Prólogo de Conducas erráticas
Por: Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi
Se escriben crónicas sobre grandes acontecimientos pero también sobre los pequeños. Este libro, en su mayor parte, recopila la música de lugares desapercibidos: calles desiertas, bares oscuros con rockolas funcionando a todo volumen. Viajes en autos robados, inundaciones, perfiles de imitadores de Hendrix que se las arreglan para conservar una rara forma de pureza. Conciertos que despiertan preguntas difíciles, preguntas sobre el crecimiento, sobre las razones por las que se deja de ser la misma persona, sobre el final de los afectos.
Es sintomático de los tiempos que corren la fuerte demanda por lo real. Ahora, más que antes, la gente tiene hambre por lo verídico, por la reconstrucción del acontecimiento, por la confesión. La necesidad de relatos que rearmen la experiencia, que indaguen en ella. En su forma más popular, este deseo de veracidad se detecta en la moda de los reality shows. En su forma literaria, en la publicación de memorias y crónicas que profundicen en los hechos. Libros que funcionen como cámaras escondidas registrando el punto del quiebre, el que hizo que las cosas nunca vuelvan a ser como antes.
Los cronistas, ahora más que en décadas pasadas, adquirieron rango de autores.
La experiencia se volvió una obsesión. En el aire está latente la urgencia de explorarla. De transformarla. De deconstruirla. En el tercer poema de Los cuatro cuartetos, T.S. Eliot escribió: “Tuvimos su experiencia pero nos perdimos el significado, y el acercamiento al significado restablece la experiencia de una forma diferente”. Quizás en toda literatura está implícito el deseo de reconstruir el significado de una experiencia perdida. En la no ficción no es un deseo implícito. Es un deseo descarado, sin maquillaje, total.
Rehacer la experiencia es rehacer el pasado: pararse ahí y ver otra vez cómo sucedieron las cosas. Mirarlas sin artificios, con valentía.
Esta antología, la primera que reúne textos bolivianos de no ficción, es una muestra de ese deseo por rearmar los hechos. Por darle un soporte. Un lugar estable.
Toda antología es arbitraria. Ésta no es la excepción. Catorce autores. ¿Qué los une? ¿Cuáles son las coincidencias, los lugares comunes? ¿Hay más diferencias que similitudes? ¿De dónde vienen? ¿Cuántos van a quedar? En su mayoría, los escritores aquí reunidos se mueven dentro de los límites de la novela y el cuento, pero también –como sucede con Ortiz, Llorenti y Devia— del periodismo puro.
Toda antología es un muestrario de lo que está sucediendo en una determinada época. Funciona como un termómetro. Mide el pulso, las obsesiones, los desvaríos, los excesos, los miedos, las búsquedas de una generación. Pensar en Conductas erráticas como un mapa: distintos territorios, distintas texturas. Distintos niveles de enfrentar y contar la experiencia, de trasmitírsela a otros.
Abundan las referencias literarias, musicales, cinematográficas. Los deslices de la memoria. Los viajes. Los regresos a ciertos lugares. Los exilios voluntarios. Los relatos de aprendizaje.
La escritura utilizada para capturar estados de ánimo inestables. Prófugos. Movedizos.
Fuente: Conductas erráticas