Por Viviana Cardozo Tobías
Papá de vez en cuando me contaba historias. Algunas- o casi todas- hacían reír, otras en cambio dolían. Una se me grabó en la memoria. Ocurría en una noche obscura y nublada. La calle era alumbraba por postes con poca iluminación. Mis padres viajaban en taxi atravesando la ciudad para volver a casa, mi hermana en brazos y yo aún en el vientre de mamá. En medio de aquella calle, desapercibida, cruzaba una madre y sus tres hijos. Los faros del auto alumbraban muy poco, tanto que el conductor no los vio a tiempo. Entonces, casi de inmediato, un golpe. Luego, un silencio que parecía eterno. Había terminado de llover, decía papá, quizá por eso le fue imposible esquivarlos, aún con las maniobras que hizo el chofer. Nunca supieron si quedaron vivos, supongo que era mejor no saber. Quizá se transformaron en sombras o quizás no. Hay viajes que te cambian al volver a casa, decía papá, antes de empezar a contar otra historia.
¿Qué ocurre a la velocidad de la luz? ¿una perdida, una ilusión, un aullido o una sombra que se expande y se desvanece? En física sabemos que la velocidad de la luz cambia la noción del tiempo, eso afirma Einstein. “Velocidad de la luz”, escrito por Lourdes Saavedra Berbetty y publicado en el 2019 por la editorial 3600, no es un poemario sobre luz, ni sobre velocidad, sino sobre tiempo, memorias y sombras. Saavedra hace, en su obra, un viaje de recuerdos, una velada de confesión y una caminata íntima. Es cruda y dolorosa, como la historia que contaba papá.
La belleza del poemario de Saavedra reside en su sencillez, que, a su vez, contiene un lenguaje esbelto, elaborado y maduro. Podría decirse que la escritura de Saavedra es fría, pero sabe situarnos en el punto exacto, así te adentra en su mundo. Te sumerge en su terror cotidiano, enfrentando los ojos del lector al espejo de la vida, provocando horror y muchas otras angustias. “Velocidad de la luz” son recuerdos caprichosos; un recorrido a través de la memoria. Saavedra nos escribe desde un lugar conocido, mas no seguro.
Una característica que agrada de los poemarios es que son distintos y personales, con una propia esencia. La autora va directa a lo que quiere decir y es fácil reconocer el sentimiento sobre el que escribe. Habla en primera persona sobre recuerdos de infancia, sobre sombras, sobre niños. Habla desde el coraje y habla desde los que permanecen y de los que se van. Su poemario es un viaje de emociones y sentimientos en su estado más puro.
El poemario está dividido en tres partes y contiene quince poemas que funcionan como una montaña rusa. Al principio, tranquila como una ola pequeña, como un diario de viaje. Luego, una bala directa al corazón. Es emoción, crudeza, una realidad que te explota en la cara, esa conversación con alguien querido que te dice lo que no quieres escuchar, pero necesitas oír. Terminando en un sabor agridulce, una poesía cercana e íntima.
“Velocidad de la luz” es, afirma Saavedra:
el silencio después del grito la claustrofobia de la tierra marcada el miedo un frío que quema un poste una advertencia un cuerpo vertical de humanidad descartable en esta ciudad c e r c a d a que se come a sí misma.
Para Saavedra lo que ocurre a “velocidad de la luz” es tan simple y extraordinario como “el humo del aliento después de mojarse en la lluvia”. En la “velocidad de la luz” puedes transformarte en una sombra y expandirte para convertirte en un alma que se guía entre velas y rezos. La obra de Saavedra no cumple con el arquetipo asociado a la potencia escandalosa de la luz. Es, más bien, un poemario en el que el tiempo parece estático, inmóvil o donde todo parece caber en un segundo. Un viaje de vuelta a casa, el día, la noche, la lluvia en la que puedes oler la humedad de la tierra y sentir el abrazo helado del frío. La muerte convertida en cenizas y sombras, el olvido o la memoria.
El poemario de Saavedra es una lectura atrapante y necesaria. Experimentamos relatos que contienen momentos claro oscuros. Al final, todos somos experiencias y, en algún momento, sombras, como en el poemario.
Fuente: La Ramona