Por Mónica Velásquez Guzmán
A diferencia de lo que ocurría en el pasado, existe hoy en Bolivia una mayor conciencia del circuito literario local como parte del mercado cultural global, además de una mayor visibilidad de la literatura del país fuera de las fronteras.
Las limitaciones que significan la “condena a la edición nacional” –palabras de Wilfrido Corral para referirse al acceso exclusivo a editoriales precarias y limitadas en su difusión– se han conjurado sobre todo gracias a escritoras provenientes de la zona de Santa Cruz, en el oriente boliviano, ahora presentes en editoriales internacionales y también en las universidades estadounidenses.
No es casual en este marco la creación de editoriales dirigidas por escritoras (Mantis, de Giovanna Rivero y Magela Baudoin; Dum-dum, de Liliana Colanzi) que visibilizan obras nacionales y circulan otras de difícil alcance. Tampoco lo es el auge de festivales literarios (como Festival de la Ciudad de los Anillos, Cámara del Libro; Festival Jauría de Palabras y Encuentro de poesía, Feria del libro de Santa Cruz) y la creación de un diplomado de escritura creativa que cumplió diez años en la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra.
Resalto estos datos geográficos porque creo necesaria una perspectiva que deje de privilegiar la zona andina, donde se asienta La Paz, como la única de la que emergen los imaginarios del país, y que dé cuenta de la obra de prestigiosas e importantes narradoras como Claudia Peña Claros (1970), Giovanna Rivero (1972), Magela Baudoin (1973) y Liliana Colanzi (1981).
Claudia Peña Claros: una atenta poética espacial
Después de una larga errancia a través de la poesía y la novela, la autora se afirmó como cuentista, especialmente con Los árboles (El Cuervo, 2019). A obsesiones como el espacio rural, las relaciones humanas ancladas en la ira, los distintos tipos de erotismo, se añaden dos rasgos destacables.
Por un lado, la extrema atención al detalle se despliega con insospechada maestría en la descripción de espacios, sensaciones, percepciones y sentidos que ralentizan la narración, reclamando lecturas detenidas, a contrapelo de la velocidad, rasgo dominante de nuestra época de lecturas ciberespaciales. Por otro, se despliega un trabajo riguroso con las percepciones de lo vivo (humano, animal, vegetal, etc.) que puebla el lenguaje de imágenes poéticas, en tensión con el ritmo narrativo.
Así, el cuento “Mundo” yuxtapone la violencia de un fin desamoroso doliente a la noticia de un linchamiento transmitido por televisión. Al situar el abandono, la crueldad, la falta de empatía y la ruptura del lazo en el contexto de un país organizado bajo la lógica amigo-enemigo, la cual excluye a quien piensa, cree o actúa de forma diferente a la propia, el relato evidencia que se ha naturalizado la violencia como nuestra condición existencial y social. “Lazos”, por su parte, guía la narración por el olfato de la perra protagonista del mismo. Sin metáforas ni moralejas, este animal que huele el mundo busca otra lectura que renuncie a lógicas antropocéntricas, pero sin una intención redentora. Finalmente, en “Destello” se retrasa el desenlace de la historia al alargar el momento en que una bala deviene en muerte. En este caso, no se exige solo una lectura cuidadosa, sino también entender la corta pero significativa distancia existente entre la piel perforada y la conciencia subjetiva.
Giovanna Rivero: impases éticos en tono menor
La extensa trayectoria de Rivero llega a la cúspide en Tierra fresca de su tumba (El Cuervo, 2022), donde confirma varias de sus obsesiones temáticas y búsquedas compositivas. En particular, la insistencia en la creación de conflictos irresolubles para los personajes, quienes no pueden orientarse por valores paradigmáticos siempre en crisis y en revisión. El tono con que se narra es en sordina; no hay estridencias ni siquiera en los relatos más políticos. En este y el anterior volumen, Para comerte mejor (2017), esto se logra a través de una sobria perspectiva narrativa mantenida incluso cuando se cuentan barbaridades. Por ejemplo, en el cuento “El hombre de la pierna”, una mujer que desea un hijo obtiene la pierna cercenada de un hombre; en “Hermano ciervo”, una pareja debe vender su cuerpo enfermo a la ciencia médica. Paralelamente, entre los personajes suele haber alguien extranjero, ajeno al marco cultural de los demás, lo que enrarece el punto de vista del narrador.
Tanto en las novelas como en los cuentos, la destrucción y la violencia sistemáticas subyacen en las historias y evidencian un impase ético. Al modo de las narraciones polifónicas, cada personaje muestra su vivencia desde una disonancia con la justicia, con las nociones de salud y familia, con las ilusiones políticas. “Pasó como un espíritu” escenifica la ofrenda de niñas a un líder político indígena y concluye en monstruosas descendencias; en “El bosque” se asiste al momento preciso en que un amor sobreprotector deviene en gesto mortuorio. La escritura se propone nombrar el horror del mundo actual. Se mira desde “lo herido” para, como dice la autora en una entrevista, averiguar cómo se muestra o no el dolor ante los ojos lectores.
En resumen, trate de las fuerzas del eros, de las inútiles resistencias de los cuerpos ante los poderes médicos y políticos, o de la convivencia violenta entre pueblos que carecen de traducción y de empatía, la escritura de Rivera se constituye en el ejercicio de una micropolítica interpeladora.
Magela Baudoin: una “promesa incumplida”
En el prólogo a la edición española de La composición de la sal (2014), Alberto Manguel alerta sobre dos rasgos centrales de la poética de Baudoin. Por una parte, existe en estos cuentos un desafío al clásico final sin cabos sueltos. Por otra, se percibe que algo falla y no se ha contado del todo, queda opaco o resistente, no se ha dicho todo lo anunciado, prometido o anhelado. En el cuento homónimo, la masculinidad amenazada se yuxtapone al drama nacional de la falta de mar; la femineidad acosada por ideas de belleza inalcanzables se rinde y agota. Frecuentemente los arquetipos masculinos y femeninos se ponen en suspenso por el humor, el absurdo o la digresión. Ni la anécdota ni los personajes son el meollo de estos relatos; apenas se traza un hecho y se dejan sugeridos sus posibles despliegues, desarrollos o explicaciones. Una poética de estocada y fuga.
En el volumen de cuentos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (2022) se retoma una noticia, una imagen o un concepto como disparadores de los relatos. Pero más allá de estos ejercicios intertextuales que apelan incluso a fuentes filosóficas, los finales ocultan en lugar de aclarar. En este libro, las nociones de familia y cuidado se ponen en jaque ante la muerte: el suicidio de un hijo-hermano que pudo ser accidental o no; la sobrevivencia de una adolescente al deceso de sus padres, duelo que una nana indígena curará; o el caso de un hijo que asesina a sus padres. En cualquiera de ellos se niega el sentido unívoco, no tiene lugar el giro narrativo que le daría un fin definitivo a la historia. Aquí reside ese peculiar esplendor de la obra de esta escritora, el cual exige la participación lectora y libera al cuento de la simple resolución de la tensión narrativa.
Liliana Colanzi: el sonido de cosas al chocar
Con tres libros de cuentos, la autora goza de visibilidad dentro y fuera del país. En su primer libro, Vacaciones permanentes (2010), exploró estados anímicos y sociales de personajes anclados en las crisis de la adolescencia. En el segundo, Nuestro mundo muerto, se aprecia un enorme salto que ha dejado cuentos inolvidables como “El ojo”, “La ola” o “Chaco”. En ellos es apreciable, más allá de sus temas, la existencia de choques entre culturas, una de las cuales ha sido olvidada o negada. Son notables también las contraposiciones entre la maldad y la justicia; lo interplanetario y lo rural; lo tecnológico y lo ancestral. Este empeño de revelar la coexistencia de lo distinto implica la representación de cierto saber académico estadounidense que presume su erudición e ignora los signos no racionales que igual condicionan la existencia de los personajes (“La ola”); la callada herencia de los pecados paternos en las heridas filiales (“El ojo”); o el anhelo de ser madre y las condiciones de los migrantes-sobrevivientes en Marte (“Nuestro mundo muerto”), por citar algunos ejemplos.
En el reciente Ustedes brillan en lo oscuro (2022) se encuentran procedimientos como los usados por Baudoin: una noticia real detona la ficción, como la explosión nuclear en Brasil o esta misma amenaza en Bolivia, junto con exploraciones propias de la ecoliteratura. Por ejemplo, en “La cueva”, se sitúan los nueve fragmentos del relato dentro de una temporalidad que excede el tiempo humano y los azares históricos. Persisten temas característicos de Colanzi, como la pervivencia mutante del mal o la terquedad del deseo para unirse con lo anhelado.
La diversidad de asuntos no esconde un eje imaginario clave: la negación del mundo como entidad claramente delimitada y la afirmación de que en él residen varios universos, desde los ancestrales hasta los astrales. Colanzi cifra en la perfección de la forma cuentística un enigma que se niega a la reivindicación de un tipo de sujeto, de una lógica imperante, de un solo modo de habitar la vida.
Una incisión
En Bolivia ha habido un desplazamiento cultural desde La Paz hasta la región de Santa Cruz, que pone en la mira imaginarios que, en la narrativa actual, dialogan y circulan en el medio literario sin pudores ni escondrijos. Con iniciativas editoriales, académicas y de gestoría cultural, estas escrituras apuestan por una expansión del horizonte que prioriza lo diverso, lo que coexiste con los registros culturales y de vida dominantes, lo disonante. Como muchas de sus pares en el continente, estas voces hablan y perturban. ¿Somos capaces de oír y contestar, poniendo entre paréntesis nuestro saber previo y seguro? ~
Fuente: letraslibres.com/