaman igual, siempre me quejo de eso
-¿Dónde vives?
-Cerca de un lago. ¿Y tú?
-Cerca de un edificio raro.
-Todo parece ser raro para ti. ¿Qué consideras normal?
Amparo se vio obligada a pensar un rato.
-Normal es lo que se repite, las cosas que se ven a menudo y que no captan la atención de nuestros ojos por mucho tiempo.
-¡Ajá!… te quedaste buen rato mirando el cuadro en el que no bailo.
-Sí, captó mi atención porque no he visto muchos como él. Es raro.
Itzal sonrió un instante antes de desviar la mirada hacia la flor que crecía desde el pasto verde junto a su pierna izquierda. Se quedó mirándola. Extendió la mano como intentando alcanzarla.
-¿Vas a arrancar esa flor? -se entrometió Amparo.
-Me parece muy linda.
-¿Y? ¿Qué harás con una flor muerta en tus manos?
-Se secará despúes de unos días, se mantendrá linda esos días.
-De todas formas, estará muerta. Sólo seguirá verde mientras la vida se le va escurriendo. Estará muerta.
-¿Tú estás viva, Amparo?
-¿Acaso no me ves frente a ti hablando?
-¿Acaso no me ves tú haciendo lo mismo, pintada en un cuadro?
Amparo quedó con la mente en blanco de nuevo. No se había detenido hasta ahora a pensar en la absurda situación en la que estaba. Y aún antes de que pueda preguntar algo para averiguarlo, Itzal interrumpió sus cavilaciones.
-¿Te gusta bailar? -dijo.
-¿Qué bailan los del cuadro?
-Una canción sin letra tocada con un instrumento de cuerdas.
-¿Y por qué tú no bailas?
-No bailo sola. Como en la vida, verás, hay cosas que deben hacerse con alguien para comprenderlas por completo, o para descubrir enteramente el placer que transportan. El ritmo de un baile, pienso, no lo pone la música, sino las caderas de tu pareja y sus pupilas fijas en tus ojos.
-Yo a veces bailo sola -dijo Amparo.
-Entonces disfrutas a medias.
Amparo quedó en silencio una vez más. Itzal era una mujer soñadora, pensó. Compleja y soñadora. Estaba intrigada por su forma de ver las cosas. Cuando hablaron del baile hablaban de la vida. Amparo siempre había ido por la vida sola, sin amores que le compliquen la rutina.
-¿Y por qué en el cuadro no hay nadie para bailar contigo, Itzal?
-Porque así lo quiso Edvard.
-¿Quién es él?
-El hombre que me pintó sin pareja.
-¿Y por qué hizo eso de pintarte sola?
-No me lo hizo sólo a mí -se defendió Itzal, y apuntó al otro extremo del lienzo a una mujer muy parecida a ella, pero vestida de negro, con el rostro demacrado y triste.
Amparo observó a esa mujer brevemente. Su rostro mostraba desesperanza, y el vestido negro le daba un aura aún más siniestra. Ella, la mujer de negro, no dijo nada ante la presencia de Amparo, siguió mirando a la mujer de vestido rojo que sí tenía pareja.
-¿Y ella quién es? -dijo Amparo.
-Ella es otra mujer sola como yo pero aún más desafortunada.
-¿Por qué?
-Porque ella está desesperada.
-¿Y tú?
-Yo siempre espero con calma. El destino se encargará.
-¿Se encargará de qué?
-De, algún día, resarcirme por la desgracia.
Itzal, de nuevo, desvió la mirada, esta vez hacia la luna que iluminaba sus mejillas brillantes.
-Ya me voy -dijo Amparo.
-Me dejas más sola que antes.
-No lo hago a propósito.
-La culpabilidad no me deja, tengo que decirlo.
-¿Decir qué?
-Que sí me da envidia la pareja de al lado -largó Itzal.
-Se nota en tu rostro.
-Culpo a Edvard que así me pintó.
-¿Lo culpas por el rostro con envidia o por las parejas de alrededor?
-Por todo.
-¿Puedo hacer algo para ayudarte?
-A mí no puedes ayudarme.
-Entonces, ¿no pides nada?
-Una sola cosa -dijo Itzal.
-¿Qué?
-Ya no vuelvas mañana.
-Puedo cumplir eso, aunque sin entender para qué.
-Si vuelves sabré que sigues sola.
-¿Por qué dices que estoy sola?
-Se nota en tu rostro.
Amparo se quedó observándola de nuevo por un momento.
-¿No que te ibas? -dijo Itzal.
-Sí, adiós.
-Amparo no vuelvas aquí, ve a otro lado.
-¿Adónde?
-A cualquier lugar en que encuentres a alguien que baile contigo… o que te tome de la mano.
Fuente: www.eldeber.com.bo