04/10/2008 por Marcelo Paz Soldan
Primeras damas del crimen

Primeras damas del crimen

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Primeras Damas del crimen
Por: Bartolomé Leal (abril 2008)

Es innegable que la situación de la mujer ha sido y sigue siendo inferior respecto al hombre. Avances ha habido, sobre todo en el llamado mundo occidental y cristiano, mas persisten desigualdades de derechos, remuneraciones, libertades, acceso a la educación y la justicia, participación en el poder… Hay múltiples razones, y las mega religiones monoteístas (léase a Arnold Toynbee, por si hay duda) tienen su cuota de responsabilidad: catolicismo romano, judaísmo e islamismo avalan aún prácticas anacrónicas en relación al papel de la mujer en la sociedad. Otras religiones orientales no se comportan mejor. Lo anterior hace que los hombres parezcan superiores en todo, del arte al comercio, del deporte a la política, de la religión a la ciencia. No en vano, Dios es hombre (Yahvé tuvo una cónyuge de su mismo nivel, Ishtar, pero ésta se perdió en algunas de las purgas doctrinales de la Biblia).
Mujeres en la literatura
En literatura por cierto que se da lo mismo, y en nuestra América Latina, donde aportamos algunos de los machismos más cavernarios, zafios e irracionales del planeta, morigerado sin duda en parte por la fuerza con que ciertas mujeres luchan por sus derechos, no cabe duda que muchos escritores hombres marginan y desprecian a las mujeres escritoras.
En el prólogo a su antología de cuentos policíacos de mujeres escritoras, A woman’s eye (1991), Sara Paretsky reflexiona acerca de las dificultades que encontraron autoras como Virginia Woolf, bien entrado el siglo XX, para poder asumir su vocación artística. Antes se habían visto los casos de escritoras que se pusieron nombres masculinos para que las consideraran, como las hermanas Brontë, George Sand o George Eliot. Otras fueron recluidas en asilos para insanos o empujadas al suicidio. En nuestro continente, durante la colonia, Sor Juan Inés de la Cruz debió encerrarse en un convento y hacerse monja, aún careciendo de una fe cristiana sólida, como la única manera que la sociedad le permitiera seguir soltera, escribir y mantener una biblioteca; aún así debió sufrir la violencia sicológica constante de la jerarquía eclesiástica mexicana.
Las mejores escritoras son mujeres
Existe empero un dominio donde las mujeres no sólo son las mejores, según el público, y bien consideradas por la crítica, sino que son tal vez más en cantidad: la novela policial y negra. ¿Quién sino Agatha Christie es considerada la maestra indiscutible de la novela clásica de enigma? Poe puede ser el fundador del género con su chevalier Dupin; y Conan Doyle creó a Sherlock Holmes, su primer gran héroe. Pero nadie llevó al género tan lejos como doña Agatha, en cuanto fenómeno de producción literaria, rico en calidad y potente en cantidad. En una guía de escritoras policiales mujeres contemporáneas, By a woman’s hand. A guide to mystery fiction by women, que consigna sólo a autoras publicadas desde 1977 hasta 1994, hay nada menos que 262 fichas. En una segunda antología, titulada Women on the case (1996), Sara Paretsky incluye no sólo a un puñado de grandes maestras del policial contemporáneo, sino también autoras nuevas.
Desde el inicio del género, y tal vez justamente por eso, por tratarse de un género considerado menor, las autoras mujeres fueron aceptadas como iguales por los autores hombres. Sería injusta cualquier reseña de los primeros tiempos de la novela policial sin que se mencione a tres damas pioneras, sin las cuales el género no habría evolucionado, hasta producir a doña Agatha, su reina. ¿De quiénes hablamos? Pues, en primer lugar, de Anna Katharine Green, la primerísima autora de una novela policial en Estados Unidos; y en segundo lugar, de la Baronesa de Orczy, quien creó “el viejo en el rincón”, el primer detective inglés que resuelve casos sentado en su sillón, antes de Sherlock Holmes. Mary Roberts Reinhardt, por su lado, deliciosamente anticuada y con un toque de novela rosa, fue lectura obligada de nuestras madres, que se estremecían con estas mezclas de asesinato y romance.
Los amantes del género sabemos que Agatha Christie no estuvo sola en su época, y en el dominio británico, la acompañaron en el gusto de los lectores las notables y originales Dorothy Sayers, Josephine Tey, Anne Hocking y la neozelandesa Ngaio Marsch, sus coetáneas y rivales en lo que se llama “la época de oro del enigma”. En Estados Unidos el género fue sin duda macho en su esencia, y tanto en la línea del enigma (Ellery Queen, S.S. Van Dine) como en novela negra, versión musculosa del género, fue dominada por hombres. Muchos de estos fueron émulos de don Quijote, como el Philip Marlowe de Chandler o el Sam Spade de Hammett, ambos bastante machistas. Rex Stout, autor considerado un híbrido del género negro y el enigma, tiene la pareja formada por Nero Wolfe y Archie Goodwin, unos machistas casi patológicos, misógino a toda prueba el uno y desubicado conquistador el otro. Craig Rice fue la única mujer asociada a esta corriente, sus novelas y cuentos no desmerecen frente a los grandes; aunque para ser cotizada debió masculinizar su nombre.
Desaparecida Agatha Christie y las demás damas del crimen de la época clásica, ¿quién ocupó su lugar? Aparecen en escena británica tres escritoras colosales: P.D. James para seguir con el enigma; Ellis Peters, la creadora del policiaco medieval (antes que Umberto Eco); y Ruth Rendell, la cima de la novela negra inglesa. Pero, atención, para muchos lectores (as) la mayor autora del género es Patricia Highsmith, único cultor de la novela policíaca (hombre o mujer) postulado alguna vez al Premio Nobel de Literatura. Y no faltará quien diga: ninguna es comparable a Margaret Millar, la maestra irrefutable de la novela criminal sicológica… Y a no olvidarse de la exitosa Sue Grafton, con su persistente y siempre atractiva serie de novelas que empiezan con una letra, protagonizadas por la detective Kinsey Millhouse, en la línea del estilo hard-boiled.
Hablando de viejos amores
Ahora, ¿cuál es mi autora policial más venerada? Varias, sin duda, aunque debo confesar mi debilidad por tres escritoras mujeres actuales, que además han creado inolvidables personajes detectivescos femeninos.
En primer lugar, Sara Paretsky, la creadora de Warshavsky, la mujer policía de Chicago. En una serie de novelas que son en la actualidad clásicos del género, esta autora no sólo ofrece al lector historias bien construidas y fuertes, sino que además se adentra en el tema de la lucha de las mujeres por tener espacio en profesiones donde la masculinidad parece tener la exclusividad, como detective o policía. En segundo lugar, Linda Barnes, a quien se debe un atractivo carácter femenino, la detective y taxista de Boston Carlotta Carlyle, con su metro ochenta de estatura, su base étnica medio irlandesa medio judía, su pasado de mujer policía y su humor desternillante. En tercer lugar, Donna Leon, que ha sido profusamente traducida al castellano y que tiene la gracia de que sus novelas están situadas en Venecia, con un entrañable detective local llamado Guido Brunetti. Pero la verdadera protagonista es la ciudad (¿hay ciudad más femenina que Venecia?).
Pero la más curiosa, hasta donde conozco de esta verdadera galaxia que es la narrativa policial y negra escrita por mujeres, es la notable Lilian Jackson Braun, que ha creado la única pareja de gatos detectives en la historia del género, los siameses Koko y Jum-Jum, que en realidad ayudan con su olfato, su perspicacia y su flema, a su amo, el periodista Jim Qwilleran, solterón, mal genio y bigotudo investigador de crímenes.
Fuente: ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com